Mujeres que Sanan es un proyecto donde 12 mujeres le escribirán a sus sombras, a sus heridas y a sus emociones reprimidas, es por ello que este año nos toparemos con relatos extraídos de las propias vivencias de mis invitadas y en cada uno de ellos veremos un proceso de sanación de sombras y heridas.
Mis invitadas van a escribir sobre cómo superaron un duelo o una separación de pareja, cómo sobrevivieron a un pos-parto, cómo se dieron cuenta que habían reprimido una emoción por mucho tiempo, cómo salieron adelante después de un diagnóstico personal o de un ser querido, cómo una enfermedad llegó para cambiarle el sentido a sus vidas, cómo ha sido el camino hacia el autoconocimiento, en fin, el proyecto trata sobre el proceso de sanación de heridas y sombras.
Cansada, maltratada, temerosa y adolorida, así comenzó mi maternidad, no me quedó ni la foto de novela con la sonrisa y lágrimas cayendo por mi rostro, mientras sostenía en mis brazos por un segundo a mi recién nacida, se ve claramente que no estaba feliz y no precisamente por poder ver a mi hija, sino por todo lo que sucedió para que llegara a este mundo.
Triste, nostálgica, temerosa nuevamente y con más dolor comenzó mi lactancia, primero mal agarre y después síndrome de Raynaud ¿será que todas las plagas de la maternidad me cayeron a mi? Me preguntaba siempre.
El hecho de que ese primer amor, ese chico de ojos lindos se había casado con otra chica, causó en mí una gran herida, vivir por varios años bajo la sombra de aquel engaño, y siendo tan jovencita la cargaba a cuestas robándole a la etapa más maravillosa de mi vida la magia que ésta merece.
No sabía dónde se originaba el haberme quedado anclada en esa desilusión, me llené de recuerdos que trataba cada noche de mantenerlos vivos para así engañarme de que algún día pronto nos encontraríamos nuevamente.
Al ir mirando mi historia, todo ese pasado que llevo conmigo, y más que mi pasado, ese legado emocional que siempre me ha acompañado y que he hecho mío durante muchos años…Empiezo a traer esas historias, a recordar desde donde podía venir eso a lo que llamamos Sombras, esas sombras que nunca vi en mi o que creí que no las tenía, sombras que eran invisibles y de las cuales me venían acompañando siempre…
Un día esas sombras se hicieron visibles, y fue cuando sentía que mi vida era casi perfecta, por el solo hecho de que creía que estaba manejando todo a la perfección en el día a día, sintiendo que no necesitaba ayuda de nadie. (Y hoy me doy cuenta que estaba en una gran soledad).
Un día de vuelta a buscar a mis hijos al colegio, discutí en el camino con un automovilista, a la semana discutí con la profesora de mi hija por su rendimiento, luego un silencio profundo con mi marido al punto de casi no tener nada de comunicación en nuestra relación de pareja.
Crecimos escuchando historias, esos cuentos donde la protagonista es una princesa indefensa esperando ser rescatada por un apuesto y gallardo príncipe o hermosas y perfectas princesas que tenían que besar un asqueroso sapo o soportar el mal humor de una bestia peluda para lograr, con el beso de “amor verdadero”, transformarlo en un hombre decente con quien por fin podían ser felices.
Sí, esas fueron las historias de nuestra infancia. No es de extrañar que muchas no lo lográramos y termináramos teniendo relaciones desastrosas porque en la vida real, los cuentos se dan a la inversa: los galantes caballeros se transforman en bestias que incluso te amenazan de muerte.
Aunque tengo que ser justa: no se trata solo de las historias que hemos escuchado porque, aunque creo que pueden influir, la verdad es que cada una decide cómo escribir la suya. En eso creo, soy firme partidaria de asumir la responsabilidad. Y nota que hablo de asumir responsabilidades, que es muy diferente a achacar culpas. Pero eso, y otras cosas más lo descubrí el día que dejé de ver debajo de la cama.
La experiencia de ser madre
Ser madre puede ser la experiencia más feliz y también más dolorosa que una mujer pueda experimentar.
Desde chica nos acondicionan con la doctrina de que las mujeres debemos ser flacas, lindas y casarnos con un hombre que nos pueda mantener, mientras nosotras nos quedamos en la casa cuidando y criando nuestros hijos. Y a pesar de que se oye muy lindo no puede estar más lejos de la realidad.
Cuando llegamos a ser adultos nos damos cuenta de que nuestra idea de una familia feliz y perfecta solo existe en cuentos y películas. Y ese mundo feliz y color de rosa que habíamos imaginado se derrumba frente a nuestros ojos.
La desilusión, frustración, la comparación, la envidia, el miedo, la culpa, el rechazo, por mencionar algunas emociones, se convierten en nuestras mejores aliadas. No hay un manual de instrucciones para ser mujer o para ser madre. Ser mujer no es nada fácil, pero ser madre es mucho más.
El viaje hacia la sanación
Hace unos años atrás inicié un recorrido que tenía un principio, pero no tenía certeza del final. No sabía cuánto tiempo me llevaría, ni hacia dónde iría, solo decidí empezar el camino con la idea de sentirme diferente, de crecer, de encontrarme en algún punto del destino final.
Al iniciar esta trayectoria, en lo que pensaba era en descubrirme, andaba buscando respuestas a preguntas que daban vuelta en mi cabeza día y noche, incluso llegué a la línea de salida pretendiendo reclamar lo que según yo tenía en falta, lo que no me habían dado, aquello que me hacía una mujer incompleta.
En ese momento mi mundo era como una pintura abstracta, llena de colores, formas, objetivos, puntos de vista en donde muchos tenían sus opiniones y perspectivas, pero al estar inmersa dentro de esa pintura no había forma de encontrar orden, de encontrar salida, de poder verme reflejada en el espejo. Me sentía llena de todo y al mismo tiempo de nada, me sentía agotada, paralizada y obviamente con los ojos cerrados para no ver lo que estaba a mi alrededor.
Antología de un amor desusado
¿Cuáles fueron esas partes abandonadas que correspondían a mi femineidad?
No lo recordaba, pero fueron esas partes identificadas con la naturaleza creadora de vida. Parir. Dar prolongación a la especie.
Era muy joven e inexperta. La decepción amorosa se mezcló con esas partes infantiles que le juran lealtad a los padres como fuente de amor y vida (porque un niño ve así a sus padres solo que no lo sabe).
El amor llamó a mi puerta, yo, niña moza respondí que sí. Con ese sí sagrado que levanta barreras y sobrepasa toda tempestad. Pero la desdicha se hizo presente, al constatar que el fulano solo quería eso, lo que buscan los hombres, y que una vez satisfechos, pierden interés y se marchan. Al verme ingratamente no correspondida, me afloró, un sin número de sombras por sentir al corazón defraudado y deshecho, que comenzó por un siniestro silencio y luego, el inevitable espacio insalvable entre los dos.
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