Hace unos años atrás inicié un recorrido que tenía un principio, pero no tenía certeza del final. No sabía cuánto tiempo me llevaría, ni hacia dónde iría, solo decidí empezar el camino con la idea de sentirme diferente, de crecer, de encontrarme en algún punto del destino final.
Al iniciar esta trayectoria, en lo que pensaba era en descubrirme, andaba buscando respuestas a preguntas que daban vuelta en mi cabeza día y noche, incluso llegué a la línea de salida pretendiendo reclamar lo que según yo tenía en falta, lo que no me habían dado, aquello que me hacía una mujer incompleta.
En ese momento mi mundo era como una pintura abstracta, llena de colores, formas, objetivos, puntos de vista en donde muchos tenían sus opiniones y perspectivas, pero al estar inmersa dentro de esa pintura no había forma de encontrar orden, de encontrar salida, de poder verme reflejada en el espejo. Me sentía llena de todo y al mismo tiempo de nada, me sentía agotada, paralizada y obviamente con los ojos cerrados para no ver lo que estaba a mi alrededor.
En ocasiones escuchaba una pasarela de frases como “pero si siempre estás alegre”, “vos siempre tan fuerte y decidida”, “vos sos capaz de eso y más”, “tenés que dar el ejemplo”, cada una de estas frases modelando con su “hermosa” sonrisa, pretendiendo quedar bien y haciendo justicia a lo que los demás me decían.
Honestamente, estaba harta de tanta frase adornada, que en su momento, yo misma me creía, agradecía y hasta pensaba que necesitaba para seguir adelante, porque inocentemente sentía que eran vitaminas para el alma y fortaleza para mi cuerpo.
En el fondo sabía que todo iba a estar bien, porque siempre he pensado que soy una mujer optimista, pero como dice una canción “¿qué hacemos mientras tanto?”. Y eso mismo pensaba yo, qué hago mientras paso todo este desfile de situaciones que me agobiaban, me abrumaban y no me dejaban sentirme yo misma.
Y no era porque quisiera estar siempre alegre y feliz, no se trata de eso, se trata de ser yo, de sentir lo que tuviera que sentir, sin disimular, sin máscaras, sin una falsa sonrisa para quedar bien ante aquellos que pretendían, con sus frases, hacerme sentir bien y fuerte.
Inicié el camino como una niña pequeña que extrañaba a su mamá, a su papá y que exigía cariño, compañía y cuidados. Quería sentirme protegida y a salvo, quería salir de la oscuridad en donde estaba, porque ese camino tan lleno de sombras me atemorizaba y hacía que me quedara en un rincón con los ojos cerrados para no ver lo que me estaba sucediendo.
Poco a poco surgió la mujer que soy hoy, aunque con un poco de miedo, logré encontrar a esa niña pequeña que se sentía abandonada y tuve la oportunidad de abrazarla y de hacerla sentir segura para que se permitiera transitar libremente, con la confianza de que encontraría la claridad que tanto anhelaba. Y mejor aún, yo recibí el abrazo de esa niña pequeña, un abrazo calentito, lleno de ternura y de ganas de vivir. Al instante nos entendimos, nos sintonizamos y nos complementamos a la perfección.
Esa niña pequeña y la mujer que soy hoy, decidimos caminar juntas y acompañarnos. En algunos momentos la alegría de la niña levantaba el ánimo de la mujer y en otros momentos la seguridad de la mujer lograba que la niña se tranquilizara.
No ha sido un recorrido sencillo, porque en algunos momentos, ambas se han abrazado juntas a llorar en un rincón de ese sendero oscuro, sin saber por dónde ir, sin saber qué hacer. Se han sentido desorientadas y abandonadas, con temor a lo que está cerca. A pesar de eso, siempre han logrado que la luz de alguna estrella llegue y les ilumine su ruta, las bañe con energía y las haga levantarse para continuar juntas y de la mano.
Poco a poco en el trayecto, mi niña y yo fuimos viendo nuestras sombras, nuestras heridas, todo lo que nos dolía y hacía daño y de una manera amorosa, serena y a nuestro ritmo, fuimos decidiendo sanar.
Sanamos esa herida de abandono que teníamos en nuestro corazón, sanamos nuestra relación con mamá, con papá, y la relación con nuestros antepasados, sanamos el dolor de vernos desamparadas y solas, decidimos sanar y dejar atrás todo aquello que en algún momento deseamos recibir y no lo tuvimos y lo más importante, hicimos las paces con nosotras mismas, viéndonos frente a frente y reconociendo lo que somos, lo que hemos hecho, lo que hemos caminado y en lo que nos hemos convertido.
Decidimos dar paso a todas las emociones que vinieran, sentirlas y disfrutarlas sin importar las que fueran. Decidimos sentir a la tristeza, llorando por lo que nos duele. Sentir alegría, riéndonos de todo lo que nos divierte. Sentir miedo cuando estamos frente al peligro o a la incertidumbre, sentir gozo en el corazón, ilusión por vivir, esperanza de todo lo que viene, gratitud por todo lo que tenemos, amor por lo que somos y por nuestro viaje, porque juntas nos dimos cuenta de que es un viaje para siempre.
Mi niña y yo caminamos ahora juntas, tranquilas y acompañadas, nos cuidamos una a la otra, nos permitimos sentir. Y hemos comprendido que la decisión de sanar es entender y aceptar que la vida es un recorrido que viene acompañado de muchas situaciones, emociones y obstáculos, pero que de eso se trata, de pasarlos, de sobrellevarlos y de vivirlos.
Buscando la mejor forma de atravesarlos, porque de esta manera, cuando lleguemos a los momentos de alegría, paz, gozo, descanso, los podremos disfrutar aún más. Entendimos que no es posible esconderse de lo que la vida tiene para nosotros, lo mejor es permitirse estar donde nos corresponde estar.
Uno de los mejores regalos de este viaje de sanación ha sido reencontrarme con mi niña, recuerdo que me daba miedo no poder verla, no poder recuperarla y fue en mi corazón, sentada en un espacio pequeñito, con los pies colgando que la encontré y la pude abrazar y besar y decirle que ya estaba ahí y nunca la volvería a dejar sola, que a partir de ese momento nos acompañaríamos y caminaríamos juntas y así ha sido.
En algunos momentos nos separamos, pero ella me encuentra o yo la encuentro en algún rincón. El viaje ha sido más llevadero juntas, viéndonos, reconociéndonos como una sola y amando la vida que tenemos.
Hoy mi niña y yo decidimos emprender el viaje a la sanación. Mi niña y yo jugamos, saltamos, lloramos, nos reímos, sentimos miedo, nos sorprendemos, nos cuidamos y lo mejor de todo, es que sabemos que estamos una para la otra.
Hoy disfruto de la soledad, porque sin quererlo, se ha transformado en compañía, ahora sé que siempre podré estar conmigo misma, ahora puedo ver mi reflejo en el espejo.
Honestamente, estaba harta de tanta frase adornada, que en su momento, yo misma me creía, agradecía y hasta pensaba que necesitaba para seguir adelante, porque inocentemente sentía que eran vitaminas para el alma y fortaleza para mi cuerpo.
En el fondo sabía que todo iba a estar bien, porque siempre he pensado que soy una mujer optimista, pero como dice una canción “¿qué hacemos mientras tanto?”. Y eso mismo pensaba yo, qué hago mientras paso todo este desfile de situaciones que me agobiaban, me abrumaban y no me dejaban sentirme yo misma.
Y no era porque quisiera estar siempre alegre y feliz, no se trata de eso, se trata de ser yo, de sentir lo que tuviera que sentir, sin disimular, sin máscaras, sin una falsa sonrisa para quedar bien ante aquellos que pretendían, con sus frases, hacerme sentir bien y fuerte.
Inicié el camino como una niña pequeña que extrañaba a su mamá, a su papá y que exigía cariño, compañía y cuidados. Quería sentirme protegida y a salvo, quería salir de la oscuridad en donde estaba, porque ese camino tan lleno de sombras me atemorizaba y hacía que me quedara en un rincón con los ojos cerrados para no ver lo que me estaba sucediendo.
Poco a poco surgió la mujer que soy hoy, aunque con un poco de miedo, logré encontrar a esa niña pequeña que se sentía abandonada y tuve la oportunidad de abrazarla y de hacerla sentir segura para que se permitiera transitar libremente, con la confianza de que encontraría la claridad que tanto anhelaba. Y mejor aún, yo recibí el abrazo de esa niña pequeña, un abrazo calentito, lleno de ternura y de ganas de vivir. Al instante nos entendimos, nos sintonizamos y nos complementamos a la perfección.
Esa niña pequeña y la mujer que soy hoy, decidimos caminar juntas y acompañarnos. En algunos momentos la alegría de la niña levantaba el ánimo de la mujer y en otros momentos la seguridad de la mujer lograba que la niña se tranquilizara.
No ha sido un recorrido sencillo, porque en algunos momentos, ambas se han abrazado juntas a llorar en un rincón de ese sendero oscuro, sin saber por dónde ir, sin saber qué hacer. Se han sentido desorientadas y abandonadas, con temor a lo que está cerca. A pesar de eso, siempre han logrado que la luz de alguna estrella llegue y les ilumine su ruta, las bañe con energía y las haga levantarse para continuar juntas y de la mano.
Poco a poco en el trayecto, mi niña y yo fuimos viendo nuestras sombras, nuestras heridas, todo lo que nos dolía y hacía daño y de una manera amorosa, serena y a nuestro ritmo, fuimos decidiendo sanar.
Sanamos esa herida de abandono que teníamos en nuestro corazón, sanamos nuestra relación con mamá, con papá, y la relación con nuestros antepasados, sanamos el dolor de vernos desamparadas y solas, decidimos sanar y dejar atrás todo aquello que en algún momento deseamos recibir y no lo tuvimos y lo más importante, hicimos las paces con nosotras mismas, viéndonos frente a frente y reconociendo lo que somos, lo que hemos hecho, lo que hemos caminado y en lo que nos hemos convertido.
Decidimos dar paso a todas las emociones que vinieran, sentirlas y disfrutarlas sin importar las que fueran. Decidimos sentir a la tristeza, llorando por lo que nos duele. Sentir alegría, riéndonos de todo lo que nos divierte. Sentir miedo cuando estamos frente al peligro o a la incertidumbre, sentir gozo en el corazón, ilusión por vivir, esperanza de todo lo que viene, gratitud por todo lo que tenemos, amor por lo que somos y por nuestro viaje, porque juntas nos dimos cuenta de que es un viaje para siempre.
Mi niña y yo caminamos ahora juntas, tranquilas y acompañadas, nos cuidamos una a la otra, nos permitimos sentir. Y hemos comprendido que la decisión de sanar es entender y aceptar que la vida es un recorrido que viene acompañado de muchas situaciones, emociones y obstáculos, pero que de eso se trata, de pasarlos, de sobrellevarlos y de vivirlos.
Buscando la mejor forma de atravesarlos, porque de esta manera, cuando lleguemos a los momentos de alegría, paz, gozo, descanso, los podremos disfrutar aún más. Entendimos que no es posible esconderse de lo que la vida tiene para nosotros, lo mejor es permitirse estar donde nos corresponde estar.
Uno de los mejores regalos de este viaje de sanación ha sido reencontrarme con mi niña, recuerdo que me daba miedo no poder verla, no poder recuperarla y fue en mi corazón, sentada en un espacio pequeñito, con los pies colgando que la encontré y la pude abrazar y besar y decirle que ya estaba ahí y nunca la volvería a dejar sola, que a partir de ese momento nos acompañaríamos y caminaríamos juntas y así ha sido.
En algunos momentos nos separamos, pero ella me encuentra o yo la encuentro en algún rincón. El viaje ha sido más llevadero juntas, viéndonos, reconociéndonos como una sola y amando la vida que tenemos.
Hoy mi niña y yo decidimos emprender el viaje a la sanación. Mi niña y yo jugamos, saltamos, lloramos, nos reímos, sentimos miedo, nos sorprendemos, nos cuidamos y lo mejor de todo, es que sabemos que estamos una para la otra.
Hoy disfruto de la soledad, porque sin quererlo, se ha transformado en compañía, ahora sé que siempre podré estar conmigo misma, ahora puedo ver mi reflejo en el espejo.
Paulina Segura es la sexta escritora invitada de este proyecto Mujeres que sanan. Pau estuvo en mi podcast El club de las mujeres imperfectas un par de veces, primero hablando sobre la sombra del abandono personal en el episodio 62 y luego celebrando conmigo el episodio 100 de mi podcast.
Es la segunda vez que Paulina se convierte en escritora invitada de este blog, la primera vez fue el año pasado cuando participó en el proyecto Mujeres que emocionan con la emoción del placer.
Además, Pau forma parte de mi grupo De Escritoras a Autoras este año y participó el año pasado en el Campamento de verano para nuevas escritoras en su primera edición, quedando seleccionada entre las mujeres participantes.
Esta vez mi invitada nos habla de su proceso de sanación personal a través de su niña interior, el encuentro con ella y de cómo caminar a su lado la ha hecho buscar una transformación profunda en donde ha podido verse desde otras perspectivas.
Paulina está desarrollando una filosofía de Solo por hoy, la cual comparte en su Instagram y la que convertirá muy pronto en un libro, síguela para que sepas de todo lo que está haciendo.
Me encantó tu relato de sanación Pau. Me queda en el cuerpo como ondas de agua de mar en las que me embarco para comprender más mi propia sanación. Amé esta frase ... "ahora puedo ver mi reflejo en el espejo".Gracias por tu búsqueda y por tu reencuentro :)
ResponderEliminarLinda historia, me provocó mucha ternura. Gracias
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