Durante muchos años de mi vida me pregunté ¿qué
era ser valiente?
No sé realmente cómo se depositó en mi
interior esta idea, pero desde pequeña sospeché siempre que ser valiente
implicaba realizar grandes proezas...
No a modo de ser la heroína de
ninguna súper historia, pero sí requería hacer actos prosaicos, enormes y transformadores.
Siento que de niños todos soñamos en
grande, queremos cambiar el mundo de alguna manera... Y para hacerlo, sabemos
instintivamente que necesitaremos a la valentía como uno de los ingredientes
mágicos de la fórmula.
(¿Era esa la sustancia 'X' que el Profesor
Utonio utilizó para crear a las chicas súperpoderosas?)
Paréntesis caricaturesco aparte, la vida fue pasando, y el mundo que alguna vez era infinito, se fue empequeñeciendo en las labores cotidianas.
—¿Dónde queda sitio para la valentía en una
vida así de ordinaria?— me preguntaba. Realmente, ser adulto era aburrido y
estaba lleno de obligaciones.
Mi niña interna seguía buscando a través de
mis ojos, desesperadamente, oportunidades para ser valiente, personas que lo
fueran.
Y claro está, quien busca con ahínco;
encuentra.
Fueron llegando historias increíbles, ecos
de personas que hacían frente a enfermedades espantosas y encontraban en sus
corazones la valentía para salir adelante...
Otros, que tras grandes accidentes y haber
perdido cualidades motoras, aún en la adversidad que esa adaptación implicaba,
habían encontrado la forma para sacar a relucir su inquebrantable espíritu e
inspirar al mundo.
Una niña perseguida por ser mujer y querer
estudiar, que se convirtió en la abandera de la educación para otros niños en
iguales condiciones, aún cuando peligraba su vida.
Otro pequeño que había logrado domar el
viento y hacer que su aldea se salvara de una hambruna.
Así como éstas, tantas otras...
Todas, llegaban para confirmarme lo que
creía: ser valiente era hacer cosas inmensas y definitivamente no tener
miedo.
Pero me tocó aprenderlo en carne propia...
Llegaron tiempos en los que los zapatos y
las pieles que tenía se volvieron demasiado estrechas.
Mi Alma comenzó a
revelarse y resquebrajarse, a romper en trozos todo ese afuera absurdo que
había construído durante años gritaba basta y me tocó reconocer que eran
momentos de cambio.
Así fue como aprendí que valiente
también es... ser vulnerable, permitirnos expresar realmente lo que sentimos
sin engaños ni ocultarnos en los rincones.
Atrevernos a SER diferente, especiales, únicos a pesar del miedo. Mostrarnos tal cual somos, sin máscaras ni corazas. Es seguir el propio tao —camino— confiando en la intuición.
Es desafiar al mundo y sus convencionalismos,
creando una vida a nuestra medida según nuestras propias reglas, sin importar
lo que otros opinen.
Es soltar, saltar y confiar en lo que
queremos, abrazar nuestros sueños aunque no exista seguridad de lo que vaya a
suceder mañana.
Es mirar de frente a las sombras y
abrazarlas.
Es escuchar el llamado del Alma cuando
el resto diga que 'es mala idea'.
Y así fue como descubrí, que ser valiente
más que hacer cosas grandes era tener un corazón inmenso.
Uno que late con esperanza ante la idea de
una visión más plena de nosotros mismos y que logra ver la luz, donde otros
verían tinieblas.
En el fondo, todos llevamos esa semilla
enterrada, y muchas veces, son como en aquel caso, las condiciones adversas, el
abono necesario para hacerlas florecer...
Me detuve a analizar las listas de
valientes que conocía, y todos tenían algo en común: defendían lo
que verdaderamente merecía la pena, y por lo general, era el milagro de vivir
la vida de manera más digna y plena.
Ese era el propósito esencial, aunque cada
uno recorriera su propia senda.
Había algo de cierto en mis pensamientos,
eran personas grandes, pero no grandes porque no temían, eran grandes porque
reconocían que la acción es la única fuerza capaz de destrozar en trizas al miedo. Y
que nadie tiembla eternamente. Y que dejarse desmoronar, permite limpiar
estructuras que abrirán cuencas visuales nuevas.
Vivimos cuando nos situamos al límite de lo
'normal' y nos atrevemos a dar pequeños pasos o grandes zancadas al otro
extremo de una cerca que los humanos aman llamar confort. Pero que suele ser
tan pequeña o tan grande como el abatimiento interno permite percibir...
Al final, el valor estaba en confiar, en
pararse sobre el columpio y aprovechar la fuerza cinética con la que te empuja
en la vida, para volar.
Sin paracaídas, sin alas, volar con los
brazos abiertos, con el pánico de que no existe nada de qué sostenerte o a lo
cual aferrarse, y sin saber en donde vamos a caer...
A veces tememos más estamparnos contra el
suelo que al vuelo mismo, si supiéramos que tampoco hay dónde caer, porque no
existen caídas definitivas ¿nos abriremos a disfrutar más el viaje?
Para qué estarían los momentos duros si no
para mostrarnos que hay fuerzas que se invocan yendo hacia adentro. Que no
podemos entrar a conocer el máximo de nuestro potencial humano, si no estamos
dispuestos a hacer alquimia con nuestros miedos, sentarnos a oscuras a charlar
con nuestras sombras, y abrir los placares en los que encerramos los monstruos
que una vez nos oprimieron.
Así es como poco a poco ganamos terreno en
la conquista de nuestra libertad personal.
Nadie, pero nadie, querida lectora, se
saltea esta vida sin vivir alguna de estas experiencias, o encontrarse en
solitario en lugares así. Pregunta y escucharás surgir de la intimidad de los
recuerdos, historias en las que aparezcan pozos, huecos, pasillos, caminos,
laberintos, bosques y cuevas oscuras.
Y vuelvo a revivir el asombro cada vez que
las escucho, porque me recuerdan que por ser anónimas y privadas no son menos
grandes.
Pero es en la cueva, (para los que
olvidamos el valor) donde nos reencontramos otra vez con él, esperando
encenderse, para mostrarnos el camino hacia el exterior. Un camino que trata
siempre de aceptar, hacer las paces, perdonar, encontrar el amor, pero también
crecer y desafiar nuestros límites, para descubrir al final que podíamos,
siempre pudimos.
La valentía crece a medida que más nos
adentramos en lo incierto, lo incómodo y lo desconocido, no al revés. Es la que te entrega el estandarte de la fe en ti misma y en
tu fuerza.
La cobardía crece a medida que más te
quedas al borde de un abismo, que en el fondo sabes no vas a poder soportar
para siempre.
La pregunta es: ¿vas a seguir el impulso de
la vida que te empuja a entrar en esa cueva, donde se encuentra tu propia
fortaleza interna para encontrar el camino de regreso? ¿O te vas a aferrar con
uñas y dientes al borde, mientras sufres por el dolor que implica mantenerse
estática y sin evolución cuando la vida te invita al movimiento?
Salir de allí, hace que adquieras un nuevo
aura.
Por lo general, las personas que más
brillan, son las que se atreven a ir a esos rincones internos, porque saben que
a pesar de todo, siempre será más precioso y reconfortante invocar el poder de la
valentía, que dar un último adiós a este mundo sintiendo que quedaron a sus
pasos muchas cosas pendientes y una vida son sabor a poco.
No veo a la valentía como una cualidad para
encarnar la lucha con las circunstancias que nos tocan, ni contra nosotras
mismas, sino como el cultivo de la decisión y el hábito de ser auténtico y
compasivo con nosotros mismos. Reconocernos como seres REALMENTE VALIOSOS.
Conocí a Mariana Lazo en el 2020 cuando participó en mi taller de escritura creativa Amplía tu vocabulario emocional, sin duda su participación fue preciosa y es por ello que forma parte de este grupo selecto de Mujeres que emocionan.
Mariana es la invitada nro 61 de mi podcast El club de las mujeres imperfecta y con ella conversé sobre la sombra de la represión.
Mi invitada es instructora de Hatha Yoga, guía de meditación, escritora, danzarina, apasionada del crecimiento personal, cocreadora de experiencias de consciencia y un alma creativa. Visita su blog aquí.
Ella nos regala un relato único y magnífico en donde la valentía es la protagonista, donde su poder se desprende a través de la vulnerabilidad y la autenticidad.
Mariana es además mentora de creatividad femenina y una excelente comunicadora, puedes comenzar a seguirla en su Instagram y enterarte de todo lo que hace, incluyendo talleres de escritura curativa.
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