La tristeza de mis reencuentros


Soy mujer, soy madre, soy esposa, soy hija, soy de todo un poco y al igual que tú, soy humana, así que no es raro que haya sentido la tristeza muchísimas veces desde que nací.

 

Crecí creyendo que la tristeza era una señal de debilidad, fui entrenada para “hacerme la fuerte” y no solamente no dejar entrar esta emoción sino espantarla con todas mis fuerzas.

 

Y así pasé los años sumergida en la lucha interna que resulta de vivir desde la incongruencia, es decir, pensar una cosa, sentir otra y hacer otra cosa.

 

Por ejemplo, el día que murió mi padre en la emergencia del hospital primero sentí la ira y me di permiso de sentirla. 


Después de explotar dando gritos, pateando y golpeando todo lo que conseguía a mi paso, vino el llanto desesperado y fue entonces cuando sentí el dolor abrasador que incendiaba mi alma mientras abría el camino para recibir a la tristeza que llegaba con toda su impotencia a instalarse en mi ser.

 

¿Y qué fue lo que pasó?

 

Que el entorno me pedía, no, no me pedía, me exigía a gritos que diera el ejemplo, que fuera fuerte, que aguantara porque al ser la hija mayor, ahora mi madre y mis hermanas me necesitan. Y mi abuela también. 

 

No llores, me decían. Tú puedes. Nada de tristezas, tu papá ya descansó.

 

¡Wow! Pero, ¿en qué momento nos confundimos tanto? 


Afortunadamente mi vida ha estado repleta de personas maravillosas que nutren los terrenos abandonados de mi ser, con su sabiduría amorosa. Y ese es el caso de mi amiga Eliana Vasquez, autora de este blog, quien por medio de sus reflexiones y enseñanzas, me invitó a ver el encuentro con la tristeza desde un nuevo y refrescante punto de vista.

 

He pasado meses escribiéndole cartas a la tristeza y hoy escogí un tema que me toca profundo, para compartir contigo. Hoy vengo regalarte la carta que le escribí a la tristeza de los reencuentros.

 

¿Y quién no ha tenido un reencuentro con alguien o con algo?

 

Por ejemplo, estos son algunos de mis reencuentros:

 

  1. Reencuentro con mi papá cuando volvía a casa después de estar hospitalizado varias semanas.
  2. Reencuentro con mis familia cuando regresaba de algún campamento scout.
  3. Reencuentro con mi hermano cuando me escapaba de mi casa y me iba para el pueblo a verlo a escondidas de mi padre.
  4. Reencuentro con mi cuarto cuando regresaba a casa después de haberme ido a trabajar a otras ciudades.
  5. Reencuentro con mis vecinos cuando pasaba mucho tiempo lejos de casa.
  6. Reencuentro con mis amigas cuando apareció Facebook.
  7. Reencuentro con una forma de trabajo cuando volví a una empresa después de 8 años de haber renunciado la primera vez.
  8. Reencuentro con el placer de la lectura cuando pude comprar mis propios libros 
  9. Reencuentro con el arte de la escritura después de estar casi 20 años bloqueada por una violación a mi intimidad creativa.
  10. Reencuentro con mi mamá, mis hermanas y mi hermano después de haber escapado de nuestro país y convertirnos en inmigrantes.

 

Estos son apenas 10 ejemplos para no hacer muy larga este cuento muy largo. Así que sin más preámbulos, aquí está la carta.


Querida tristeza, hoy vengo a saludarte y a pedirte que hagamos un repaso por un tipo de apariciones sutiles que has hecho en mi vida, se trata de tu actuación durante mis reencuentros con personas, lugares o cosas que amo.

 

Ya sé que tenemos la idea de que los reencuentros son motivo de celebración, gozo, abrazos, lágrimas y agradecimiento. Sí, eso es verdad. Pero también existe una verdad que se ha mantenido en la sombra y es que después del desborde de felicidad llega una avalancha silenciosa de tristeza que te hace volar la cabeza porque ¿como vas a estar triste si estás abrazando de nuevo a la persona que tanto extrañabas,  o estas comiendo lo que tanto anhelabas o leyendo tanto como deseabas?

 

Y ahí nace la dicotomía y empieza la lucha que, al no ser atendida con amor, se convierte en dolor, ira y frustración.

 

Para que la idea quede un poco más clara, voy a usar algunos ejemplos puntuales.

 

Reencuentro con mi papá cuando volvía a casa después de estar hospitalizado varias semanas.

 

Cuando tenía 8 años mi padre fue diagnosticado con insuficiencia renal crónica. El desenlace fue de 12 operaciones que incluyeron 2 trasplantes de riñón, infinitas horas en el hospital entre diálisis y semanas enteras en observación, hasta el 26 de diciembre de 2003 cuando murió en la emergencia.

 

Todo eso da tristeza, ¿verdad? Pero a donde quiero llegar es a ese día cuando después de lo que a mi parecer fueron años de no verlo, volvió del hospital a nuestro hogar. No estoy segura si yo tenía 8 o 9 años, bajé las escaleras corriendo, fui a recibirlo con una emoción que no puedo olvidar y cuando lo vi, no lo encontré. Ese señor delgado, en pijamas, sin bigotes y con ojos apagados que se bajó de aquel carro, no era mi papá. Tuve que cerrar los ojos y prestar atención a su vez para convencerme de que era él. La entrada de la tristeza fue inminente y arrolladora. 

 

Reencuentro con mi familia cuando regresaba de algún campamento scout.

 

Fui parte del movimiento scout desde los 7 años, lo cual me permitió asistir a muchos campamentos. Los más impresionantes fueron los que sucedieron durante la adolescencia y aunque amaba vivir cada uno de los retos ofrecidos por los líderes de aquellos eventos extraordinarios, muchas veces estaba asustada y deseosa de volver a la seguridad de mi hogar.

 

Pero recuerdo que una vez instalada en mi cuarto, me embargaba la tristeza al sentirme sola e incomprendida. Allí todos estaban ocupados resolviendo las necesidades creadas a partir de la enfermedad de mi padre.

 

Reencuentro con mi hermano cuando me escapaba de mi casa y me iba para el pueblo a verlo a escondidas de mi padre.

 

Sí, la historia de nuestra familia es muy loca y aunque parezca un disparate, la verdad es que para poder ver a mi hermano mayor tenía que escaparme de casa. Y no escapada desaparecida, sino que debía mentirle a mi padre pero lo explicaré en otra oportunidad. La cosa es que cada reencuentro con mi hermano era desbordante de risas, alegrías y muchos regalos.

 

Íbamos a pasear en su camioneta roja mientras escuchábamos a todo volumen la música que a él le gustaba, comíamos, nos divertíamos y luego nos despediamos. Y ahí era cuando la tristeza se asomaba para arropar mi corazón haciéndolo brotar incontables preguntas sobre el comportamiento humano.

 

Reencuentro con mi cuarto cuando regresaba a casa después de haberme ido a trabajar a otras ciudades.

 

¡Ay!, mi cuarto. Cuanto lo extraño. Mi cuarto era mi guarida, mi lugar de SER. Esas cuatro paredes contienen la esencia de mi vida, de mi crecimiento , mis secretos y mis descubrimientos. Cuando me hice mayor y salí de casa para trabajar en lugares lejanos, lo primero que hacía al regresar, era ir a instalarme en mi cuarto. Un reencuentro que solía ser agridulce porque aunque me sentía “en casa”, cada vez que volvía había algo diferente, ni el cuarto era igual ni yo era igual, habíamos cambiado.

 

Reencuentro con mis vecinos cuando pasaba mucho tiempo lejos de casa.

 

Los vecinos son la extensión de nuestra familia, lo sepamos o no, lo queramos o no. En mi caso, me encantaba volver a casa y saludarlos, preguntarles por sus vidas y hacerles amorosas ofrendas de comida hecha por mí. Después de varios de estos reencuentros fue cuando me hice consciente de la tristeza que albergaba mi corazón en aquellos episodios: nos habíamos alejado.

 


Reencuentro con mis amigas cuando apareció Facebook.

 

La llegada de Facebook fue impresionante para mi generación. Tener la oportunidad de reconectar con personas importantes de mi vida fue un regalazo invaluable. Y como en cada reencuentro, la tristeza se hizo presente cuando empecé a ver las cosas desde otro punto de vista y descubrir que en algunos casos estuve muy confundida y me había engañado a mi misma.

 

Reencuentro con una forma de trabajo cuando volví a una empresa después de 8 años de haber renunciado la primera vez.

 

Esta fue una de las experiencias más poderosas que he vivido en el plano laboral y fue la oportunidad de experimentar mi paso por todas las emociones que existen. La tristeza estuvo ahí haciendo lo suyo en cada una de las etapas de crecimiento que trajo este reencuentro revelador.

 

Reencuentro con el placer de la lectura cuando pude acceder a libros comprados y prestados.

 

Los pocos libros que había en mi casa eran para adultos, no me dejaban leerlos, pero cuando tuve edad para esconder uno en mi cuarto lo hice y lo leí muchísimas veces.

 

La Cabaña del Tío Tom fue el primer libro que leí completo más de una vez. Con solo decir su nombre se me acelera el corazón y se me aprieta el pecho. Ese fue el efecto que quedó sembrado en mį y que con el tiempo olvidé, hasta que pude acceder a nuevas obras que me robaron el corazón. A pesar de la felicidad, la tristeza también pasó a saludarme en esta ocasión.

 

Reencuentro con el arte la escritura después de estar casi 20 años bloqueada por una violación a mi intimidad creativa.

 

Éste ha sido uno de los más sublimes reencuentros que he tenido en la vida. Lo estoy disfrutando y saboreando como nunca. En este caso la tristeza no llegó y se fue, sino que se instaló aquí a mi lado para acompañarme mientras pasó por todas las emociones que surgen mientras mis manos escriben sin parar.

 

Reencuentro con mi familia después de haber escapado de nuestro país y convertirnos en inmigrantes.


Cuando tienes que mudarte a otro país, una de las cosas que más deseas hacer es volver a abrazar a los tuyos.


En este 2020 he tenido el chance de reencontrarme con mis dos hermanas después de muchos años separadas. El motivo que nos unió de nuevo, es que mi hermana fue diagnosticada con cáncer de mama y esa noticia movilizó a toda la familia. Desde el principio sabíamos que esos abrazos estarían cargados de diferentes emociones pero el reencuentro con la tristeza ha sido fulminante, transformador y revelador como nunca antes.


Mis hermanas ya no me conocen, y yo no las conozco a ellas, y eso duele, duele muchísimo. Hoy me siento triste mientras termino de redactar esta carta. Ya sé que debería estar feliz y agradecida, y la verdad es que lo estoy pero también estoy triste y ¿sabes que voy a hacer con esta tristeza? ¡Nada!, no voy a hacer nada más que darle paso, dejarla que haga su parte y confiar en la enseñanza que viene a entregarme esta vez.


Ay querida tristeza, gracias por darme la oportunidad de aprender a verte con otros ojos. Después de haber hecho este repaso íntimo y sincero quiero regalarte el nuevo concepto con el que quiero definirte:


  • La tristeza es el umbral entre emociones fuertes y nuevas decisiones.
  • La tristeza nos ofrece el terreno donde podemos expandir nuestras ideas y activar la creatividad para resolver situaciones que nos generan inquietud.
  • La tristeza es una gran maestra.
  • La tristeza es una pieza clave del diseño perfecto de la humanidad.

 

Querida tristeza, te quiero, te agradezco y te espero para que juntas creemos una nueva aventura.

 

Con Amor, 

Lédif 



Lédif Torres es la invitada nro. 59 de mi podcast El club de las mujeres imperfectas y con ella conversé sobre La sombra del puerperio.


Lédif es una mujer maravillosa que llegó a mi vida para sumar, ella es doula, experta en puerperio y acompaña a muchas mujeres en el proceso de la maternidad, es una fiel creyente de la transformación femenina en colaboración genuina.


Es la creadora de Soy un Cerezo, su página web, y además es la organizadora del TEDx Sandy Springs Women.


Cierra con broche de oro este proyecto de escritoras invitadas Mujeres que aprendieron de la tristeza, y en estas líneas se desborda a través de esta emoción, prácticamente se vació al escribir cada uno de los momentos de su vida que provocaron en ella una profunda tristeza.


Y es que pudimos aprender durante este año escribiendo sobre tristeza, que esta no es una emoción pasajera, ella se instala y reincide, ella espera y avisa que todavía sigue allí, no se va hasta que la proceses, hasta que la mires de frente, hasta que la tomes en cuenta.


Si acabas de llegar, te cuento que durante este 2020 le estuvimos escribiendo a la tristeza, una emoción que estuvo muy de moda durante este año, Lédif es la última escritora, pero antes de ella, otras 9 mujeres también le escribieron a la tristeza y puedes buscar cada post aquí.


Yo me despido por ahora, agradecida con cada palabra y cada escritora que adornaron mi blog este año con sus valiosas presencias, testimonios y esencias, me despido pero sabiendo que el próximo año regreso con un nuevo proyecto de escritoras invitadas, el cual anunciaré muy pronto.

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