Ayer tuve una cita, la
mejor que he tenido en mi vida, fuimos a desayunar y nos compenetramos en silencio, no fue necesario
conversar mucho porque era reconfortante compartir ese espacio sin pronunciar
palabra alguna, comimos despacio, degustando cada bocado mientras observamos a la gente
pasar con esa prisa que a todos les caracteriza.
Luego nos tomamos de mano y fuimos a hacer
yoga, fue el momento perfecto para acoplarnos, íbamos al compás del cuerpo y la
respiración, lo cual me hizo estar en presente conexión en todo momento, en
plena faena se estableció una complicidad, una camaradería, una chispa en la
mirada acompañada de esas sonrisas picaras que te ubican en otro espacio y otro
momento, pero que a la vez te devuelven al presente y te reconectan con la
vida.
Salimos de allí y de repente nos provocó un
poco más de intimidad, llegamos a casa y nos despojamos la vestimenta y nos
sumergimos en la ducha, que placer es sentir el agua cayendo y las manos
recorriendo el cuerpo, lo que más me
gustó fue la lentitud con la que todo lo hacíamos, no había prisa para llegar a
ninguna parte porque era un día solo nuestro, no mirábamos el reloj ni
contábamos las horas, así que con la piel aún húmeda, y sin ganas de salir,
allí nos quedamos explorando con los dedos la piel y el pensamiento.
Recordé que había dejado un libro a medio leer
y caminé desnuda a su encuentro, retomé la página donde me había quedado y me
senté a su lado a continuar leyendo.
Ese silencio, esa paciencia, ese ahínco
con el que siempre me espera, acaricia mi cabello aún mojado y a mí me encanta
ese olor de su piel recién bañada y esa suavidad que fascina mi tacto.
Salimos luego a dar una larga caminata y aún el
silencio reinaba, era así exactamente como lo quería, es grandioso cuando no
abarrotas a los momentos con palabras y no buscas en tu mente respuestas
innecesarias de preguntas no concretas, de razonamientos no esperados.
Fue un día para
sentir, para palpar, para oler, para contemplar; no recuerdo que mis cuerdas vocales hayan
descansado tanto así antes, el pensamiento no tuvo la necesidad de danzar entre
el pasado y el futuro porque la mayoría de las veces estuvo en el presente, no
hubo nostalgias, no hubo expectativas, no quedó una conversación inconclusa ni
se lanzaron palabras al vacío, fue justo como lo soñé desde el día que me
comencé a querer.
Después de esta cita
ya nada volverá a ser lo mismo, estar conmigo misma, asomarme a mi propio abismo y rescatar mi vacío
para luego abrazarme a mis propios fragmentos, son cosas que nadie haría por mi
porque es un trabajo de uno, y no de dos ni de varios, una vez que conquistas
tu propio silencio es como difícil colarte en las palabras innecesarias de
alguien más, ya no necesitas explicaciones ni te urge escuchar lo que nadie dice
con el corazón, lo que todos gritan para no escuchar el sigilo.
Ahora solo espero el momento para volver estar de
nuevo a solas conmigo, una vez que creas para ti ese espacio tan íntimo y
perfecto es como imposible conformarte con las migajas de compañía que otros
ofrecen y solo te fortalece tu amor completo interno.
Luego de este encuentro conmigo misma entendí
que si alguien tiene que irse de mi vida no quedaré entonces en el vacío porque
el sentirme suficiente, amada, aceptada
y reconocida son cosas que ya he venido haciendo por mí a cada instante y a
cada momento.
No fue una cita a ciegas porque antes de esto yo ya venía reconociendo esa necesidad
extrema de estar conmigo, ya había tenido encuentros furtivos de algunas
horas a la semana en la meditación, en las caminatas matutinas, leyendo y escribiendo
para blogs o en profundas conversaciones internas.
Sin darme cuenta me fui adentrando en esta
relación, en este romance conmigo,
de repente me vi envuelta en abrazos, juegos frente al espejo, palabras
amables, caricias, aceptación, contemplación de mi cuerpo… y es como si el
mundo estorbara, es como si quisieras apagar las luces y quedarte a solas disfrutando
del té, del silencio, de tu corazón latiendo.
Puede que haya otras vidas, pero esta es la
única vida en la que se me otorgó este hermoso corazón que vive pulsando y
esperando mi afonía para encender su zumbido y hacerse escuchar, y hacerse
sentir, y por fin prestarle atención y oír la verdad de mi vida.
Ayer estuve conmigo a
solas pero siempre lo he estado aunque rodeada de tantos, ese espacio dentro de mí siempre
ha existido pero hasta ahora le doy la formalidad de un encuentro romántico,
apasionado, intimo, mío y sacro.
El
día que te aceptas comprendes que estabas pidiéndole a otros cosas que eras incapaz de
darte, eras presa del desconocimiento del autoconocimiento, cuando sabes cómo
te gustan las caricias y los abrazos ya no te acoplas con residuos de amor y
abundante rechazo, sabes recibir la autenticidad de cada quien y reconoces al
que no sabe amarte porque percibes su desamor propio sin juzgarle, dejas de
relacionarte a partir del miedo y no exiges nada de nadie porque todo lo llevas
justo adentro.
Y tú ¿has tenido alguna vez una cita contigo misma?
Y tú ¿has tenido alguna vez una cita contigo misma?
Me "requeteencantó" este artículo. Mañana mismo tendré una cita conmigo!
ResponderEliminarQue bueno que te he inspirado Claudia, esos reencuentros con nosotras mismas son lo máximo!!!!!
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