En la sucursal del cielo, ahí nací.
Pero no fue suficiente para mí, yo quería más, hablar otros idiomas, viajar, ser alguien lejos de la danza de las palmeras y el murmullo del viento entre los cañaduzales.
“Ser alguien”, con esa idea en mente y apenas 17 años me despedí de la tierra que me vio nacer, crucé hasta el otro lado del mundo con mi maleta llena de sueños por cumplir, y fue con el paso de los años, 13 para ser exacta, que comprendí lo que había dejado atrás y que a donde sea que vaya, mis fantasmas me persiguen, los llevo dentro.
En mi travesía entre Europa y Colombia intenté “ser alguien”, terminé una carrera, dos maestrías, encontré un buen trabajo, me casé, tuve dos hijas, compré una casa y le añadí el toque coqueto de un perro.
Pero el vacío en la panza nunca se fue, ese “alguien” que era no era un “alguien feliz”. ¿Por qué si lo tenía “todo” seguía buscando?
Bingo, aún no me había encontrado.
En un genuino acto de comprensión, la vida, infinitamente sabia, me dio una oportunidad, regresar al origen de mi ombligo, donde todo empezó.
Tomé mi maleta, empaqué a mi marido, a mis hijas y a mi perro.
La euforia del regreso, el aroma del chontaduro, del viche… El eterno verano de esa ciudad con su caída de sol entre la cordillera, así me recibió Cali.
Dos años más tomaría mi búsqueda, y me fui hasta el fondo del sufrimiento, necesario para transformarme, para descubrir mi potencial, mi garra, mi perrenque.
Esto se trataba de experimentar la dualidad, de ver la sombra para buscar y aceptar la luz.
En Cali comprendí que la felicidad es una decisión, derivada de la aceptación, de la adaptabilidad.
Hoy, a la luz de la conciencia, comprendo cómo me hice correspondiente con relaciones caóticas, entornos laborales tormentosos, drama… Sí, todos esos fantasmas de los que había venido huyendo.
Cali me viste nacer dos veces, la primera fuiste testigo de los cimientos de mi sistema de pensamiento, la base de mis creencias limitantes, tu tierra me educó para “querer ser alguien”, para salir y buscar el éxito, el reconocimiento, me habías condenado.
Con mis escasos 158 centímetros de estatura, mi espíritu rebelde adolescente, el barniz negro en mis uñas, mis dos pies izquierdos incapaces de seducir a ritmo de salsa, me fui escondiendo entre las capas.
Antes de dejarte, esa primera y única vez, me miré en el espejo, no amaba ese reflejo, ni los rasgos indígenas en mi rostro, no era como las otras caleñas, o como las caleñas que me rodeaban, altas, morenas, delgadas, yo no era esa flor que te representaba, me partiste el corazón.
Así que alcanzar objetivos se convirtió en mi gran obsesión durante mi travesía por el mundo, esperaba un día alcanzar uno que por fin me llenara el hueco en el pecho.
No fue así, y regresé al vientre, a tu regazo, con los brazos abajo y mi abanico de objetivos cumplidos.
Al llegar, aún confundida, me abriste jugosas alternativas de sostenibilidad, bien sabes que por la época aún caminaba dormida, sin sentido, y tenías claro que sin esas oportunidades laborales mi vuelo se habría alzado nuevamente, así que resistí.
¿Qué más le pides a la vida cuando tu lista de chequeo está llena con los listones que habías preparado?
Yo le pedí que tomara el control, que me mostrara qué era lo correcto y perfecto para mí, había aceptado que yo no lo sabía.
Y como fichas de dominó, mis capas comenzaron a caer y las herramientas justas comenzaron a aparecer.
Cali, me llamaste de regreso, quería que me encontrara con los maestros perfectos, los elegidos para que mi consciencia despertara, los que terminaron de hundirme en el sufrimiento y los que me mostraron la luz.
Y por fin pude poner nombre a eso de lo que había huido toda mía vida, sí, me sentía insuficiente, insegura, no me reconocía merecedora, siempre estaba buscando el reconocimiento y la aceptación en los demás.
Y me observé aduladora, permisiva, histérica, celosa, envidiosa… Como dolió llegar a esas conclusiones, pero lo valió. Esas eran mis sombras, y desde la consciencia podía ponerles luz para renacer en ellas.
Y en la punta de una montaña en el municipio de Pradera, desde donde alcanzaba a observarte en ese valle, me despedí de mi antiguo YO. Arrancarme el título de gerente regional frente al que era mi jefe me destrozó esa tarde, había luchado y sufrido tanto para llegar ahí, pero quería confiar en la vida por primera vez, ya no quería darle más órdenes al Universo.
Y volví a nacer, ahí sobre esa montaña me viste nacer de nuevo, dispuesta a saltar al vacío, y lo hice.
A partir de ahí cada paso ha sido un voto absoluto de confianza, es aprender a caminar de nuevo, es aprender a relacionarme con el entorno desde mi estado más natural y auténtico.
Después de despedir a mi último jefe llegué a casa con la carta de liquidación de mi contrato, era mi carta de libertad. Al otro día era dueña de mi tiempo, podía decidir a dónde quería ir, a hacer qué y a qué hora.
¿A dónde fui?
La siguiente mañana me levanté muy temprano, ya el alma no me pasaba, no la arrastraba entre los pasillos, sacudí mis tenis y salí para poner al límite mis pulmones mientras rodeaba el río que te atraviesa, el río Cali.
Pasé por los gatos, el bulevar del río, llegué hasta la Iglesia la Ermita, mi cuerpo al límite, mi corazón palpitando y acostumbrándose a esa libertad, ahora podía ser quien yo quisiera, entre muchas otras cosas, ahora podía ser la Blogger mística que llevaba un año soñando ser.
Te escribo Cali, desde este balcón ubicado en tu ala oeste, desde donde observo el cerro de las Tres Cruces y la brisa golpea mi rostro sobre las 4:00 pm, y no puedo más que estar agradecida, encontré lo que buscaba, me encontré a mí estando en ti, donde todo empezó.
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Conocí a Rossana a través de su blog e inmediatamente conecté con su manera maravillosa de escribir, de hecho uno de sus posts se ha vuelto de mis favoritos Mi pareja… ¿Mi entrenador espiritual?, además mi escritora invitada ya ha sido invitada de mi podcast y en el episodio 8 ella nos habla sobre la sombra de la necesidad de reconocimiento, así que como vez, no es la primera vez que coincido con esta maravillosa mujer.
Ella le regala una carta preciosa a su ciudad natal, Cali, una ciudad tan calurosa y amable como su gente, regresa después de una década para reencontrarse con esta tierra pero termina reencontrándose con ella misma.
Y es que precisamente eso es lo que hace Rossana en su blog, acompañar a mujeres en el camino de autoconocimiento para provocar el reencuentro personal, gestionando situaciones o relaciones conflictivas y aprovechándolas en el propio desarrollo, ella logró despertar su potencial creador atascado entre sus miedos y limitaciones, y si quieres saber más de ella, no te pierdas la grandiosa conversación que sostuvimos.
Querida Eliana, agradezco profundamente la oportunidad que me has dado, ha sido realmente enriquecedor para mí poner en palabras lo que Cali ha significado en mi vida y cómo cada una de las experiencias vividas han sido, y siguen siendo, lecciones necesarios que con el tiempo me están permitiendo encontrarme debajo de todas esas capas... Gracias, gracias, gracias. Un gran abrazo desde la sucursal del cielo :)
ResponderEliminarPrecioso relato,con su dosis justa de todas y cada una de las emociones que transmite. Muchas ganas de ir a Cali y de hacer un viaje transformador como el que cuentas :)
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