¿Por dónde comenzar a arreglar
el mundo?
Aún
tenían 52 kilómetros por delante y la nieve caía con fuerza. Llevaban ya cuatro
horas de viaje y unos cuantos desencuentros.
A
la mujer intolerante le exasperaba
la actitud de su novio, tranquilo, sosegado, taciturno. Pura pasividad y falta
de criterio. Alguna vez habían hablado de boda, pero eran como el agua y el
aceite. Solo faltaba que se tiñera todo de blanco y quedasen atrapados en medio
de la nada. Con lo mal que llevaba su madre la impuntualidad, más aún esa noche
que se había dejado buena parte de la pensión en la opípara cena de Navidad.
Pero
la nieve caía como queriendo borrar cualquier otro desvelo.
—Tendríamos
que parecernos más a los yanquis —decía ella—. Aquí vemos como enemigo a
cualquiera que tenga una religión distinta. Y desde el 11 de septiembre, peor,
mucho peor, más fanatismo. En la escuela, la pobre Zurah ya no sabe qué hacer ni qué decir. Está
hasta la coronilla de que todos la miren como si ella en persona hubiera hecho
estrellar los aviones. Que se quite el velo, que se ponga ropa de aquí, que se
parezca a nosotros, que si esto, que si lo otro... —Cortó el aire con un
manotazo—. ¡Que vaya como le dé la gana! ¿No? Estoy segura de que en Estados
Unidos son mucho más abiertos, que saben distinguir más, y eso que aquello pasó
allí. Además: a ella le gusta la Navidad. Dice que en su casa la celebran. El
problema no es suyo, es nuestro. Somos unos intolerantes de mierda.
Pietro no abría la boca. Le costaba
trabajo, pero se enfocaba en la carretera, cada vez menos gris y más blanca. La
mujer intolerante parecía dispuesta a llenar los silencios a costa de lo que
fuera.
— ¿Por qué no dices nada? Parece
que te molesto...
— ¿Por?
— Pues que somos unos intolerantes
y a lo mejor te parece bien.
— No me parece bien.
—Pues di algo, ¿no?
— ¿Qué quieres que diga...?
—Pues eso, que no te parece bien.
Por esto, por esto y por esto.
—Ya lo dices tú.
—Parezco imbécil hablando sola. No
dices nada, pero te oigo rumiar las palabras.
— ¿Yo? Pero si agarras y no las
sueltas...
— ¡Pues levanta la mano, joder!
— ¿Que levante la mano? Tú estás de
coña.— Apenas unas frases cortas, unos cuantos monosílabos, discursos sin
hilar. La dote de palabras era de ella. Él tenía que conformarse con meter
cuñas de vez en cuando.
La miró durante unos segundos. El
coche patinó.
—No, si todavía nos la damos...
—Tendré yo la culpa...
—No; la tengo yo que no conduzco
—dijo sarcástica.
Su novio puso una media sonrisa y
se mordió la lengua. Por dentro tenía otro debate entre decir y decirlo todo y
el temor a acabar montando una trifulca que acabase por mandar la tarde al
carajo; una tarde de combate mudo, por su parte. Optó por coger el toro por los
cuernos.
—No me hagas reír. No hago más que
buscar huecos para decir algo. Y en cuanto abro la boca, te echas encima y te
pones a discutir. Y no te puedo
interrumpir, ni mucho menos. ¡Tengo que
pedir audiencia! Soy insensible, calzonazos y... ¡Ah! Y no estoy a tu altura.
— ¡Estás sacando las cosas de
tiesto!—El coche volvió a zigzagear—. ¡Para, para! Hay que poner cadenas. Mi
madre nos matará. Teníamos que haber salido antes, te lo dije. No sé cómo lo
haces, pero siempre tienes que alargar la hora de salir. Te preparas más que
una mujer.
Él aulló. La mujer intolerante empleaba
aquellas formas sibilinas de tortura.
—Va a poner las cadenas tu señora
madre —dijo con toda la calma de la que fue capaz—. Hablas de tolerancia.
Menudo cachondeo. Y si nos la damos, es culpa mía. Y que nieve, también: culpa
mía. Haber salido antes. Y si no hablo, culpa mía, por supuesto. ¡Todo es culpa
mía! Pero la tolerante eres tú, la que lleva la cuenta de las injusticias
del mundo, tú. Menos las de casa. Las de casa son otra cosa. —Se acabaron
las medias tintas. Sin drama y sin disfraces, continuó: —Soy más lento que tú,
en casi todo, en casi todo. Me gusta pensar las cosas, ordenar mis
pensamientos, respetar lo que dices, pero tú, tú..., eres como una apisonadora.
Agarras la palabra y no la dejas. ¡Joder, como si solo fuera tuya! —dijo
mirando al cielo—. Eres implacable. O soy como tú o no hay nada que hacer.
Había dejado de nevar y el sol se
aventuraba tímidamente a salir, como si invitara a fumarse la pipa de la paz.
Pero él no había terminado:
—Esto parece el senado, vamos. ¿Somos una pareja? Tú eres
rápida y yo soy lento; tú pides velocidad y yo pausas; tú necesitas miles de
palabras y yo no. Y no te vale cualquier respuesta. ¡Y tengo que levantar la mano
para intervenir! Me capas.
Salió
del coche. Hacía dos meses que había dejado de fumar, pero encendió un
cigarrillo. Ella permaneció cabizbaja en el asiento del copiloto mientras él
aplacaba su malestar con profundas caladas. Abrió el maletero. El sol se animó.
Unos minutos después salió ella. Las cadenas esperaban en el suelo.
—Lo
siento —dijo. Se apoyó junto al maletero. Muda.
—Mírame
cuando callo. Verás cómo trato de enlazar pensamientos que valgan la pena. —Le
temblaron los labios. Se sentía como un borracho al despertar de su delirio. Ella
callaba. Las palabras parecían haber cambiado de residencia.
—Lo
siento. No... No me daba cuenta —balbuceó.
—...
—Perdóname.
La
abrazó. Ella era inteligente. Tomaría medidas. Solo necesitaba darse cuenta.
—Yo
no hubiera sido tan amable contigo.
—Da
las gracias a tu amiga.
—
¿A mi amiga?
—A
la del velo. Sura... o algo así. Gracias a ella has entendido mi queja.
—No
es mi amiga, pero lo será —dijo con la mirada risueña—. Deja las cadenas. Vamos
dentro.
Hubo
un antes y un después. Algo había hecho clic. A pesar de los inconvenientes y
de que la madre rezongó por el retraso, la
mujer intolerante no se justificó. Las palabras tenían ahora una nueva
dimensión para ella.
¿Te suena eso de ponerse
a arreglar el mundo grande antes de haber arreglado el pequeño? Son arreglos de
patas cortas. El mundo está hecho unos
zorros, pero es consecuencia de la intolerancia, la falta de autocrítica, las
voluntades difusas. A menudo se necesita un golpe de fuera que impacte en la
diana.
Hay un cuento de García
Márquez que habla de esto, de empezar la casa por los cimientos. Termina con
una metáfora reveladora: para
arreglar el mundo, antes hay que arreglar al hombre.
Y a la mujer.
Ojalá te encuentre
dispuesta. No soy yo la del relato, pero está inspirado en una circunstancia de
la que fui protagonista.
______________
No
es la primera vez que Marian escribe
para este blog, de hecho ella es parte de las mujeres que se aman (mi proyecto del año pasado) y esta fue su
grandiosa entrevista,
además participó en un post colaborativo que trató sobre sanar
la relación con nuestra madre, y me regaló una hermosa felicitación
cuando cumplí 4 años como bloguera, así que ella regresa en esta oportunidad como
una perfecta coautora de este blog.
Marian es correctora, redactora, escritora
(también «ghostwriter») y es una apasionada de la palabra, su weblog
lleva como lema “Tus palabras son tu marca”, y si necesitas que tus textos
muestren tu esencia y conectar con otros a través de lo que quieres expresar,
ella sin duda te puede ayudar.
Nos
regala en este relato a una mujer
intolerante que se ha acostumbrado a avasallar con sus palabras, una mujer que
se queja de la intolerancia del mundo pero ocurre que el mundo no es más que
una proyección de su propio mundo.
La
mujer de este relato se parece a tantas de nosotras, nos escondemos detrás de
la queja y la crítica y apuntamos el dedo dando a entender que los intolerantes
son los demás cuando en realidad somos nosotras las que estamos siendo
intolerantes en todo momento, no teniendo la apertura mental y de corazón para
aceptar las diferencias y su entorno.
Siento
que cerrar este proyecto con la mujer
intolerante es una de las mejores decisiones, primero porque me encanta
como escribe Marian, y segundo porque con el solo hecho de ser intolerantes ya
le estamos dando cabida a cualquiera de los roles que se desarrollaron durante
este proyecto de Mujeres que aprendieron
a querer, proyecto que llega a su final justo cuando lees esta línea y me
encanta cerrarlo con Marian porque es alguien que aprecio mucho.
Querida Eliana: me regalas hermosas palabras desde que te conozco. Las agradezco en lo que valen, créeme. No ha sido un año fácil para mí y no está siendo sencillo su final. Así y todo, aquí me tienes, dispuesta a acudir si me llamas y dándote una vez más la enhorabuena por tus varios proyectos (no solo este). Vuelvo a decirte que me fascina tu fuerza y tu entrega, que si alguien da muestras de haberse aprendido a amar eres tú.
ResponderEliminarUn abrazo para tus tres cachitos, otro enorme para ti y que tengáis una Navidad feliz, feliz, feliz.
Mi querida Marian, gracias primero por cumplir con este compromiso que asumiste con mi blog, muy a pesar de lo difícil que ha podido ser para ti el año y todo lo que él ha traído consigo, te confieso que tampoco ha sido un año fácil para mí, a veces la lucha interna es más fuerte que lo que ocurre afuera y eso nos hace vivir circunstancias muy pesadas pero desde nuestro interior, entiendo que has lidiado con muchas cosas pero que grandioso es tener como aliada a la escritura porque a través de ella desahogamos muchas cosas, me encanta tenerte por aquí, sabes que te aprecio mucho y sé que algún día desvirtualizaremos para por fin abrazarnos y conocernos mejor, te deseo un 2019 lleno de mucha dicha y paz, siempre será un placer para mí involucrarte en mis proyectos.
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