¿Y si fuera
ella? ¿Y si la mujer que toda la vida he
estado esperando fue alguna vez una mujer dependiente?
Qué extraño
parece mirarse ante un espejo tan potente como el suyo. La mujer que esperaba
como agua de mayo es una mujer que no
sabía estar sola. Una chica cualquiera en un mundo hostil para sí misma.
Una señora de los pies a la cabeza que ha olvidado en el último cajón de la
cómoda su dignidad.
La mujer que
siempre soñé estaba aquí. Siempre la veía pasar, iba con los hombros caídos, la
mirada llorosa, y siempre un grito le pendía de un hilo en esa voz que cantaba
al amor por no llorarle.
Esa persona que amo, primero fue mujer necesitada de afecto. Quería
que la quisiesen y, sin embargo, jamás la querían. Ella enamoraba, ella
seducía. Sabía perfectamente las palabras adecuadas a la hora de que un hombre fijara
su atención en ella. Siempre iba elegante. Usaba su vestido como arma de doble
filo, igual vestía sus inseguridades de pomposos ademanes que desvestía su alma
a los pies de los caballos.
La mujer que
amo, antes de conocerla de verdad, era una mujer rechazada. Se la necesitaba y
ofendía a partes iguales. Ella se rechazaba a sí misma y es por lo que aquel
caballero jamás la aceptó como era.
Era una dependiente emocional que tasaba su valor en virtud de amor y
aceptación ajenos. Pero para su desgracia, su auto
rechazo le hizo querer reafirmarse en otros ojos, ojos tan lejanos de sus
corazones que ella poco podía hacer. Contra
más forzaba la aprobación de los demás mediante el amor, más la rechazaban.
Aprendió a
golpe de heridas en el alma que el corazón no puede venderse sin dignidad
alguna. Debía darse su valor, darse su lugar. Priorizarse ella antes que nadie.
Estas cosas eran ciencia ficción para una
mujer dependiente que esperaba, cuya señorita espera
que la elijan en el baile de fin de curso.
Mas sin
embargo su necesidad no cubierta tenía siempre un alo de misterio. Ella gustaba
de estar sola a ratos libres. Después ya no quería pasear conmigo. Muchas veces
se encerraba a cal y canto y se le hacía arduo ser la compañía de otras gentes,
mi compañía. Era una dependiente
emocional extraña. Cogía una máscara que resguardara su perenne tristeza y
entre las fiestas y las ensoñaciones se perdían en su recuerdo.
Su autoestima iba en picado, aunque ya venía dañada de serie.
Se veía inferior y se comparaba constantemente con las demás. Quería saber por
qué le pasaba eso a ella. Qué tenía de malo. Si acaso la mala suerte se había
vengado de ella por haber nacido cuando no debía.
No entendía por
qué no la habían aceptado las otras niñas y después, los candidatos que la
pretendían dejaban de pretenderla sin orden ni concierto.
Prefería
estar mal acompañada aunque eso le costara mil sufrimientos, cualquier compañía por letal que fuera, era
mejor que su presencia en el silencio. Y su amor se desgastaba. Ella creía
amarles y por eso se daba en exceso. No lloraba delante de ellos, pues tenía su
orgullo aún en pie, mas sí se rebajaba en situaciones que su instinto le decía
que eran inaceptables para una señora.
A veces,
debía huir antes del alba por miedo a que le hicieran un daño irreparable. Daba
besos al aire mientras se alejaba sin quererlo de quien creía amar, solo para
mantener su supervivencia.
Pues tenía
una intuición muy marcada, esto le permitía no estamparse contra su propia dependencia. Ella sabía que
colmar su absurda necesidad de no estar sola sería la muerte de sí misma y de
su ego.
A la mujer que amo no la hubiera podido amar antes de aprender a amarse y, sin embargo, debí haberlo hecho antes. Ella
no se amaba, ella no decidía, ella iba
directa a estamparse contra sí misma en brazos de personas que eran puñal para
su herida no cerrada.
A veces
pienso en si debí rescatarla antes. Yo lo sabía y veía que en cualquier momento
entraría en escena su debacle. Aunque ahora la miro sin que se dé cuenta y veo
que, la belleza que ahora le sale por los poros no estaría haciendo acto de
presencia en su mirada de haberla salvado de ser herida.
Yo la amé, es
cierto. La amé siempre, confieso; pero no estaba enamorada de ella. No la
valoré y por eso se devaluaba en cada encuentro anterior al nuestro. Una vez
ella se reencontró conmigo y yo con ella, nos abrazamos, aceptando como un todo
mi imperante dualidad. Me encontré a mí
misma, por fin calmada mi propia dependencia, y pude amarme sin buscar en
otros brazos la felicidad.
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Me alegra
haber coincidido con Meri en este
mundo del blog, me encanta saber que somos un grupo grande de mujeres
trabajando en esto de la autoestima y el amor propio, y que bueno encontrar a
una mujer que ayuda a otras mujeres en relaciones afectivas complicadas a
través de El Blog de Meri.
Mi invitada nos
regala a una mujer dependiente
emocionalmente, en cuyo relato sentí al principio como si una voz masculina
estuviera describiendo a nuestra protagonista, pero al final me doy cuenta que
siempre fue ella la que se veía con esa compasión propia de todo aquel que ha
alcanzado la autoestima.
La dependencia emocional es un virus letal del que muchas mujeres
estamos contagiadas, la búsqueda de aprobación es uno de
sus síntomas, el esperar del afuera es otra de sus señales, pero que grandioso es el autoconocimiento cuando
viene tomado de mano con el amor propio porque nos rescata de ser dependientes y
nos ayuda a deslastrarnos de esa codependencia que nos muestra ese otro que
también está infectado y que nos sirve de espejo.
Nadie mejor
que Meri pudo haber dibujado a esta mujer
dependiente, ya que ella es consultora emocional, coach sentimental,
abogada de familia y escritora, además te invita en su blog a salir de
experiencias amorosas complicadas e inestables orientando a mujeres en el
ámbito afectivo.
Es la autora
del libro La ventana de
mis ojos, una novela narrada en verso en
donde Meri describe el sufrimiento que causan las relaciones afectivas cuando
el amor propio no está bien cimentado, así que mi invitada tiene todo un
arsenal de emociones que ofrecerte a través de sus párrafos y su estilo.
En algún lugar de un libro hay una frase que te está esperando.— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) 17 de junio de 2017
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