Ella se despertó sobresaltada, con la sensación de que
era tarde… “me he dormido, me he dormido”. Miró su móvil y vio que eran las
9.30. A las 9h tenía que estar en el trabajo.
Corriendo por la casa y maldiciendo en voz alta se
vistió, se limpió la cara con una toallita desmaquillante y salió disparada
hacia el tren, sintiendo su pecho agitado, su mente dispersa y sus piernas
pesadas: “empiezo bien el día…” se decía.
Ya en el tren, comenzó a escribir un watsapp cuando su
móvil se quedó sin batería; lanzó un soplido quejicoso al aire y al levantar la
vista se encontró con la mirada de una mujer que había a unos tres metros de
distancia, de pie. Aquella mujer sucia y harapienta la miró, y sonrió casi de
manera maternal, y ella se sintió triste y pequeñita, avergonzándose por sus
quejidos delante de aquella persona que probablemente no tenía nada y que aún
así podía regalar una sonrisa sincera.
Cuando por fin llegó a la oficina se topó de frente
con su jefe, y antes de dejarlo hablar le lanzó una excusa por su tardía
llegada; no quería que pensara que era una irresponsable. Él la calmó con un
“tranquila, no pasa nada” y ella le sonrió tímidamente y sintió un nudo en el
estómago que le duró toda la jornada.
Al sentarse en su mesa de trabajo encontró un pequeño
paquetito con una nota encima: “Te he traído unos chocolatitos de Suiza, sé que
te encantan. El bombón que conocí allí me lo quedo para mí, luego te cuento”, y
una carita guiñando un ojo y sacando la lengua. Ella esbozó una media sonrisa
casi parecida a una mueca pensando en la suerte que tenía de tener una
compañera tan detallista y tan divertida, y se sintió mustia porque ella no se
creía divertida ni tenía detalles con su amiga; “no merezco estos detalles”, se
decía.
Más tarde su jefe le pidió si después del trabajo
podía acompañarlo a elegir un traje para una celebración. A ella no le iba nada
bien porque había prometido a su hijo que llegaría a tiempo a casa para darle
el bañito, pero se sentía mal por haber llegado tarde y haber mentido, así que
accedió a hacerle el favor a su jefe, y se sintió afligida porque defraudaría a
su hijito más tarde.
Ya de camino a casa pasó por delante de un escaparate
en el que descubrió un vestido precioso. Se quedó quieta con la mirada fija en
el vestido, pensando si entrar y comprarlo, pero lo descartó enseguida
explicándose que tenía ya suficiente ropa y que gastar el dinero en caprichos
no estaba bien.
Cuando por fin llegó a casa sintiéndose enfadada y sin
energía, su marido le estaba dando el bañito al chiquitín. Ella entró en el
cuarto de baño, les dirigió una sonrisa cansada y se sentó al borde de la
bañera a escuchar como su hijito le contaba con su recién adquirido vocabulario
sobre el avión que había visto con papá, y el “brum brum amayillo” del tito.
Ella lo miraba complacida y a la vez se sentía abrumada por tener una familia
tan maravillosa, quizá demasiado buena para ella; entonces sintió un escalofrío
recorriendo su cuerpo acompañado del pensamiento de que algo malo podía
ocurrirles en cualquier momento.
Antes de dormir, ya en la cama, ella estaba derrotada.
Aquel día no había sido especialmente duro comparado con muchos otros, pero
sintió que algo dentro suyo había llegado a un límite, y rompió a llorar. Se
sentía incapaz de lidiar con su día a día, sospechando que había algo realmente
sencillo que ella se ocupaba siempre de complicar, sin saber por qué ni cómo.
Lloraba sintiéndose cansada mentalmente, dolorida físicamente, aburrida,
incluso vieja. No conseguía disfrutar de sus relaciones, ni siquiera conseguía
disfrutar de su hijo porque siempre estaba preocupada por todo: lo que
pensarían los demás, las cosas malas que podrían pasar, lo que ella hacía mal,
lo que ella debería hacer o no hacer…
Mientras se regocijaba en su dolor se sintió culpable por estar llorando
así, “por nada importante”, sabiendo que no podía quejarse de su vida: tenía
trabajo, salud y una familia maravillosa. Y entonces fue el colmo: se dio cuenta de que se pasaba la vida
sintiéndose culpable y ahora se sentía culpable por sentirse culpable. Y
decidió que hasta ahí había llegado.
De repente su llanto cesó, sintiéndose por un instante
despejada. Sin saber porqué, de un impulso sacó un cuaderno de su mesita de
noche y comenzó a relatar todo lo que había pasado ese día, pero lo hizo escribiendo lo que podía pasar si
sustituyera los momentos de culpabilidad por gratitud:
Ella se despertó sobresaltada con la sensación de que
llegaba tarde, y así era. Pero pensó: “siempre soy puntual”, “esto le puede
pasar a cualquiera”; así que se vistió tranquila y envió un mensaje a su jefe
explicándole lo ocurrido.
Se sentó en un vagón del tren y observando a su
alrededor se fijó en una mujer harapienta que estaba de pie. Ella le ofreció el
sitio y la mujer contestó “no, gracias”. Ella sonrió con compasión, deseando lo
mejor para aquella desconocida y agradecida por todo lo que ella tenía en la
vida.
Cuando llegó al trabajo encontró unos bombones en su
mesa con una nota de su compañera de despacho, y se sintió agradecida por tener
una amiga tan detallista y divertida. Le contestó con otra nota “me has
alegrado el día, eres la mejor, gracias” y su cuerpo se llenó de una cálida
sensación durante el resto de la jornada.
Más tarde su jefe le pidió el favor de acompañarlo a
por unos trajes, pero ella contestó que no le iba bien, pues se había
comprometido ya con otra persona; pero se ofreció a ayudarlo en otro momento si
a éste no le corría prisa. Se despidió con una sonrisa y se fue a recoger a su
hijo al colegio.
De camino a casa pasaron por un escaparate en el que
vio un vestido precioso, y pensó “si en tres días lo sigo deseando vengo y me
lo compro”, y siguieron caminando encontrándose al tito con su nuevo coche
amarillo; también vieron un avión cruzando el cielo y más tarde prepararon el
bañito junto a papá.
Por la noche, ya en la cama, se sintió a gusto consigo
misma y con su vida, sabiendo que ella daba lo mejor de sí misma y merecía todo
el amor que había a su alrededor...
Al acabar de escribir las últimas líneas, ella se
sintió llena de energía y serenidad, y se
dio cuenta de que hacía demasiado tiempo que acarreaba a sus espaldas
constantes sentimientos de culpa y auto exigencia que le impedían ser feliz,
y sabía que no iba a ser fácil cambiar esto. Pero supo que solo intentarlo ya
valía la pena. Supo que era su
responsabilidad el reeducarse según sus propios valores y deseos más profundos,
dejando atrás una educación basada en el miedo y el castigo.
Confió en el espontáneo ejercicio de sustituir la culpa por gratitud, y decidió que lo aplicaría cada día en cada momento necesario. De este modo podía ir soltado la culpabilidad poco a poco e ir sembrando y regando la semilla de la gratitud, que era algo mágico que la llenaba de energía tan solo con experimentarla un instante. Y así ella aprendió poco a poco a confiar en la vida, a permitirse disfrutar, a permitirse Ser.
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Confió en el espontáneo ejercicio de sustituir la culpa por gratitud, y decidió que lo aplicaría cada día en cada momento necesario. De este modo podía ir soltado la culpabilidad poco a poco e ir sembrando y regando la semilla de la gratitud, que era algo mágico que la llenaba de energía tan solo con experimentarla un instante. Y así ella aprendió poco a poco a confiar en la vida, a permitirse disfrutar, a permitirse Ser.
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Conocí a Nadia de manera virtual en un post
fabuloso donde precisamente la culpa era un ingrediente principal, de allí me
surge la idea de invitarla para hacer este relato de la mujer culpable. Ella es la escritora de Armónico Caos, un blog donde
podemos ver la forma tan particular que tiene Nadia de ver la vida desde un
sentir profundo y de conexión con el ser y la esencia de cada mujer.
Ella nos trae
a una mujer culpable en su cotidianidad,
una culpa que es como un peso innecesario en el que nos sumergimos a diario por
el simple hecho de quedar bien con los demás, me atrevería a decir que hasta una culpa cultural, la cual venimos arrastrando
en el tiempo como un pacto silencioso que hacemos con las
mujeres de nuestras vidas.
Es hora de suprimir la palabra culpa y reemplazarla
por responsabilidad, hacernos
responsables de ese legado y saber que ya no somos autómatas de patrones
repetitivos, que en nuestras manos está la maravillosa tarea de construir una
nueva historia donde el error o el tropiezo no sean un estigma o una forma de
concebir al género femenino.
Mi escritora
invitada es terapeuta corporal holística y ayuda a mujeres a conectar consigo
mismas, es una enamorada del cuerpo humano y es por ello que en su blog
encontrarás muchos posts enfocados en lo corporal pero también en ese cuerpo
emocional que todas tenemos pero que muchas veces desconocemos o dejamos de
lado. Percibo a Nadia como una mujer sencilla e integra, que trabaja a diario
en ella misma y en su conexión con la vida.
De culpas y culpables está lleno el camino hacia ninguna parte.— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) 10 de abril de 2018
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