La sociedad occidental está
plagada de “yonquis del amor”. Es decir, mujeres y hombres que defienden un
concepto muy particular de amor que no tiene nada ver con la idea de una
relación libre, sana, consensuada y mutuamente respetuosa entre dos personas. Por
el contrario, con la de un enredo agotador y tormentoso que perjudica tanto el
bienestar emocional, como la salud y, a veces por desgracia, la integridad
física.
Este amor, característico de la mujer inmadura, se define por la ilusión
de lo eterno e imperecedero y está plagado de concepciones erróneas en
torno al amor, vinculadas a ideas de posesión del otro y con la creación de
vínculos disfuncionales, basados en la dependencia afectiva o emocional.
Una dependencia emocional que es
definida como la necesidad que siente una persona sobre otra. Es decir, necesitar
del otro para sentirse feliz.
Este es el caso de la mujer inmadura que no puede estar sola porque se
deprime y su autoestima decae, siendo incapaz de disfrutar de la vida por
sí misma, así que ha convertido su relación con el otro en su única necesidad,
con la que cree que solo es capaz de sentirse bien en su presencia.
Esto la ha conducido a un amor
encorsetado o vinculado a las expectativas del otro, o lo que es lo mismo, un
amor con condiciones.
En cambio, la mujer madura, se conoce a ella misma y es capaz de
proyectar su seguridad en otros. Goza, por tanto, de una buena autoestima y
respeto por ella misma. Es una mujer fuerte, que ha sorteado carencias, rechazos
y dolor; pero que encontró la posibilidad de reafirmarse y vivir con pasión.
Es una mujer interesada en
profundizar en los modelos afectivos disfuncionales en los que ha sido educada
y en cómo estos condicionan su visión del amor, es una mujer con la capacidad de amar como clave de transformación
personal.
Sabe hacer frente a sus miedos
y tiene la capacidad de expresar lo que siente. No obstante, ha
desarrollado la delicadeza y el tacto de evitar herir a los demás.
No desperdicia el tiempo
aferrándose a lo que una vez tuvo. Ha aprendido a disfrutar del momento
presente, con lo que éste le ofrece.
Disfruta de los pequeños
detalles, de los amaneceres, de un buen vino, de una buena conversación, de
momentos de conexión que van más allá de lo físico y que acarician el alma.
En el amor es más comprensiva,
pero también más selectiva. Tiene muy claro lo que quiere y lo que está
dispuesta a dar y a recibir. Es responsable de sí misma, de sus emociones y su
crecimiento, no tiene lugar para resentimientos; porque no está esperando el
reconocimiento de nadie más allá del propio; ya que busca amar en términos de
igualdad, no de dependencia.
Tiene muy claro lo que va a
tolerar y lo que no. Dado que con el tiempo ha aprendido a distinguir
aquello que solo la entretendrá por un tiempo, frente a quien podría ocupar un
lugar especial en su vida.
Se ha desligado de los mitos
del amor y da prioridad a la tranquilidad y estabilidad frente a los
delirios de la pasión irracional.
Su capacidad de amor llega al
máximo, dado que su visión del mismo es cada vez más realista y con menos
expectativas.
La nutren las conexiones que
van más allá de lo físico, lo que le permite descubrir la verdadera esencia
del otro y con ello, al mostrarse tal cual, se siente libre, además de cautivar
a quien tenga el privilegio de merecer su amor.
Lo que caracteriza a la mujer que ha dejado atrás la inmadurez
emocional, es que se siente completa, plena y se acepta tal como es,
porque en algún momento se responsabilizó de su propia felicidad. Esto le
permite crear vínculos basados en preferencias y no en necesidades o carencias
emocionales.
El machismo que vive interiorizado como una
autoridad invisible, le ha requerido tiempo para combatirlo, pero ahora posee una
visión que le permite construir relaciones más justas, equitativas y
auténticas.
Esta mujer le ha hecho frente al estereotipo de ser
débil y sentimental para ocupar espacios en los que la fuerza y la capacidad intelectual
que posee, se ponen a prueba contantemente.
Leyendo
a la eminente psicóloga, Bárbara
Fredrickson, en su libro “Love 2.0”, ella encontró entre sus líneas
que el amor no es eterno, ni tampoco incondicional. El amor no es
romance, ni tampoco deseo sexual, ni ese lazo especial que las personas sienten
por su familia o pareja. Ella
comprendió que para Fredrickson el amor es un micromomento de
conexión espiritual que se comparte con otra persona.
En su rol de mujer inmadura ella solía pensar en el
amor al mismo tiempo que en sus seres queridos. Pero entendió que cuando las
personas solo clasifican a su círculo más íntimo de familiares y amigos como
tales, sin darse cuenta, restringen sus oportunidades de encontrar crecimiento,
amor y bienestar.
Ella ha podido
experimentar micromomentos de conexión con cualquier persona. Y entiende que mientras
una mujer se sienta segura y capaz de establecer la conexión correcta,
solo así, se darán las condiciones adecuadas para experimentar amor en toda
su plenitud.
Actualizar esta
visión del amor desafió su lógica imperante. Existe evidencia de que cuando
realmente se establece una conexión con alguien más, entre ambos emerge una
sincronía perceptible, denominada resonancia positiva.
Gracias
a la resonancia positiva las personas se convierten, en algún punto, en el
reflejo y la extensión de otro ser humano. El amor, desde este prisma, no
pertenece a una persona en particular, sino que fluye entre las personas
involucradas.
Ella
sabe ahora que cuando se está realmente conectado con el otro es como si se
estuviera en sincronía con su cerebro.
El amor se manifiesta a través de la sonrisa, gestos corporales, el
acercamiento físico y el sexo.
El
amor, visto así, transforma y es ahora su decisión de querer o no construirlo. Amar
es un arte, una habilidad que se desarrolla mediante la práctica de diversas
técnicas. Así que ser honesta con ella misma fue su primer paso.
En
este momento ella percibe que el amor es compasión, es tener empatía hacia el
otro y comprender su dolor. Las
experiencias dolorosas a las que tuvo que hacerle frente en su vida fueron
oportunidades para despertar sentimientos de esperanza y aptitudes resilientes.
Fue así como la mujer inmadura aprendió
a querer, entendiendo que el amor
crea recursos que benefician directamente la salud, los lazos sociales, la personalidad
y la resiliencia, dado que brinda reacciones positivas automáticas hacia
aquellas personas con quienes comparte hermosos micromomentos.
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Estoy
encantada de tener a Cristina entre
mis escritoras invitadas, ella desde su blog BeHappiesT ayuda a construir
relaciones personales más profundas y significativas, y esto queda muy bien
reflejado en el relato.
Cristina
nos regala a una mujer emocionalmente inmadura
que tiene un concepto errado del amor, que confunde relación con amor y no
sabe que ambas van de la mano pero que pueden estar mirando hacia diferentes
perspectivas.
La mujer inmadura que se perfila al principio del relato no sabe que el amor es una energía que la
conecta con personas que están en su misma sintonía, así que ella espera
desesperadamente del otro sin darse cuenta que todo ese caudal de amor lo lleva
dentro de sí y no es necesario ir a buscarlo a ninguna parte.
Una mujer
madura no es necesariamente una mujer entrada en años, es una mujer que ha
entendido que la vida no se construye a partir de la necesidad del otro, sino a
partir de priorizarse a ella misma.
Cristina es Doctora en Psicología Positiva, especializada en
resiliencia y crecimiento postraumático, así que este relato lleva mucho peso
tanto para mí como para mis lectoras porque es una mujer que trabaja por el
bienestar de otros y eso es fundamental cuando buscas un escrito que te
reconforte e identifique, y mi invitada lo ha logrado en cada palabra.
Creo en la contundencia de un párrafo final que siempre nos deje esperando por más.— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) 28 de enero de 2018
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