Querida yo que nunca
fui, te escribo
desde el futuro, ese lugar que muchas veces creíste incierto y al que le
pusiste más expectativas que realidad, te escribo porque es la única manera de
comunicarme contigo y hacerte comprender que la vida era más simple y menos
complicada.
Sé que nunca fuiste paciente y que la ansiedad
siempre te rondaba, sé que nunca te
gustaron los excesos y que era común en ti el no sentirte de ninguna parte,
pero justo ahora cuando le he dado a mi vida un sentido de pertenencia, viéndome
frente al espejo y observando con detalle las huellas del tiempo, me cuesta creer que nunca te hayas amado, que
nunca te respetaste lo suficiente y que ese amor que nunca profesaste por ti
misma me esté pasando la cuenta.
Ya ni siquiera te miro con nostalgia, de
este lado de la vida pareciera que nada valió la pena, me cuesta perdonarte por no haber tenido
otros intereses, por no haber tomado otras decisiones, por no haberte incluido primero y por haber priorizado lo que ya no me
importa.
Entiendo que tus prioridades ya no son ahora
las mías, pero viéndolo todo en retrospectiva, siento que tuviste mejores
opciones, pero como nunca apostaste por
ti, preferiste anteponer cualquier vacío que le encajara temporalmente la
palabra amor.
De seguro tendrás la sensación de que esta
carta sabe a reproche, y puede que te
esté reprochando lo que nunca fuiste y me gustaría que hubieras sido.
Desde esta poca consciencia que ahora tengo, te
miro tan inconsciente y presumida como si la juventud fuese un tesoro al que
hay que derrochar y la adultez un lugar al que no pretendías llegar.
Tal vez escribo estas líneas porque me da miedo
envejecer, ya que por más que me haga la indiferente con el tema, por más que
no trate de pensar en lo que vendrá, siento temor a entrar desprevenida en el
otoño de la vida, porque tal como ocurre con el otoño anual cuando las hojas
cambian de color por el clima frio que trae el viento, y cada hoja cae sin que
el tiempo lo pueda evitar y sucumbe en el pasto seco y no regresa al árbol nunca
más, así me siento ante la mujer que
nunca fui y hoy quisiera haber sido.
Es por ello que te veo tan desprevenida, tan
llena de juventud, tan desenfada, tan irreverente pero al mismo tiempo con tan
poca autoestima, y es allí donde radica todo y la razón por la que ahora te
escribo, por
ese desamor, por ese enojo constante con el espejo, sin darte cuenta lo hermosa que eras aunque
nunca lo hubieras reconocido.
Y al escribir esta
carta me siento tan lejana de ti, como si recordara a alguien a quien tengo décadas sin ver y ya ni el
tono de voz guarda mi memoria, alguien que hoy desconozco y a quien me hubiera
gustado no haber conocido, pero sin ti
sería imposible que hoy estuviera escribiendo esta carta.
Nunca fuiste segura de
ti misma ni te creiste merecedora, nunca esperaste
paciente a que la vida te trajera las buenas nuevas, sino que salías corriendo
con la impulsividad tomada de la mano a enfrentarte contra muros vacíos, y cuántas
veces lloraste sin razón, cuánta ansiedad desbordada por dejar que tus
pensamientos definieran tu personalidad, pero hoy me doy cuenta que no soy lo que pienso y que el enemigo nunca
estuvo afuera sino adentro.
Lo sé, estoy siendo muy dura contigo, como te
dije me cuesta perdonarte pero más me
cuesta perdonarme por lo que nunca fui y prefiero achacarte la culpa que
tomar la responsabilidad de lo que pude haber hecho y no hice.
Recuerdo cuando soñabas con lo que ahora soy, cuando
te visualizabas como una mujer más pacífica, serena, llena de bienestar y
plenitud, eslabones a los que cuesta llegar y que aún no alcanzo, pero de los
que estoy más cerca desde tu perspectiva, pero
como nunca creíste en la posibilidad de que la vida te haría parar y dejar a un
lado el desenfreno, entonces se te hizo más fácil dudar de ti misma que
apostar por la mujer que algún día serías.
Debo admitir que me he
extrañado a mi misma muchas veces, lo cual quiere decir que te he
extrañado, que he pensado en ti compasivamente sabiendo que siempre hiciste lo
mejor que pudiste con el
conocimiento que tenías en cada época de la vida.
Sé que nunca más volveré a verte, el espejo ya
me lo dice, te miro en fotos antiguas con esa sonrisa ancha y sé que fuiste
feliz, pero también sé que nunca te
diste cuenta de qué tan feliz eras.
Nunca te imaginaste que serías una
mujer que aprendería a querer, la vida se encargó de ponerte en
encrucijadas en las que el amor fue todo un desafío, y sé que nunca te
sentiste amada, pero entendiste con el tiempo que cada quien te amó de
la misma forma cómo tú te has amado aunque nunca lo hayas percibido.
Hasta aquí esta carta
mujer que nunca fui, hasta aquí estas letras que nada cambian lo que he vivido, pero que me permiten culminar la
vida sabiendo que siempre se puede tomar otro camino, uno que no me ofenda ni
me desvalorice ni me deje de última, sino que me priorice, me reconozca y me
enaltezca, uno que en un futuro yo pueda escribir: carta a la mujer que siempre fui y me encantó haber sido.
Nada se destruye, todo se trasforma.— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) 2 de febrero de 2018
Lo que somos ahora ya existió en otro espacio y en otro tiempo.
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