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La mujer herida



Si me hubiesen preguntado hace algunos años qué entiendo yo por amar, seguramente no hubiera sabido qué responder. Hoy, mientras escribo estas líneas, acabo de darme cuenta de que todavía sigo siendo una mujer en busca de respuestas.

En cambio, no puedo decir lo mismo si hablamos del dolor, ya que, hace más de diecisiete años viví una experiencia que me enseñó gran parte de todo lo que sé, y tal vez también gran parte de lo que soy, a través de sentir un dolor mucho más profundo de lo que jamás había imaginado.

Cuando te sientes obligada a susurrar un “adiós” o, por momentos, un “hasta pronto” con el corazón roto en pedazos y teniendo delante el cuerpo inerte de una persona a la que has querido con todo tu ser, no te resulta sencillo volver a confiar. Tampoco lo es volver a sonreír.

Realmente, no quiero generalizar, pero es así cómo fue en mi caso. Después de perder a un ser querido de la forma más devastadora, sientes un vacío tan inmenso que te recuerda algo así como una sensación de que te sigues teniendo a ti, pero ese tú con el que debes aprender a convivir es alguien que desconoces.

Es un corazón helado, es como un reloj con las agujas del tiempo fragmentadas en trocitos muy pequeños, convirtiéndote en un puzle en el que sencillamente, y no tan sencillamente, sientes que ya no encajan ciertas piezas. Y lo peor no es eso, lo más difícil de asumir es sentir que en ese puzle la mayor pieza que no encaja eres tú misma.

A pesar del vacío y a pesar de las lágrimas, sabes que aún queda mucho dentro de ti, pero, si eres consciente de algo, es precisamente de que no te va a resultar sencillo volver a conectar con esa nueva tú. Eso no significa que no lo desees, lo que realmente significa es que te sientes perdida y no sabes cómo vas a lograr hacerlo.

Cuando ese dolor pasa a formar parte de tu vida, rápidamente intentas entablar la relación más sana posible con Duelo, ese nuevo personaje que ha decidido aparecer en escena en ese teatro que es tu vida porque desconoces cuánto tiempo va a durar su visita.

Puede que sean semanas, meses, tal vez años… En ese momento no te atreves a delimitar el tiempo que durará esa relación, pero lo que sí sabes es que Duelo ha llamado a tu puerta para tomarse un triste café contigo. Y eso te enciende, pero te sientes tan abatida que optas por dejarle pasar, sin más.

Lentamente y a medida que tus fuerzas te lo van permitiendo, vas viendo en el rostro de las personas queridas que tienes cerca retales de amor y de esa ilusión por la vida que tú misma sentiste en algún tiempo anterior.

Desde la experiencia te diré que creo que la clave y eje fundamental es darse permiso. Permiso para estallar de dolor, permiso para llorar, permiso para el silencio, permiso para sentir, permiso para ser una mujer herida.

Cuando lo haces es cuando, a mi modo de entender, das el primer paso para avanzar y aprender algo, sea lo que quiera que sea, gracias a esa experiencia que la vida te ha puesto por delante.

Aunque suene a tópico, ese dolor devastador que sientes al principio se va convirtiendo en una necesidad de volver a aferrarte a aquello que te ilusiona y a aquello que te regala fuerzas para descubrir lo que vendrá en el siguiente capítulo.

En mi caso, ese siguiente capítulo, esa segunda parte de la enciclopedia irónica y loca que es mi destino, vino repleto de vivencias maravillosas en forma de viajes, decisiones valientes y de nuevas personas que se cruzaron en mi camino, en algunos casos para quedarse y, en otros, para intercambiar enseñanzas no carecientes de sentido.

En ese siguiente capítulo decides despedirte de Duelo y dar la bienvenida a otro gran personaje que se convertirá en un gran aliado y compañero de batallas. Ese gran personaje lleva por nombre Desapego.

Aprender y aceptar que hay elementos de tu vida que pueden llevar fecha de caducidad y que tal vez no puedas contar con ellos durante todo el tiempo que te gustaría es una pieza clave para fortalecerte y seguir adelante disfrutando mejor de un presente más focalizado hacia el aquí y ahora.

Aprender a necesitar menos y liberarnos de relaciones construidas a base de expectativas es también una maravillosa forma de amar, de amarnos a nosotras mismas de manera más saludable, y de respetar a las personas que nos rodean sin cargarles de nuestros propios miedos e inseguridades.

Desapego es un fabuloso maestro de vida, además de alguien que puede enseñarnos mucho acerca de nosotras mismas. Me ha enseñado a amar de una forma más auténtica y honesta, a través de mi propio autoconocimiento y de la aceptación de la propia esencia de quienes comparten conmigo este viaje.

Puede que el dolor limite tu mirada a través de la ventana, que te haga una mujer herida, pero el amor te muestra la belleza real de todo lo que convive contigo, incluyéndote también a ti misma.

Puede también que el miedo a perder a alguien te lleve a dudar acerca de la duración o permanencia de uno o varios elementos de tu vida, pero créeme cuando digo que lo que descubres después es mucho más poderoso que ese miedo.

Con dolor o sin él, tras la ventana queda mucho por descubrir, personas maravillosas con las que puede haber mucho que compartir, y el disfrutar o no de estas posibilidades tan sólo depende de ti.

Nos pasamos la vida escuchando hablar acerca del amor, pero, a causa del dolor o de otros sinsabores, desaprovechamos mucho el tiempo para averiguar en qué consiste realmente.

A ti que estás leyendo esto sólo puedo animarte a que no camines por la vida de puntillas por miedo a que te hagan daño.

Arriesga y deja que arriesguen por ti, siente, camina, vive… AMA… Porque donde el amor aflora reside la magia y una vida sin magia… Sencillamente no es vida, te lo dice una mujer que estuvo herida y aprendió a querer.

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No es la primera vez que Alicia escribe para mi blog, ya estuvo aquí con un post invitado titulado De la ruina a la transformación, y además participó en un hermoso post colaborativo en el que varias blogueras conversamos sobre sanar la relación con nuestras madres.

Ella es la escritora del blog Creciendo entre mochilas, en el cual mezcla su historia personal con sus viajes y nos regala reflexiones hermosas, tal como lo ha hecho en este relato en primera persona donde nos muestra a una mujer herida que aprendió a querer.

Este tipo de mujer surge de sus propios escombros y sabe reconocer a las otras mujeres heridas porque es un lugar en el que ha permanecido por mucho tiempo. Ella abrazó la vida desde la tristeza y se acostumbró a vivirla así, el entusiasmo no pasaba por ella hasta que la dicha tocó a su puerta, cambió su cotidianidad y le dio otro nombre a su contexto cuando entendió que desde el sufrimiento no es la única forma de sentir la vida.

Alicia es una mujer encantadora con quien tuve conexión desde el primer momento que conversamos, me encanta su forma de ver la vida y es por ello que sus letras se posan por tercera vez en mi blog, sabiendo que mi casa virtual de letras siempre estará abierta para ella.

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