Nuestra madre es el primer
referente femenino que tenemos en nuestra vida, la hayamos o no conocido, hayamos tenido
una buena o mala relación con ella, nos haya demostrado o no el amor, es una
parte esencial de aquello que creemos. Estuvimos
en su interior, sabemos perfectamente cómo suena su corazón, y aunque
creemos que no lo sabemos o que ya lo olvidamos, todo lo que ella sintió
durante el embarazo lo llevamos grabado en nuestro sentir y en nuestra forma de
percibir la vida.
Reconocerla en nuestro interior
es el primer paso para comenzar a sanar. Percibirnos a nosotras mismas siendo una proyección actualizada de
la madre, o tal vez, comportándonos totalmente diferente a como ella lo hacía o
lo hace es una forma inconsciente o consciente de identificarla para no
repetirla, para no reiterarnos en el amor como ella lo hizo, pero no
rechazándola, sino haciendo luz su
presencia para no traer su herida de amor a cuestas.
Pero este es un tema muy difícil
para abordarlo sola, es
por ello que he reunido a 5 bloggers talentosas: Virginia, Marian, Alicia, Carolina y Diana, mujeres grandiosas que
escriben extraordinariamente en sus blogs y quise hacerlas parte de este
proceso de sanación, precisamente para ver más de cerca la influencia de la
madre en nuestras vidas a través de estas diferentes versiones relacionales.
Conozcamos cada uno de estos valiosos puntos de vista y nos vemos al
final del post para tratar de concluir un tema tan importante que puede nos
saque alguna lágrima o arrugue un poco nuestro corazón.
Mi madre es mi espejo, lo tengo claro; de la misma forma que lo
son mis hijos y mi marido. Y mi padre. Pero entiendo que por el mero hecho de
habitar su interior, la relación madre e hija va más allá.
Así, lo que más me puede molestar de ella (a menudo simples tonterías)
son precisamente señales que me indican lo que más me debo trabajar yo. ¿Te ha
molestado eso, Virginia? Pues pregúntate cuáles son los motivos. Porque si no hubiera nada que sanar, ni que
trabajar, no resonaría en tu interior.
En mi caso soy hija única por motivos muy concretos. Mi madre, la
mayor de cinco hermanos, se crió en condiciones muy precarias y se prometió a sí
misma no hacerle pasar lo mismo a sus hijos. Tenía claro que prefería criar a
un solo hijo en buenas condiciones, que a varios, a los que no poder darles una
educación tal y como ella la entendía.
Mi madre es una trabajadora
nata, una luchadora, pero también lleva la escasez dentro: esos días de pueblo en los que apenas
llegaba para comer. Por eso es una ahorradora empedernida, por eso tal vez le
cueste disfrutar, dejarse llevar, le cueste permitirse, le cueste regalarse, le
cueste sentirse merecedora de tener y recibir dinero. Le cueste entender que la
vida es abundancia. No entiende que además de pensar en los demás también tiene
que pensar en ella, porque para dar a terceros, tienes que tener tú misma algo
que dar. Que no es necesario sacrificarse, que la vida puede ser más fácil.
Yo llevo trabajándome este
tema desde hace un tiempo porque notaba que tenía bloqueos con el dinero. Por suerte, mi pareja tiene otro tipo de
carga en su mochila y entre los dos compensamos. Pero es cierto que a menudo
caigo en la trampa y no me permito, y salen las palabras de mi madre, sus pensamientos, sus creencias que he
llegado a hacer mías.
Es entonces cuando me planto, y afirmo en voz alta: “esa no es mi
realidad, tal vez sea la tuya pero no quiero que sea la mía”. Soy consciente de lo que hay y tengo
herramientas para ir avanzando en el camino de transformación. Queda
trabajo por hacer, pero hay ilusión y sé que tarde o temprano lo conseguiré.
Pero si me tuviera que quedar con una sola sensación respecto a ella, sería
la de agradecimiento. Agradecimiento
por la vida, por su confianza y fe ciega en mí, por su disponibilidad absoluta,
por su amor incondicional.
Tuve una relación hostil con
mi madre que se agravó en mi adolescencia. Ni yo era la hija que ella hubiera querido tener, ni ella la madre
que yo necesitaba. Demasiadas iniciativas y demasiadas preguntas a las que ni
sabía contener ni responderme. Un infierno. Durante veintisiete años me llevó a
tener un comportamiento obsesivo-compulsivo.
Antes de los treinta inicié tratamiento psicológico hasta tres veces,
pero rechacé a mis terapeutas porque o bien no eran ellos o no eran sus
terapias o no era mi momento de sanar. Eso sí: era perfectamente consciente de que el cambio me correspondía a mí
porque ella no tenía ni condiciones ni recursos para hacerlo. Ni
intelectual ni emocionalmente. Le había salido una hija difícil. Punto.
Trece años después y cuando creí que no habría remedio para mí, un
psicoanalista supo dar en la diana: “Tu
madre te trasmitió un mensaje fundamental que no has visto aún: ‘cuida de
ti, apóyate en ti, que mamá no puede, no sabe’ y es lo que has estado haciendo
todo este tiempo. Has caminado por el borde del abismo, pero sin llegar a caer.
La prueba es que aún sigues buscando y que ahora estás aquí”.
Tuvo el efecto de un disparo. De repente, la comprendí. Comprendí a mi
madre. Y me invadió una gratitud enorme.
Supe en mis tripas que la conquista de mí misma, tan laboriosa y concienzuda,
se la estaba debiendo a ella. Y fue mágico porque no fue un razonamiento de mi
cabeza sino algo sentido en mis entrañas.
Mi comportamiento cambió y mi propia madre cambió. La relación que
tenemos hoy nunca la hubiéramos soñado, ni ella ni yo. Sé de manera radical que
sin su oposición tampoco hubiera sabido de lo que soy capaz.
¡Ay, qué trampas nos tiende la vida…!
Negar que hayamos heredado algunos rasgos de personalidad de nuestras
madres es como negar que el agua sea transparente.
Sin embargo, esta realidad no implica que sea necesario que este
vínculo nos limite e influya más de lo necesario a la hora de tomar nuestras
propias decisiones y de vivir la vida a nuestra manera.
Esta es la primera vez que
hablo públicamente de mi relación con mi madre y debo reconocer que no es algo que me
guste demasiado porque lo considero un asunto muy personal.
Aun así, he decidido hacer una excepción y compartir contigo mi punto
de vista y experiencia por si a ti, que estás leyendo estas palabras en este
momento, puede ayudarte en algún sentido.
En la actualidad, mi
relación con mi madre es muy buena. Con la implicación de ambas, hemos conseguido construir una relación
basada en el respeto mutuo y en la comunicación fluida.
En lugar de distanciarnos a razón de nuestras diferencias, las hemos
aprovechado para enriquecernos más la una de la otra y crecer juntas.
Esto es algo que me hace sentir en armonía y que me despierta una
inmensa alegría, ya que se acerca mucho a la base que busco en mis relaciones
interpersonales.
Creo firmemente que la clave está en aceptar que, nos guste más o
menos (y eso depende de cada caso), ese
vínculo siempre existirá y habrá una información y código energético que
habremos heredado sin poder hacer nada por evitarlo.
Sin embargo, estoy convencida de que, gracias al aumento de la conciencia y de una reflexión interior
considerable, podemos identificar mucho mejor qué creencias hemos asumido
como ciertas y cuya fuente es la figura materna.
Es esencial para sentirse en armonía y disfrutar de una buena relación
con nuestra madre el decidir libremente qué ideas, pensamientos y experiencias
maternas queremos aprovechar como buena referencia a la hora de construir
relaciones saludables con todo lo que nos rodea.
Y que no te engañen: que a tu madre le haya pasado X o Y en el pasado
no significa que, en circunstancias similares, a ti te vaya a suceder lo mismo.
Siempre hay un punto en el que podemos
establecer límites y comenzar a construir nuestra propia historia, nuestro
propio contexto y disfrutar plenamente de la libertad que por ende nos
corresponde.
Aunque te resulte difícil, no temas a decir no por temor a perder algo
porque, en realidad, experimentando por ti misma tienes mucho más a ganar que a
perder. ¡Sin lugar a dudas!
Puedo decir que antes no tenía una relación con mi madre. Me sentía
totalmente desconectada de ella, de sus pensamientos y de sus acciones.
Sencillamente no hablábamos y algunas veces discutimos.
Un día la dejé en un aeropuerto, partí lejos muy lejos porque así lo
sentía y lo necesitaba. No me pude despedir, en medio de una confusión
entré muy rápido a inmigración y no le dije “Adiós”. Supe con el tiempo
que se fue entre lágrimas desconsolada con mi hermana embarazada en ese
entonces. Sus lágrimas luego serían las mías multiplicadas por mil.
Alejándome de todo, paradójicamente viajé hacia el centro de mi existencia.
Me redescubrí con humildad y aceptación, la distancia física, la nostalgia y la
melancolía me lavaron los ojos y pude entender que no tenía idea de quién era
en realidad. No había hurgado en mi ser y me había desconectado de mi esencia
femenina, me había vendado los ojos del alma y por eso no supe apreciarla, a
ella, ¡mi gran tesoro!
Ella es una gran mujer, una mujer muy valiente que lo dio todo, lo
sacrificó todo por nosotros y aún continúa haciéndolo. Soy totalmente de
ella y ella es una parte de mí. Descubrí que tengo sus rasgos, algunas
actitudes, compartimos el amor por la escritura, la filosofía, la libertad de
pensamiento, los miedos y, esa avidez por la reflexión. Ha sido ella y
solamente ella la que me ha dado estos regalos maravillosos para vivir, yo
aprendí de su ingenuidad para hacerme valiente.
Ella mi heroína, mi amiga, mi confidente y yo soy para ella, tal como me lo
dice, su paz, su amiga y su psicóloga. Muero por estrecharla en mis brazos y
juro por el universo que será el abrazo más largo que haya existido jamás.
Quizá no la vuelva a dejar más…
Te
confieso que llevo un tiempo pensando en la
relación que tengo con las mujeres de mi familia y de cómo ellas han influido
en mi vida, desde mi madre, a mi media hermana, mis tías, primas, abuelas,
bisabuelas y hasta mi nueva sobrina.
Creo
que las mujeres de mi vida me han marcado de muchas maneras, sea
consciente o inconscientemente.
Con mi madre, tengo una relación estupenda, es mi mejor amiga, confidente y alcahueta. Es la mujer
más importante de mi vida y una persona muy especial para mí.
Ha sido
una gran influencia en mis episodios más importantes, pero también lo ha sido
una tía, que ayudó en mi crianza y de alguna manera ha dejado una marca en mi
vida importante.
El ejemplo
de estas dos mujeres y su ayuda en formar mi carácter ha sido vital
en la forma en que veo la vida, desde miedos, hasta mi forma de ser.
Todavía
siento que hay muchos patrones o
influencias que recibo de estas dos mujeres, he luchado y superado cosas
que no me gustaban y puedo decir que tras mucho tiempo, me he quedado con lo
mejor de ellas. Siento
que he evolucionado en muchas cosas y muchas aún me falta por seguir
trabajando.
El
punto está en que como sea, han sido una influencia maravillosa y sé que para
ellas las mujeres de su vida también fueron una gran influencia, porque
llevamos una carga genética de alguna manera, pero el asunto está en que puedes
tomar decisiones, puedes elegir seguir el camino trazado o ver las opciones y
elegir el tuyo propio.
La
influencia es importante y la familia también lo es, pero ellos no marcan
nuestro destino, lo hacemos nosotras.
A manera de conclusión (Mi propia historia)
Que
historias tan hermosas y significativas nos comparten mis invitadas, y todas coincidiendo
en el reconocimiento y el agradecimiento, porque para poder sanar lo primero
que hay que hacer es reconocer y luego agradecer, y que bueno hacerlo a tiempo y no dejarlo para cuando nuestros padres envejecen.
Por mi
parte puedo decir que por ser la hermana mayor mi madre me dejó muchas
responsabilidades desde niña, eran tiempos difíciles y ella necesitaba un
bastón y allí estaba yo asumiendo un montón de información, mientras mis
hermanos seguían viviendo su infancia.
Todo lo
que supe hasta cierta edad me lo había inculcado ella, eran sus verdades saliendo por mi boca y paseando mis pensamientos,
pero un día caí en cuenta de que ambas realidades no eran las mismas y comencé
a construir creencias nuevas.
Esto no
significa que ella haya estado errada o lo haya hecho mal, solo que sus
vivencias no son mis vivencias y tampoco debo ser una sucesión de sus deudas
emocionales, aunque muchas veces hayan sido sus frases más emblemáticas las que tomaron grandes decisiones en mi vida.
Reconocerla en mi interior es sanar esa
relación que ha sido muy profunda e indisoluble, y enaltecerla,
es colocarla en lo más intimo de mi ser sabiendo que ella me dio los cimientos pero yo he decidido hacerlo de manera
diferente, es una mujer grandiosa, inteligente, creativa y amorosa, y su forma de ser ha sido tan fuerte que
esa fortaleza fue transmitida a cada uno de sus hijos.
Como
hija y como madre comprendo perfectamente ambos roles, por lo que le dejo saber
a mi hija que solo puedo ofrecerle aquello que sé, que estoy sanando como mujer para ser mejor madre y que yo estaré allí siempre
para guiarla, pero que ella está en total libertad de forjar nuevas creencias
cuando así lo crea necesario, que se quede con lo mejor de mí pero también que
descarte aquello que no le sirva porque su vida no es, ni pretendo que sea, igual
a la mía.
Quiero aprovechar estas líneas para honrar a
las mujeres de mi vida, tal como lo han hecho mis invitadas al dejar plasmadas sus historias.
Quiero unirme en gratitud con mi madre, abuelas y bisabuelas, bendecirlas con
amor, y darles las gracias por haberme traído hasta este lado de la vida, pero
que ahora suelto las riendas generacionales y me dispongo a hacerlo todo de
otra manera, con más consciencia y
sanando desde la comprensión y el entendimiento sus deudas de alma que llegaron
hasta mi desde el amor y a través del tiempo.
Ahora cuéntanos tú cómo es la relación con tu madre, ¿la reconoces?, ¿la estás sanando? Te espero en los comentarios.
Ahora cuéntanos tú cómo es la relación con tu madre, ¿la reconoces?, ¿la estás sanando? Te espero en los comentarios.
Hay personas que son los mejores lugares donde hemos estado.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) octubre 30, 2013
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Gracias
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