Nací en el año 1960, en una sociedad rural, donde la mujer siempre estuvo discriminada y relegada a la opinión de lo que dijesen no sólo su familia, sino también su marido, amigos, vecinos y en líneas generales la sociedad. Crecí en un ambiente familiar donde no tenía permitido resolver por mí misma mis situaciones o conflictos personales, familiares o de interacción social, sino que eran quienes me rodeaban quienes decidían y me decían cómo, cuándo y dónde tenía que resolverlos. Es decir, desde mi infancia, mi experiencia vital anduvo descalza, por el sendero que las demás personas dibujaban, según “Con Amor”, para mi crecimiento y desarrollo personal.
En
la primera etapa de este peregrinar de la vida, maniobrada como títere por los
demás y a lo largo de ese sendero, sentía en cautiverio la frescura de mi niñez
y la espontaneidad natural, que cada infante trae consigo al momento de nacer,
para resolver dificultades que le ayudan a evolucionar hacia la adultez. Desde
mi cautiverio emocional me percaté, que todas las dificultades de mí día a día,
y que todos resolvían con extremada urgencia y dificultad, no eran más que
simples eventos naturales que no necesitaban intervención o sencillos de
resolver.
A lo largo de esta misma etapa de experiencia vital, observé cómo cada una de estas personas que trataban de resolver mis conflictos tanto internos, como externos, lo complicaban sin cesar (mientras más opinaban e intervenían), y aquello que era tan simple, natural y sencillo en mi interioridad se iba convirtiendo en una compleja especie de maraña, hasta no tener a sus juicios solución; llegando al extremo de recurrir a la ayuda especializada del “Psicólogo” o la “Correa”. Muchas de éstas conductas y actitudes infantiles que observé durante mi infancia, pudieron ser resueltas tan sólo, con un abrazo, un beso, un te quiero o simplemente con una mirada, una sonrisa o un “¡Dime!”, de papá o mamá.
A lo largo de esta misma etapa de experiencia vital, observé cómo cada una de estas personas que trataban de resolver mis conflictos tanto internos, como externos, lo complicaban sin cesar (mientras más opinaban e intervenían), y aquello que era tan simple, natural y sencillo en mi interioridad se iba convirtiendo en una compleja especie de maraña, hasta no tener a sus juicios solución; llegando al extremo de recurrir a la ayuda especializada del “Psicólogo” o la “Correa”. Muchas de éstas conductas y actitudes infantiles que observé durante mi infancia, pudieron ser resueltas tan sólo, con un abrazo, un beso, un te quiero o simplemente con una mirada, una sonrisa o un “¡Dime!”, de papá o mamá.
Aguijoneada
por la manipulación emocional de mi infancia, cuando llegué a la adolescencia
-aún manipulada- desconocía el significado de autonomía emocional y personal,
no daba un paso y menos tomaba una decisión importante, si otros no opinaban y
me indicaban el camino a seguir. Mi inseguridad, comenzó a crecer como una
robusta hiedra, arropando mi amor propio y mi libertad emocional. En esta
etapa, presenté severas dificultades para comunicarme con mis pares, para tomar
decisiones propias sin ayuda y para expresar con fluidez y claridad mis
sentimientos. Ante los abusos emocionales a los que fui sometida un montón de
veces por personas a las que guardaba afecto, preferí la impunidad del silencio,
ya que necesitaba saber qué decirles.
Fue
cuando nació la frustración de no tener la personalidad extrovertida,
comunicativa, espontánea, segura, directa y autónoma como la de mis amigas
(os), con los que interactuaba y resolvían sus dificultades y conflictos. Me
había convertido en una discapacitada emocional, que necesitaba ayuda ajena
para expresar sentimientos adecuadamente y tomar decisiones propias. Fue cuando
tomé severa la decisión de aislarme física y emocionalmente y pasarle doble
llave a mi yo interior.
Cuando
cumplí la mayoría de edad, ya cursaba estudios universitarios; seguía
presentando dificultad para comunicarme. Con frecuencia mis conversaciones con
personas de confianza o no, sonaban más a consultas: ¿Qué crees que es mejor…?
¿Cómo resolverías tú…? Sin embargo, durante el periodo de transición de la
adolescencia a la adultez y luego de un profundo proceso de reflexión interna
sobre el por qué, yo no podía resolver las dificultades y conflictos
emocionales de mi vida de manera fluida y sin ayuda externa, me percaté que
aquellas personas no sólo trataban de resolver mi vida y hacerla más fácil,
sino que además, trataban a través de mí, resolver sus propios conflictos
internos aún no resueltos. Esas mismas personas se encargaron de manera
consciente o inconsciente de complicar mi simple, sencillo y natural vivir, en
algo complicado, complejo y desagradable.
Filosofía simple de vida surge
para aprender a construirme como persona. Empecé por desaprender y aprender un
nuevo modo de vivir y disfrutar la vida en su día a día. Bastó una simple
mirada a mi experiencia vital para darme cuenta de que somos los seres humanos
quiénes complicamos nuestras propias experiencias de vida hasta convertirlas en
miseria. Al recorrer toda mi historia desde la infancia hasta la adolescencia;
así, había sido. Aquello, que ahora veía como algo natural, simple y sencillo,
había sido enredado y complicado por todos los adultos, que intentaban tomar
por mí la mejor decisión de actuar o decir. Pude ver sin dificultad, lo simple
en lo complejo.
Fue
entonces cuando empecé a enfocar y resolver de manera simple, sencilla y natural,
todo aquello que algunos, aún siguen llamando “problemas” o “conflictos”, que
pueden alterar nuestra paz, tranquilidad o bienestar interior. Empecé a
entender e internalizar que tendemos a complicar la sencillez de vivir, porque
aún tenemos conviviendo con nosotros muchas situaciones emocionales internas
sin resolver.
A
las situaciones del diario vivir, somos también nosotros mismos quiénes le
asignamos la categoría de “problema” y qué conductas frívolas, banales,
superficiales, así como traición, mentira, ira, prejuicios, doble moral,
soberbia, arrogancia, rencor, venganza, resentimiento, hipocresía, envidia,
mediocridad, deslealtad y deshonestidad, entre otros, atentan contra la
simplicidad de vivir.
Ejercitar
mi Filosofía simple de vida, ha
implicado deslastrarme de de ciertas actitudes y patrones de vida que he venido
cultivando desde la niñez, bien por imposición de educación familiar y social o
como conducta aprendida por otros factores. He tenido que asumir una actitud y
tener una aptitud frente a las situaciones incómodas de vida que usualmente puedan
presentarse.
A lo
largo de mi vida, fui construyendo mi Filosofía
simple de vida y que no es otra cosa que encontrar con humildad la belleza,
lo positivo, lo bueno en todas las cosas y ver siempre lo simple, lo sencillo y
lo natural en aquellas cosas que apreciamos o por simple apariencia nos parecen
complicados. Fue importante sincronizar a nivel mental y emocional este nuevo
modo de vivir, porque a partir de ahí, empecé a rechazar las situaciones o
comportamientos que tendían a complicar las cosas. Fue cuando me di cuenta que
todos nuestros conflictos tanto internos como externos, son tan sencillos y
naturales como la vida misma.
Me
di cuenta que la vida es un manantial, un fluir de aguas de sabiduría que
nosotros nos empeñamos en estancar. Siempre colocamos diques para que la misma
no corra y termine ahogándonos. Filosofía
simple de vida más que un don, es una virtud, que requiere la ejercitación
constante del amor y el discernimiento.
Mi Filosofía simple de vida es parte de
ese manantial de sabiduría de vida, que fluye de manera natural, sencilla,
simple y que ante las situaciones consideradas difíciles en mi experiencia
vital, tomo con mis manos un poco, la bebo y refresco mi energía positiva
vital.
La Filosofía simple de vida no es más que
un estado interno, una actitud/aptitud positiva, frente a las situaciones con
las que tenemos que lidiar en la cotidianidad. Es vivir el día a día en
naturalidad, simplicidad y sencillez del alma.
La Filosofía simple de vida surge en un
momento de mi vida en el que el camino dibujado por los demás llega a su fin, y
soy yo la que tiene que empezar a trazar su propio camino de simple vivir.
Marisol
Gazcón es Licenciada en Educación y Abogada, egresada dos veces de la
Universidad Central de Venezuela. Educadora con 34 años de servicio activo.
Fundadora, creadora, ejecutora y diseñadora de estrategias educativas y
pedagógicas del Proyecto de Investigación llamado Más Cultura, Cero Violencia Escolar. Organizadora de eventos y jornadas
didácticas, educativas y pedagógicas para la construcción de la cultura de paz
escolar a través de la sensibilización artística. Orientadora y motivadora de
adolescentes de embarazo temprano y madres de temprana edad. Canta autora y compositora
del álbum Cocuyos Musicales Venezolanos.
Fundadora y presidente de la Fundación
Cultores de Paz. Sigue su Filosofía simple de vida aquí y síguela también en Twitter.
Gracias a quienes me han querido. Gracias a quienes me dejaron de querer.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) enero 1, 2014
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