Como
bien lo dijo José Saramago: "Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer
un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos...", y
aunque en nuestras manos esté la majestuosa responsabilidad de educarlos y
guiarlos, no somos sus dueños, no son nuestra propiedad, están con nosotros
para enseñarlos a volar, son compañeros de vida que muchas veces nos vienen a
dar grandes lecciones, pero nos creemos tan superiores que cuando emiten algún juicio o
se comportan de cierta manera, creemos tener sobre ellos la potestad de definir
su personalidad desde lo que somos y no desde lo que ellos pretender ser.
Soy
partidaria de que un hijo debe volar y los padres estamos en la
obligación de ayudarlos a construirles las alas, no a diseñarles la jaula,
nuestra orientación permanente sin la maligna imposición o la perversa
manipulación los hará elegir si volar en nuestro mismo cielo o migrar hacia un
cielo muy lejos de nosotros.
Cuando
vemos a los hijos como compañeros de vida, sin dejar de lado nuestro rol de
guía y respetuosa presencia, comprendemos que vivimos a su lado y no sobre
ellos, cuando los controlamos desesperadamente y los obligamos a que miren el
mundo desde nuestra perspectiva, sin ni siquiera escuchar su punto de vista,
sin permitirles que se equivoquen o que desistan, le abrimos de a poco la
puerta para que huyan de nuestros mandatos y consideren nuestro lenguaje como
severo y ajeno.
Una
constante en la crianza es el querer que nuestros hijos logren lo que nosotros
no alcanzamos, sin al menos tomarnos un tiempo para preguntarles si están
siendo felices en el colegio o en la actividad extra curricular o en casa de la
abuela o con el compartir con los primos, sin detenernos con ellos a descubrir
sus talentos, sin notar si su mirada ha cambiado o su tono de voz siguen siendo
el mismo. Ha sido capaz de pararse frente a su hijo y preguntarle ¿eres
feliz? ¿sientes que te amo?
No
es posible que hoy en día nos sigamos colocando en el pedestal de padres sin
lograr con ellos la empatía, no es para nada admisible establecer una distancia
sin que el abrazo y el afecto permanente sean parte de la orientación diaria.
Cómo nos cuesta aceptar a nuestros hijos tal como son, a saber que ya tienen un sello personal
y que es de padres mostrarles el camino correcto, caminando nosotros también
por ese mismo camino.
Puede
que nuestros hijos sean nuestros sucesores, pero no por ello deben hacer una
prolongación de nuestras vidas, no es preciso que se queden con nuestros odios
y heridas o le demos la ardua tarea de vengar nuestras venganzas, nosotros
marcamos la ruta y lo más idóneo es que ellos la sigan, pero si su decisión es
otra, si su vocación no está alineada con nuestros talentos, si aman lo que
detestamos o aborrecen lo que amamos, es importante respetarlos, y más aún, no
abandonarlos.
Dicen
que el amor de los padres es incondicional, pero que montón de condiciones le
ponemos para quererlos: si te portas bien te compro el juguete, si organizas tu
cuarto salimos al parque, si te quedas a mi lado no me enfermo o me enfermo
para que te quedes a mi lado. Como es uno de los amores más grandes que podemos
llegar a sentir, como es desmedido y desbordado, entonces hacemos dependientes
e inútiles a nuestros hijos para que no se vayan, tenemos entonces en casa a
bebes de más de cuarenta años porque no fuimos capaces de dejarlos volar cuando
era preciso que emprendieran el vuelo.
Pero
todo comienza cuando perdemos nuestra identidad y nos volcamos a ser solo
padres, porque también hay padres que están tan presentes que terminan
sofocando al hijo, padres que se olvidaron de sí mismos, que postergaron sus
sueños, que borraron su camino, que disiparon lo que eran y se convirtieron en
padres exclusivos, entonces se fueron al extremo, es decir, o fueron muy
estrictos o extremadamente permisivos, o estuvieron allí siempre para ellos sin
tener en cuenta que su compañía era momentánea, que había que prepararles para
el vuelo, que era justo despejarles el cielo, que eran nuestros compañeros de
convivencia pero por un instante de la vida.
Un hijo es la mejor persona que podemos llegar a conocer en la vida.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) febrero 3, 2015
Excelente reflexión,que me toca el alma y me devuelve a replantear todo el camino,para tener certeza que lo hicimos bien y para que los futuros padres piensen como serlo.Dios te bendiga gracias.🙏🦋
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