Desde lejos me
siento frente a mi exigente y hasta terapéutica hoja en blanco y quisiera
llorar sobre ella letras, puedo estar en los más hermosos paisajes, ir al súper
mercado y conseguir lo que quiera, descubrir un lugar donde venden comida deliciosa, pero muchas veces se siente la experiencia incompleta sin
tener al lado a tus seres cercanos para que realmente valga la pena. Puedo estar
en lugares donde hay mucha gente, y aun así, no sentir compañía, a veces miro
como las personas se encuentran, se saludan, conversan, acuerdan volver a
verse, y yo acá, desde lejos, no coincido con nadie a quien otorgarle un abrazo
fraterno, un despedirme al menos con un “nos vemos luego”.
Puedo sonar egoísta
tal vez porque desde lejos escriba exenta de pesares y penurias, algunos
viajamos kilómetros para ganar soledad y calidad de vida, cambiamos comidas,
clima, calles, personas, comenzamos a vivir desde el amparo que nos va dejando
la apertura mental que significa adaptarse a una nueva cultura. Al menos tengo
la esperanza de que puedo regresar cada vez que quiera, no puedo ni imaginar el
dolor de sentirse ajeno a un lugar que te vio crecer, pero no verá la forma en
la que terminarás de caminar la vida porque se tomó la decisión de que nunca más
volvieras.
Ya después de estar
mucho tiempo fuera pareciera que la gente se acostumbra a tu no presencia, y es
lógico ya no ser parte del contexto, es sensata la no inclusión, así que desde
lejos comienzas a ser un espectador de un diario vivir que no te involucra
porque de allí ya no eres, y con esta nueva forma tan impersonal de
relacionarnos por redes sociales o chat, se intuye que sabemos del otro por lo
que muestra, pero desconocemos lo que realmente siente.
Estar lejos te
cambia los puntos de vista, te fortalece, te enriquece, te hace amigo y a veces
enemigo de una soledad que por ratos pesa y otras veces reconforta, estimula y
anima. Aprendes a vivir con tu nuevo círculo cerrado, forjas pocas relaciones
perdurables, te alivia saber que el destierro que has escogido te coloca fuera
del alcance de las discordancias del convivir, lo cual es una ventaja, ya que
la lejanía nos agranda el amor, aunque no nos haga extrañar los momentos difíciles
vividos y los que se siguen viviendo.
Desde lejos encaras
las ofensas de un modo constructivo, al ya no ser parte de lo que allí pasa,
puedes ver todo lo que ha ocurrido desde otros ángulos, las nuevas vivencias te
hacen vislumbrar nuevos caminos, entiendes en otras calles que el haber andado
por tantos años las mismas avenidas te dejó presa la mirada en las mismas agonías,
así que cuando tomas otros rumbos aprendes a evitar el sufrimiento prolongado y
ya no te quedas atascado en lo que pudo haber sido.
Desde lejos escribo
con una madurez otorgada que agradezco profundamente, me siento privilegiada,
aunque a veces me cuestiono el merecimiento por no vivir el padecimiento de lo
que siento que otros viven, tal vez porque mi aprendizaje de vida nada tenga
que ver con el acontecer de un país que por ahora no me espera.
Desde lejos y en el
refugio de nuevas costumbres, entiendo que al irme se fracturó lo vivido y se comenzó
a construir un nuevo proyecto de vida, se reafirmó la existencia a partir de lo
que un nuevo país me ofrece, y es cierto, uno tarda en conseguir un sentido
de identidad, un sentido de pertenencia, pero pasado el tiempo se va diluyendo
esa conmoción de transitoriedad cuando ya has reaprendido nuevas formas de
conducta.
Es posible que el
estar lejos sea momentáneo, pero justo el tiempo que ha durado me ha hecho
crecer de una forma no imaginada, no soy la misma que llegó a este país y de
seguro no seré la misma cuando me vaya, y si me voy, no me dolerá tanto como el
haber dejado mi patria.
Complementa esta lectura con De este lado de la vida
Y llega el día en el que tropiezas con tus propias heridas, las saludas, caminas, y sin voltear, continúas la senda de la vida.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) abril 3, 2014
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