Creo
que dramaticé un poco, pero es así como nos paramos frente al mundo cuando
alguien nos ha dejado, desangrados porque quien nos prometió un para siempre
solo se quedó unos cuantos días, como si la permanencia fuese un contrato
firmado sin derecho a anulación. Conocemos a la persona "ideal", y
como hubo conexión momentánea, juramos que se eternizará el amor desbordado y
ya nunca nadie podrá separarnos.
Esos cuentos de hada que terminan justo cuando la historia en pareja apenas comienza, nos han arrebatado de las manos el sueño del amor propio, idealizamos el convivir con el famoso “vivieron felices por siempre”, pero cuando nos damos cuenta que nos es cierto, buscamos entonces amores a medias porque el amor completo interno se encuentra escondido tras los arbustos de la aprobación externa.
Esos cuentos de hada que terminan justo cuando la historia en pareja apenas comienza, nos han arrebatado de las manos el sueño del amor propio, idealizamos el convivir con el famoso “vivieron felices por siempre”, pero cuando nos damos cuenta que nos es cierto, buscamos entonces amores a medias porque el amor completo interno se encuentra escondido tras los arbustos de la aprobación externa.
No
estoy a favor de ese amor pasajero que sienten algunos sin la capacidad de
asumir un compromiso a dúo, pero tampoco apruebo el abandono propio solo porque
alguien decidió tomar otro rumbo, implantamos un antes y un después que marca
nuestras vidas para siempre sin la suficiente autoestima para retomarlo todo, es
inadmisible la devaluación que nos hacemos solo porque quien estaba ya se ha
ido, así que justificamos el corazón partido, incluso asumimos una actitud
cómoda y absurda y la establecemos como medida para las próximas relaciones que
tengamos en la vida.
Una
vez “partido” el corazón le colocamos la respectiva etiqueta, sin darnos cuenta
que las relaciones externas son una perfecta proyección de la relación que
tenemos con nosotros mismos, aquello que me digo bajito y no me atrevo a
escuchar hago que alguien me lo diga, lo que soy y no me animo a ser,
probablemente se lo critique a muchos, así que estoy enojado con los demás
porque estoy viendo en ellos algo que yo no hice conmigo. Con esta premisa nos
vamos en busca de la relación perfecta, pero con la acotación permanente de
mantener un corazón destrozado, corroído por el tiempo, desgastado de abismos.
Sucede
que en una relación perfecta uno no es responsable del otro, no se toma nada
del otro, no se siente la necesidad de que el otro nos cuide, no pretendemos
echarle encima la culpa de nuestros problemas e inseguridades; por supuesto que
con un corazón resquebrajado no es posible aspirar a tanto, lo más probable es
que le demos continuidad a una relación con miedo, esa donde amamos cuando el
otro nos permite que lo controlemos o cuando se ajusta a la imagen que hemos
creado del él, y al final, nos damos cuenta que ese otro nunca será como esa
imagen, comienza entonces el declive relacional con juicio y culpabilidad, nos
terminamos frustrando porque el otro no es lo que queremos que sea, así que de
nuevo el corazón se parte y lo asumimos como un hecho certero de una amarga
predicción.
Cuando
realmente ocurre la “degeneración muscular cardiaca masiva”
no sobrevivimos siquiera para contarlo, pero nuestra presuntuosa emocionalidad
herida asegura que el corazón vive rasgado, aniquilado porque se cree incapaz
de volver amar, como si el amor se agotara solo porque alguien se fuera, como
si el amor a la vida y a los sueños no valiera la pena, como si la auto condena
fuese un castigo que le dedicamos a quien se fue solo porque se dispuso a volver
a amar en otros espacios.
El
corazón no se parte señores, nuestro temporal resentimiento amoroso así lo
cree, nuestro desengaño nos mal informa que el amor se ha transformado en odio,
creando en nuestras mentes una falsa relación de lo que pudo haber sido, sin
atrevernos a ponerle fin a lo que ya fue, y lamentablemente cuando la
separación no se admite, el quedarse atascado con un “corazón partido” es una
salida fácil para no caer en cuenta que el desamor irrecuperable del otro nos
muestra el desamor propio a la mano.
Las
paredes de nuestro corazón aún intactas y pulsando nos indican que la vida
sigue transcurriendo, puede que sea solo una esquina la que siga
padeciendo, pero no por ello nos entregaremos al dolor perpetuo, es válido morir
un rato de tristeza, pero también es pertinente salir a flote y saber que la
vida nos espera con un corazón entero dispuesto a seguir amando, latiendo
aunque esté sufriendo, vibrando y amaneciendo, tal vez en otros brazos que nos
terminan dando el verdadero amor eterno.
No espere a que llegue alguien para que lo quieran, vaya queriéndose usted mientras tanto.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) julio 11, 2013
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