Vivimos un tiempo en el que es difícil relajarse, en el que estar en
tensión y nervios es totalmente normal, días en los que anticiparnos al
desastre es lo cotidiano y donde la preocupación siempre está activa aunque no
existan motivos aparentes. Son tiempos de ansiedad en los que estamos inmersos,
una emoción que pasó de ser útil a ser contraproducente y crear trastornos que
se expresan en un estado de estrés constante, el cual trae como consecuencia
agotamiento o irritabilidad, junto con una frecuente tristeza y desaliento
asociados a la depresión.
¿Sabía que ese estado de decaimiento, desinterés y desánimo latentes es una
de las primeras causas de discapacidad mundial? Los episodios depresivos que hemos llegado a tener son
estados de ánimo en los que se apodera de nosotros una pesadumbre que denota
rasgos de añoranza, pero llegamos a un punto en nuestra vida en el que no
podemos sostener ni contener la tristeza, así que se desborda por medio de la
ansiedad, volviéndose una lucha interna desgastante, agobiante y de batalla
perdida.
Todo inicia con un
pensamiento perturbador, éste notifica el conflicto interno trasmitiendo una
señal al sistema nervioso, cargándolo de adrenalina y regresando la señal al
cerebro con mayor amplificación, es como un rebote que responde con
pensamientos y sensaciones de miedo más alteradas e intensificadas, vuelve
entonces al sistema nervioso con una cantidad de síntomas que muchas veces se
nos salen de control, desordenando nuestro sueño, tensionando nuestros
músculos, hasta que se convierte en un ataque de pánico donde lo acumulado se
debe descargar.
La ansiedad no es una enfermedad, es un mal comportamiento que comienza en
el pensamiento, una forma de pensar que hemos venido haciendo a nivel consciente
y lo trasmitimos al subconsciente. La ansiedad nos miente, nos engaña, define
nuestra realidad, hace que aquellas situaciones que antes no perturbaban ahora
sí lo hagan, porque las creencias personales se están enfocando en el miedo y
éste nos termina murmurando la gran mentira de que estamos enfermos, y si le
creemos, inevitablemente se va creando la enfermedad.
La ansiedad se toma de la mano con el miedo para volverse más tóxica, más
dañina, así que cuando juntos se pasean del subconsciente al sistema nervioso
en un viaje de ida y vuelta, nos genera mayor dudas e incertidumbres, las
tormentas mentales hacen que nuestro mundo se reduzca dramáticamente, todo lo
que hagamos será enmarcado por el miedo, mientras que adoptamos
involuntariamente ese comportamiento de preocupaciones obsesivas que la
ansiedad nos hace creer.
La mente está maquinando constantemente pensamientos negativos que se
vuelven estables en nuestra cotidianidad y difíciles de erradicar, se quedan a
vivir en nuestro banco de memoria y con el tiempo se reproducen en decenas de
malos pensamientos esperando a ser pensados todo el día.
Síntomas clásicos de la ansiedad son palpitaciones, falta de aire, presión
en el pecho, mareos, miedo a morir, insomnio; muchas veces aparecen sin que la
ansiedad se encuentre presente, ya que el cuerpo guarda memorias y reserva un
comportamiento ansioso que se manifiesta por medio de síntomas, los cuales se
conectan con la mente y comienza la secuencia de ansiedad recurrente. Queramos
o no, el cuerpo activa la ansiedad así estemos durmiendo o en una situación de
placer, ya que sin darnos cuenta, el estrés puede estar siendo percibido,
recordado o imaginado aunque no nos estemos percatando de su presencia.
Lo que antes era tristeza ahora es angustia, es decir, una falta total de
puertas abiertas hacia la plenitud como personas, y así podríamos pasar meses,
años, la vida entera. Insisto nuevamente en aquello de no ignorar la tristeza y
esperar a que se vaya sola, todo lo que hemos vivido no se va, se queda en nosotros,
nuestro cuerpo le va dando lugar a cada experiencia, y lo no procesado se
perpetua, se fija en nuestras células, se instala en nuestra mente aunque no
sea un pensamiento consciente.
Evitar el dolor no es la salida, evadiéndolo se agudiza, cuando hacemos
todo lo posible para que nadie se dé cuenta de lo que estamos padeciendo, pero
nuestra mente sigue hundida, el cuerpo termina reaccionando, llorando con
síntomas o estableciendo en nosotros una extraña tristeza que muchas veces no
sabemos cómo identificar aunque el organismo nos lo esté gritando.
La ansiedad es una molestia emocional que lamentablemente se nos vuelve
habitual, pero también es un grito desesperado del alma que es imposible
silenciar con evasivas, es un desahogo de la mente por medio de lo corporal, es
la manera como el subconsciente se comunica y nos cuenta lo alejados que
estamos de nosotros mismos y lo desbordado que se encuentra nuestro interior.
Lo que dejamos en un aparente olvido consciente, el subconsciente lo alberga, y
muchas veces viejas tristezas afloran con tristezas nuevas.
Cuando un miedo nuevo nos recuerda inconscientemente un miedo antiguo, sin
darnos cuenta paseamos por esos espacios de nuestra mente donde hay pasillos
tenebrosos y oscuros, cuyas puertas no nos atrevemos a abrir, pero que la
ansiedad nos obliga a hacerlo, aunque los síntomas nos aturdan, aunque el temor
no nos deje oírlo.
La ansiedad es una de las emociones más escandalosas, no sabe susurrarnos,
con su bullicio nos anuncia siempre que está allí, tal vez sea tan ruidosa que
solo sepa atormentarnos, no dialoga, no espera que la comprendamos, pero si nos
damos cuenta de su estrambótico lenguaje, sabremos que es ella y aprenderemos a
bajarle el volumen, entenderemos que quitándole el peso de nuestras tristezas,
sabrá irse en silencio.
Tweet to @eliana_77veLa ansiedad es solo el camino para encontrarnos con nuestras tristezas.— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) 4 de diciembre de 2014
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