No importa si es un viaje de fin
de semana o unas vacaciones largas, si fue la visita a un amigo enfermo o si la
travesía fue a través de un libro, si fue una extenuante jornada laboral o el
tan ansiado regreso a casa, si fue en carro, en bus, en avión o en barco, o si
se trató del camino hacia nosotros mismos, una vez que decidimos ir a alguna
parte, no regresamos iguales y retornar implica ver todo con ojos distintos.
Este fluir constante que amerita
el vivir a diario, cambiar es tan necesario como comer o respirar, siempre que
apuntemos a un desarrollo personal o a un cambio de rol por lo que vamos
asumiendo, volver no se hace imprescindible, pero cuando se vuelve de algún
lugar con unos ojos o con un corazón renovados, por supuesto que no se regresa
igual a como nos fuimos.
Puede que ni siquiera hayamos salido de casa, si la peregrinación ha sido interna, hacia el propio significado de la existencia, el regresar ya lo cambia todo, así que volvemos cargados de nuevos motivos.
Puede que ni siquiera hayamos salido de casa, si la peregrinación ha sido interna, hacia el propio significado de la existencia, el regresar ya lo cambia todo, así que volvemos cargados de nuevos motivos.
No es preciso cruzar océanos ni
hacer viajes a través de desiertos como para saber que una simple lectura pudo
cambiarnos desde adentro, algo que nos diera un sentido distinto se posó ante
nuestros ojos para comprender mejor la vida, bien sea que vayamos a otro continente
o a la vuelta de la esquina, el retorno estará impregnado de un nuevo conocimiento,
regresar siempre implicará una nueva concepción de la vida.
Todo viaje culmina cuando
llegamos a casa, pero si tenemos la sensación de que regresamos igual a como
nos fuimos, el viaje no habrá valido la pena, quiere decir que al menos no nos
dimos el lujo de contemplar lo familiar como si fuese lo desconocido, no nos
deleitamos ni absorbimos las cosas que nos rodeaban, no fuimos capaces de ir
por la vida con el corazón abierto y encendido.
Algún lugar nos marcó, algún
libro nos cautivó, alguna situación nos cambió, cualquiera nos desilusionó,
algo olvidamos o perdimos, alguien nunca se despidió o despedir a alguien ha
sido lo que más nos ha dolido. Tal vez fue que llegamos sin habernos nunca ido,
o saber que el no quererte ir te hace pensar que estás donde siempre has
querido.
En este mundo errante donde la
monotonía se esconde del cambio para no explorar nuevos caminos, donde lo
cotidiano pareciera nos susurrara las mismas palabras, los mismos adjetivos,
donde nos creemos estancados cuando en realidad hasta las células se renuevan
sin habernos advertido, es un mundo cambiante, quizás agobiante, si después de
tantos rumbos aún no nos hemos detenido.
El irse como el volver duelen, y
una despedida le lastima más al que se queda que al que se ha ido, y aunque
nuestros muertos regresen luego de esta dolorosa ausencia, al ver todo tan
diferente, al saber que acoplamos nuestras vidas a espacios donde ya no caben, preferirán
volver a sus tumbas y pretender que han regresado del olvido.
Los fragmentos de un recorrido o
la historia compuesta de instantes, el orden estructural de nuestra vida y lo
que la circunda, el rastro de todo lo que hemos vivido, los lugares a donde
nunca hemos ido, pero tenemos la certeza de que alguna vez allí estuvimos,
sitios a donde queremos volver, pero ya se encuentran muy lejanos de donde
ahora estamos, la casa de nuestra infancia o el lugar donde ahora vivimos,
hemos ido y vuelto dentro de nuestra propia vida y de ningún lugar hemos salido
ilesos, no hemos regresado exactos a como partimos. Lo que somos ahora no es lo
que antes fuimos, tal vez volvimos con una maleta llena de nostalgias o pesada
de olvidos, o tal vez nunca volvimos y el recuerdo de alguien nos dejó
retenidos.
Si hoy fuese tan igual que ayer,
que sin sentido el vivir esta vida, y si nunca cambié y me quedé sostenida por
mis heridas, si no hubo cambios porque siempre nos aferramos a que nada
cambiara, el mundo siguió girando, y adentro nada pasaba, aunque hayamos vivido
siempre en la misma calle y saludemos a diario a la misma gente, aunque sea
este el mismo trabajo de hace veinte años y nunca saqué del closet aquel
vestido verde, aunque aún se siente a ver por la ventana a esperar a quien ya
se ha ido, aunque sepa que no volverá, aunque regrese y ya no sea el mismo,
sepa que todo cambia, todo fluye, todo rota, todo va y todo viene, y al
regresar, ya nunca nada volverá a ser lo mismo.
Nunca regresas igual de aquel lugar donde supiste amar.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) septiembre 16, 2014
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