¿Qué pasaría si no tuviéramos miedo? Si no viviéramos limitados por la ansiedad, el estrés o la tristeza,
si fuésemos libres de pensamientos agobiantes, si la opinión de otro no fuese
determinante, y si no tuviéramos miedo de ser auténticos, literales, espontáneos,
decididos, capaces, valerosos, radicales, ¿qué
podría ocurrir?
Y
si fuésemos seguros de nosotros mismos, si tuviésemos la osadía suficiente para
actuar o decir lo que pensamos sin la necesidad de herir a nadie, si fuésemos
cautelosos con nuestras palabras para expresar asertivamente lo que nos
acongoja o lo que no nos parece, si tomáramos en cuenta nuestras emociones, ¿y si no habría nada que esconder? Se imaginan
que grandioso sería, tal vez ya no tendríamos que ser ni temerosos ni
temerarios, ni víctimas ni victimarios.
Qué
lástima el haber utilizado verbos dubitativos para estos dos primeros párrafos.
Que certera será la vida cuando estemos conscientes que el miedo nos agrede
energéticamente, que la impaciencia, la timidez, la crítica, la envidia, la
rabia o los celos, son nuestros miedos manifestándose, enfrentándonos y
confrontándonos, llevándonos de la mano hacia algún lugar que amerite el
aprendizaje.
¿Y si abrazamos nuestros
miedos? Si soltamos esta personalidad que creemos debe
ser protegida y no esperamos a que la opinión de otro nos afecte tanto, ya que
estamos tan preocupados por nuestras imágenes y lo que otro va a pensar de
nosotros, que es preciso comenzar por abrazarnos, detenernos y encontrarnos.
El
miedo puede ser una circunstancia ya ocurrida que por mucho tiempo hemos venido
dramatizando, tal vez pudo haber comenzado como una idea y lo hemos
transformado en un monstruo de siete cabezas desde nuestra percepción limitada
de la vida. Con el miedo vamos creando la experiencia de impotencia, así que mientras
más pronto atravesemos el miedo, más rápido llegará a disolverse, cuando
comenzamos a caminar hacia él, hasta nos sorprendemos al darnos cuenta que ha
existido solo en nuestras mentes, que lo hemos alimentado de temores absurdos,
que lo hemos dejado guardado en algún rincón del recuerdo, que es como la
oscuridad, y una vez que encendemos la luz, desaparece.
¿A qué o a quién le estamos
otorgando poder para que nos devuelva miedo? Detenerse
en los detalles puede permitirnos percibir una situación en forma cabal, así
como cuando nos enfocamos en el árbol y no prestamos atención al bosque o
cuando creemos que no podemos ver el bosque porque lo ocultan los árboles, pero
cuando nos quitamos el vendaje del miedo, sabemos que los árboles no nos
impiden ver nada, solo nos ayudan a ver el bosque en su plenitud y grandeza. Somos
todos partes de este paisaje que nos abriga, nos da sombra, nos encuentra y nos
pierde, algunos somos árboles y otros la brisa que mueve sus ramas.
El
miedo es una emoción preservante, si es que se utiliza como un equilibrio en la
vida, propio para esos momentos en donde la alerta debe encenderse, pero cuando
nos excedemos, así como la rabia tiene la ira, la tristeza tiene la depresión, del
mismo modo, el miedo tiene al pánico, y haber llegado al pánico significa haber
engrandecido al miedo.
El
miedo es una vibración baja del amor, pero sigue siendo amor, muchos están pretendiendo
o fingiendo para que nadie note lo que realmente sienten y lo que hacen es
crear barreras, separándose de otros por el miedo a ser vulnerables, miedo a
ser abandonados, pero sin querer recibir nada de nadie, así que ya estamos
siendo abandonados de antemano por el solo hecho de prevenir el que nadie nos
deje.
Si
mentalmente hemos creado el drama del miedo, mentalmente podemos hacer que se
vaya, lo que se encuentra en cada uno de nosotros es porque en alguna
oportunidad le abrimos la puerta. Hemos invitado a pasar al miedo, le hemos dado
lugar en nuestra cama, hemos permitido que aloje nuestros pensamientos, hemos definido
nuestra vida de acuerdo a lo que él nos dicta y nos manda.
Ese
desasosiego, ese recelo, esa aprensión, esa desconfianza, son resultados que el
miedo va dejando en nosotros, y es solo la confianza la cualidad que crece a
medida que el miedo se va yendo, una persona espiritual se permite sentir el
miedo, pero luego deja que se vaya y aprovecha la situación para aprender algo
nuevo.
Si
vivimos con miedo, nuestra poca credibilidad atraerá a personas igualmente
miedosas o personas cuyo miedo será aprovechable para desafiarnos y afincar en
nosotros el privilegio de manejar nuestros miedos a su antojo, podrá utilizar
lo turbado que siempre estamos para hacer de nuestra debilidad su mayor fortaleza.
No tener miedo es aprender a ser felices desde la armonía, la concordia y el
acuerdo, sabiendo que no se trata de ir a buscar la dicha a ninguna parte, sino
de ir a llevar la dicha a donde quiera que vayamos, ya que si somos paz y plenitud,
encontraremos esa maravillosa tranquilidad en todo aquel que nos rodea.
Cuando el llamado del corazón se hace más fuerte que el ruído de los miedos.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) noviembre 21, 2014
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