Mi ámbito laboral se desarrolla
dentro de un escenario universitario, y aunque no trabajo con estudiantes sino
con docentes, y por aquello de que me he vuelto más observadora de actitudes y
emociones, he podido captar en muchos jóvenes un desaliento latente, un obvio
desánimo, una constante búsqueda de aprobación externa y poca aceptación
interna; esto me lleva a cuestionar a los que tenemos la responsabilidad de
educar en nuestras manos (padres y maestros) y plantearme con bastante
preocupación ¿estamos educando para el
amor o aún seguimos creyendo en la educación disciplinaria y poco afectiva?
Nos encontramos frente a un mundo
totalmente diferente, pero no por ello necesariamente mejorado. Tenemos el
privilegio de asistir al ocaso de una época donde lo excluyente ya no nos
arropa, debemos entonces ser todos participes de una sociedad que incluya
valores, creencias, principios, premisas, conceptos, enfoques.
Por suerte me he topado
últimamente con la concepción de la educación
holista, la cual concibe al aprendizaje como un proceso creativo y
artístico, que va desde el criterio de reciprocidad, llegando a la identidad, al
vínculo y a la solidaridad, a fin de favorecer y fortalecer el desarrollo
integral del educando. Sin dejar de lado el campo específico que cada carrera
otorga, cuando educamos holísticamente promovemos la realización de cada
individuo y lo llevamos a lo que verdaderamente desea hacer y quiere ser, de
acuerdo con sus convicciones y sus características individuales.
Lo que más llama mi atención de
la educación holista es que es un proceso que implica lo afectivo, lo físico,
lo social y lo espiritual. Sabiendo que estamos en un mundo donde predomina la
violencia juvenil, la drogadicción, la desintegración familiar, la falta de
interés por el estudio, entre otras tantas problemáticas sociales, es preciso
llevar a cabo un proceso de aprendizaje que tenga como premisa un
descubrimiento interno sin dejar de ser una actividad cooperativa, incluyente y
participativa.
“La sociedad exigente pero
desorientada” de la que nos habla Savater, amerita ser abordada desde el
escenario educativo como un asunto de visión holista, ya que debe ser vista
como una alternativa para superar aquello emocional que no nos permite avanzar
hacia lo intelectual. De hecho Harvard, una universidad prestigiosa y arcaica,
ha incluido en su currículo el curso de Psicología Positiva en cuya temática se
aborda felicidad, autoestima, resiliencia y liderazgo, siendo este uno de los
cursos con más concurrencia dentro de la historia de esta institución.
Si una universidad tan reconocida
incluye la “ciencia de la felicidad” dentro de sus discusiones académicas, ¿por qué no involucramos la interacción crítica
y creativa desde el espacio universitario para impulsar la transformación de la
sociedad que tanto lo necesita?
Cuando se habla de educar para el
amor se tiene la errada concepción que lo romántico ha hecho presencia, o
cuando se intenta incluir la felicidad como tema creemos que es un punto a
donde debemos llegar cuando en realidad es un punto de partida. Dejemos ya de
ver a las universidades como una máquina para producir
profesionales, dejemos de lado esa búsqueda exhaustiva de eficiencia,
predicción, precisión y control, y comencemos a buscar como maestros un
crecimiento interior individual, el cual influirá en quienes estamos enseñando,
convirtiéndonos en ejemplo de nuestros hijos y alumnos.
La educación holista es un modelo
pedagógico que integra todas las demás pedagogías, ya que se centra en educar
para la espiritualidad, sabiendo que somos parte de un todo. Si lleváramos a
cabo lo que alguna vez propuso el Dalai Lama diciendo: "si le enseñáramos meditación
a cada niño de ocho años, eliminaríamos la violencia del mundo en solo una
generación", si nos dedicáramos a explorar la inteligencia más elevada de
todas, si nos damos permiso para crecer internamente, estamos entonces
construyendo el mejor mundo que heredará la posteridad, es decir, nuestros
hijos, o los hijos de nuestros hijos.
Educar para el amor significa no
intervenir sino acompañar, donde el otro puede llegar a sentir que se
desarrolla plenamente, teniendo la capacidad de ser innovador o de
diferenciarse del resto y aceptarse tal como es. Recién en los últimos años la
educación a manera holística ha recibido reconocimiento, aunque todavía sigue
siendo un momento de transición para llegar a ella, ya que la concepción
espiritual e integradora se sigue viendo como un aparte y no como lo esencial
que cada ser humano posee y tiene toda la potestad de desarrollar.
Queremos un mundo con personas
felices, personas que no encuentren en la violencia cauces para expresar su
dolor, personas amando lo que hacen, personas disfrutando lo que estudian,
personas con hogares amorosos; y al parecer, somos los que educamos quienes
podemos mostrarles el camino, cuando se educa para el amor, se tiene en cuenta
el amor propio, el amor a otros, el amor a la patria, y esto es lo que nos
llevará a todos al tan necesitado amor colectivo.
Me gusta la gente que no lo sabe todo, que todavía tiene ganas de aprender.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) Mayo 8, 2014
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