Definitivamente
el alma nos indica dónde debemos estar, nos señala el camino que es preciso
recorrer y a dónde ya no debemos regresar, sólo con prestarle atención y
escucharla cuando ya no desea continuar, sería suficiente para podernos
conectar. Mi alma está inquieta, lo confieso, pareciera anduviera buscando
otros rumbos, es como si me dijera que el tiempo de aprendizaje en este lugar
ya culminó, pero lamentablemente uno termina embadurnando al alma de
compromisos, apegos, agendas y deudas, aferrándose a lugares donde ya no
pertenece.
Quisiera untar mi vida de agua salada, despojarme de la monótona cotidianidad e irme a conocer hermosos lugares, visitar ciudades a donde van todos y aquellas más recónditas a donde nadie va. Asistir a conferencias, hacer yoga en la playa, cantar alrededor de una fogata, encontrarme con personas que desde hace tiempo no veía, acompañar una larga conversación con copas de vino, meditar y encontrarme, amarme y no apegarme.
Quisiera untar mi vida de agua salada, despojarme de la monótona cotidianidad e irme a conocer hermosos lugares, visitar ciudades a donde van todos y aquellas más recónditas a donde nadie va. Asistir a conferencias, hacer yoga en la playa, cantar alrededor de una fogata, encontrarme con personas que desde hace tiempo no veía, acompañar una larga conversación con copas de vino, meditar y encontrarme, amarme y no apegarme.
No es que tenga un alma errante, pero ya lleva tiempo desarraigándose, tal vez por ello se sienta prisionera en una ciudad que ya no siente que la albergue, y anda soñando con viajes y tiene prisa de estar en todas partes. Estando aquí he tenido la percepción de eso que llaman “regionalismo” es solo una máscara que utilizan algunos para no abrirse a un mundo que los vive esperando, es un miedo al cambio y poca apertura a recibir nuevas posibilidades y aceptar otras culturas, es quedarse con una perspectiva y no abrirle los ojos a la vida. A ese arraigo excesivo dan ganas de huirle y conocer otras calles y escampar de la lluvia bajo otras esquinas.
Todos estos años en este país, y ahora es
que conozco su mar, que renovación tan bendita, que ganas de quedarme enclaustrada
en esa orilla y regresar renovada con el alma reluciendo de limpia. Sé que este
no es un blog de viajes ni tampoco pretende serlo, porque el viaje que siempre
propongo emprender es el interno, al que Carlos Fraga llama “de la mente al
corazón”, o mejor dicho, “entender con la mente, para luego comprender con el
corazón”, perdonar y soltar, dos verbos esenciales para el crecimiento
espiritual.
Ya les he comentado que cuando me encuentro frente al mar mi espíritu se
apacigua, pero este viaje tuvo una connotación diferente,
entre largas caminatas, tormentas a mitad de la noche, subir doscientos
escalones para llegar a otro país, viajar en lancha con tanto miedo porque el
mar era muy bravío, estar literalmente desconectada del mundo, atravesar nubes
en una avioneta, sentarse a ver aquellas estrellas que en la ciudad se
esconden, o simplemente descansar en una piscina templada la aventura del día,
me da a entender que las largas horas laborales nos quitan mucho espacio de
vida.
Una de las cosas que más me gusta al estar
de vacaciones es perder la noción del tiempo, quitarse el reloj y preferir que
sea el cielo quien me indique la ruta del día, esto me hace sentir liberada. Tal vez
mi alma pretende vivir de vacaciones todo el tiempo o tan solo no quiere que
los días transcurran tan exactos, tan iguales. Dan ganas de desnudarse de tanta
rutina, de horas exactas para el tráfico, de reuniones excesivas. Dan ganas de
vivirle a la vida nuevas experiencias, contemplar nuevos paisajes y no aferrarse
a lo que lastima ni apegarse al placer creyendo que es una felicidad que se
mendiga.
Esto me anda contando el alma, veo fotos de
viajes y es como si una niña inquieta me estuviera gritando "vámonos
juntas allí", pero entiendo que afuera nada se encuentra, y mi mayor
anhelo es encontrarme y eso solo se logra adentro. Amarme y que me reiteren el
amor, no que me lo complementen, porque el amor completo estaría en mí y las
personas de mi vida solo estarían siendo felices conmigo y no intentando hacerme
feliz.
¿Qué le anda contando su alma? ¿También se
siente atascada en un lugar, en una relación o tal vez en un pensamiento o en
una dinámica que ha establecido para relacionarse con los demás? Sólo preste
atención a aquello que no desea hacer más, esos lugares a donde no quisiera
regresar, esas personas a las que quisiera encontrar o tal vez evitar, esas
respuestas que teme no contestar. El alma nos habla y no solemos escucharla,
dejamos de lado esos gritos internos y nos distraemos con una cotidianidad que
nos absorbe, casi que autómatas vivimos los días, planeamos vacaciones,
posponemos el disfrute porque lo urgente siempre echa a un lado lo importante.
Esa absurda forma de vivir, postrados ante
la urgencia, petrificados ante las exigencias, construyendo una sociedad que se
vive derrumbando, criticando a los otros, enjuiciando nuestros actos. El alma
no es esa voz interna que nos compara o nos minimiza, es una voz pujante, llena
de ímpetu que nos empuja a buscar respuestas, que se toma de la mano con
nuestros talentos y nos señala el camino del crecimiento, pero muchas veces
estamos tan absortos en nuestros problemas, enfocados en lo incierto, que
preferimos quedarnos laborando sin amar lo que hacemos, solo porque la supuesta
seguridad económica que nos brindan es más importante que nuestra seguridad de
alma, pero cuando hacemos lo que amamos, cuando estamos donde queremos, cuando
la vida transcurre apasionadamente, sin atarnos a la imposición de nadie, el
mundo nos regala alas y terminamos volando sobre el cielo que elegimos, y si la
vida es un viaje, la mía la quiero vivir viajando.
De esas veces en las que te sientes fuera de lugar, fuera de contexto, aquí ya no pertenezco.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) julio 9, 2014
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