Desde que vivo en esta ciudad,
que queda a diez horas de camino por tierra hacia el mar, veo la vida de manera
distintita, definitivamente los lugares influyen mucho en nuestra forma de
pensar, y el mar tiene el poder de cambiar mis pensamientos. Recuerdo que desde
pequeña la playa siempre era un lugar obligatorio para fines de semana, días de
descanso o vacaciones cortas o largas, de hecho no conozco la nieve, y son
pocas las veces en las que he permanecido en lugares fríos.
El mar para mí es un lugar
sagrado, el danzar de las olas, el olor de la brisa, la energía que ordena mi
propia energía, la arena acariciando mis pies, mi espíritu alegre dejándose
envolver. Es cierto, soy otra persona frente al mar, soy más serena, más feliz,
más jovial, más vital, más abierta, más dispuesta, más coherente, menos buscadora de procesos
emocionales que sanar, tal vez por ello mi permanencia en este nuevo lugar,
para dejarme arropar por la montaña lo que el mar no me deja abarcar.
La ciudad que me alberga en
este momento de mi vida es muy verde, siempre floreada, colorida y amena,
dinamizadora constante de procesos sociales, amable por naturaleza, cordial por
gentilicio, creativa, abundante y prospera, pero, y que lástima que tenga un
pero, no se encuentra cerca del mar, ni siquiera su brisa en días de calor se
parece a la calurosa brisa de mar.
Es significativa la importancia que tiene el mar para mí, veo mis fotos de antiguos viajes y la mayoría están
relacionados con este escenario. No sé si han tenido la misma sensación cuando se
encuentran frente a su majestuosa presencia, pero para mí frente al mar es el
espacio propicio para relajarnos, desde esa respiración purificada, ya se va
haciendo más fácil el camino para llegar al interior, es siempre una renovación
de energía impresionante.
La
contemplación del mar es un paso seguro para el silencio, nos lleva de la mano
a prestar atención, ya que cuando observamos detalladamente nos damos permiso
para detenernos, tal vez en un recuerdo, en una visualización, en el espacio
que nos rodea, pero al fin y al cabo, detenernos. Muchos hablan de buscar y
encontrar interiormente cosas que escondimos en algún lugar del tiempo y que
debemos rescatar para comprender lo incomprensible del presente, les parecerá
mentira, pero el mar logra hacerlo.
Ese sentarme en su orilla para admirar su grandeza,
toda su fuerza y toda su belleza, nunca pierdo esa capacidad de asombro que esa
agua salada me entrega, ya que esa sensación de estar de cara al mar es
inigualable. Aprendamos a
vislumbrar el paisaje marino sin que su color sea el único que se encuentre
definido en la paleta de colores de la vida, dejar que las emociones también se
mezclen con esos colores, es propio y es sano.
He reiterado en distintos escritos que vine a
buscarme, pero una vez que me halle, regresaré con mi alma ya saludable a
cualquier lugar donde el mar se encuentre, quiero cambiar horas de oficina por
horas frente al mar, quiero ese sosiego que lo marítimo le impregna a mi vida,
quiero un espacio de soledad con un malecón adornando mi vista, quiero ver la
sal seca sobre mi piel bronceada, quiero que se me enrede el mar en los pies, quiero
largas caminatas por orillas pintadas de atardeceres, quiero un litoral que sea
mi cotidianidad, mi refugio, mi renovada forma de ser.
Cuando uno ha vivido gran parte de su vida con la
playa como contexto, los otros paisajes los prefiere momentáneos, uno ancla su
alma en algún puerto donde sus emociones sean parte del oleaje de la vida, uno
hace de su espíritu las velas que impulsan el navío de su cuerpo. Nadar o
flotar sobre un mar en calma es todo lo que anhelo, dormir con el arrullo de la
ola, despertar con el viento salino golpeando la ventana, escuchar las voces
que el aire se trae de otras playas y de otros sueños.
Recuerdo mis tiempos de “arena y sol” y me
veo tan distinta, suelo asociar al mar con época de felicidad y buena vibra, pero ocurre que cuando
vives a media hora del mar no te percatas lo esencial que era para tu vida, a
veces lo cotidiano pasa desapercibido y no le rendimos la importancia que
realmente tiene hasta que no es parte del día a día.
Para quien no conoce al mar, se lo presento con mis
palabras, olerlo me inspira, escucharlo me emociona, bañarme en sus aguas me
limpia; si es su primera vez, le recomiendo pararse frente a él, percibirlo y
correr hacia sus aguas, como si él lo estuviera esperando con los brazos
abiertos, y zambullirse como si fuese un niño que abraza a un nuevo juguete del
tamaño del mundo. Mientras, yo estaré aquí elogiándolo sin cesar y sin perder
de vista a ese mar que siempre me espera.
"Hay gente que se marea en los barcos, yo me mareo cuando me bajo."
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) noviembre 23, 2014
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