Hace pocos días tuve la grandiosa experiencia de
presenciar una terapia de perdón, se trataba de una señora de unos cincuenta
años que asistió a terapia por la imperiosa necesidad de perdonar a su hermana
a quien odia desde su infancia. Ella se acuesta en un cómodo sillón y el terapeuta la
lleva a un estado de trance por medio de la relajación inducida, donde logra
aquietar su mente y volverla más receptiva y sensible para recordar.
Todos tenemos dos tipos de recuerdos: los
conscientes y los reprimidos, ocurre que cuando estamos en trance, el
consciente aflora para que el reprimido salga, cuando esto sucede, se puede
identificar fácilmente el virus espiritual y se ayuda a sanar el sentimiento o
los traumas arrastrados con un antivirus que se llama autoperdón, incluso se pueden identificar varios orígenes de una
misma situación, pero el viaje lo emprendemos solos, el terapeuta es un guía
que nos ayuda a encontrar recuerdos y a salir de ellos, pero una vez que usted
se encuentra en ese estado de alma, es preciso atravesar por inconvenientes,
adversidades y aprendizajes.
Esta terapia es un tratamiento donde nos curamos de afuera hacia adentro y sanamos de adentro hacia afuera, salimos de este presente y caminamos hacia un pasado que puede ser el origen de las dificultades que son parte de nuestra actualidad. Se alivian síntomas como miedos y fobias con tan sólo volver la mirada y revivir momentos dolorosos o verlos como espectadores de una vivencia que ya se torna muy lejana, pero que ha llegado con nosotros hasta nuestro presente afectando lo físico y lo emocional. Cuando hacemos esta regresión por medio del trance, podemos ir al pasado de esta presente vida o ir más allá y llegar hasta una vida pasada. Puede que los escépticos prefieran decir “supuestas vidas pasadas”, pero hasta hace pocos días para mí la palabra supuesta quedó totalmente relegada ante aquella terapia de perdón donde Esperanza se convirtió en Marcela.
En la terapia no solamente se busca el daño que nos
hicieron, sino también el daño que causamos, el cual es definido por el
terapeuta como “actos de desamor”, todo aquello que le hacemos a otros nos lo
estamos haciendo a nosotros mismos, todo es preciso saldarlo, sea en esta vida
o en una próxima, es por ello que el tener asuntos pendientes, conversaciones
inconclusas o perdones sin darnos, nos lleva a un estado de desasosiego perenne
donde el cuerpo nos grita lo que el alma no sana.
Con cada acto de desamor que le hago a otro me ato
y sólo me desato con el acto más grande de amor: El Perdón. Muchas veces
nos quedamos con la basura emocional de otros, con la violencia que otro dejó
en nosotros, pero no nos detenemos a pensar que también hemos podido ser los
causantes de lo que más nos ha dolido en la vida, así que en nuestra memoria
sólo se queda lo que otros nos hizo y subyace lo que le hicimos a otros.
La terapia del perdón nos ayuda a entender,
comprender y aceptar aquellos duros procesos que nos han llevado a ser lo que
ahora somos, y terminamos reconociendo que por años hemos andado atados (con
cadenas invisibles que pesan y desgarran) a esas personas con las que
identificamos nuestros sentimientos negativos, sin percatarnos que lo único que
hemos hecho es atraer energía negativa de otros, mientras alojamos la energía
negativa que alguien nos dejó.
Tal vez si somos de espíritus más evolucionados no
necesitáramos de una terapia del perdón para perdonarnos, ya que no hubiésemos permitido
que nadie dejara rastros de su desamor en nosotros. Cuando estamos en trance
somos capaces de ver más allá de lo ocurrido. Esperanza logró llegar a su infancia
en el trance, donde fue víctima de su hermana mayor con represión y maltratos
constantes, el terapeuta le indica que busque en el pasado la causa de tanto
desprecio por parte de su hermana, que se dirija a esos lugares donde ella hizo
actos de desamor con su hermana mayor, y llega atrás en el tiempo, y siendo
ella ahora Marcela, nos hizo saber que despreció ella primero a su hermana
desde que se encontraba en el vientre materno, que apostaba porque no naciera,
que también fue represiva con ella, que la encerraba en aquella vida, tal como
su hermana la encerraba en esta existencia.
Marcela nos mostró su cruda muerte de aquella vida
llena de rabias y resentimientos hacia una persona que en esta vida le haría
saldar igual con rabias y resentimientos. Esta historia podría ser tomada como
una moraleja (dependiendo de sus creencias), donde entendemos que aquello que
damos o ya dimos, nos lo están retribuyendo, y muchas veces son aquellos
quienes nos importan los que nos están dando tan crueles saldos, o sencillamente
se trata de intercambios de aprendizajes, y lo más probable es que aquel que
más nos duele es el que mejor nos está enseñando.
En trance llegamos a los recuerdos que escondimos
en el tiempo, los cuales se nos ofrecen como revelaciones y nos muestran
ataduras silentes que decidimos inconscientemente llevar prendidas, algunas
veces en nuestro cuerpo, otras, en nuestros sentires. En trance curamos el
cuerpo tocando el alma, cuando la atención deja de estar en el afuera y la
volcamos a un proceso interno, el viaje dentro del viaje, el caminar hacia
atrás con la mente para contemplar o vivenciar nuestras más crudas experiencias
y relacionarlas con el acontecer de este ahora que lleva la resaca de lo que ya
vivimos.
Perdonarnos para perdonar es el mayor acto de amor
que podemos hacernos, nos despojamos de todo el dolor, mientras limpiamos y
cerramos la herida, lloramos con la certeza de que cada lágrima nos enjuaga y
nos regocija, dejamos el espíritu resplandeciente y nos asomamos con cautela a
todos aquellos actos que creen, de ahora en adelante, desamor en nuestras vidas.
Alguien nos escribe desde otra vida. Alguien nos recuerda desde otros sueños.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) octubre 3, 2014
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