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Celamos o amamos



Esta lectura es solo apta para inseguras y desconfiadas, si te consideras siempre segura de ti misma y sin la necesidad de sentir al menos una pizca de celos, abstente de leer, ya que este escrito está dirigido al celoso (compulsivo o no) que ha establecido este sentir dentro de su relación de pareja.

Algunos dicen que los celos son demostraciones de amor, otros afirman que son casos patológicos del comportamiento, lo que si es cierto, es que es muy desagradable sentirlo, sea constante o establecido implícitamente dentro de un juego de roles, donde uno cela mientras el otro se relaja, y viceversa, en ambos casos, siempre hay uno padeciendo y el otro pagando las consecuencias.

Los celos comienzan frente al espejo, cuando esa imagen que se devuelve nos dice si es digna o no de ser amada, los limites los establecemos nosotras mismas, el amor que nos dan es el amor que nos damos, suelo ser recurrente en esto, pero es importante tener en cuenta que hay un espejo que nos devuelve la imagen y hay otro espejo que nos devuelve las emociones, y este último es nuestra pareja.

Los celos siempre llevan un cuerpo, un rostro o un nombre, el celoso siempre tendrá un abismo hecho persona donde pueda desahogar la culpa que lleva impuesta su inseguridad. Siempre está la tortuosa idea de que hay alguien mejor, y con ese pensamiento nos demostramos una y mil veces nuestra poca valía, la poca capacidad que tenemos de mantener a nuestro lado a alguien por lo que somos y no por lo que tenemos. Nos convertimos entonces en una dualidad, la cuerda que jala entre la persona que ama y la que cela, divididas entre amar y dar, o expiar y controlar, perdemos el tiempo analizando una relación que deseamos sea permanente, predecible y controlable, pero como no existe esa certeza en ningún tipo de vínculo, el deseo nos mantiene frustradas todo el día, todos los días.

No es lo mismo ser el celoso que ser el celado, el celoso tiene el poder imaginativo descarriado, el celado tiene la torpeza de creer que todo lo que hace es errado, ambos aman, pero uno corre mientras que el otro persigue, y se establece esta dinámica como permanente, y cuando quien cela ya no tiene ganas de celar, o se aburre de su comportamiento absurdo, o simplemente ya no hay más fantasmas a quienes causar, el celado asume entonces el puesto de celoso y comienza nuevamente la insalubre forma de llevar a cabo una relación.

Por lo menos en este juego de roles se reparten las cargas y cada uno la va sintiendo en diferentes momentos, pero cuando es uno de los dos quien padece agotadoramente este mal, por supuesto que el celado se convierte en la victima inclemente y sale corriendo o queda atrapado en unas redes de desconfianza y desenfreno.

Celar mientras se ama, amar mientras se cela, la disyuntiva que muchos llevan presente en su cotidianidad; aparte de lo difícil que ya es la vida, debemos también invertir energía en descifrar el enigma diario del qué hará la pareja en nuestra ausencia, tal vez es que nos sobra demasiado tiempo para pensar en el otro y nos falta tiempo para pensarnos un poco más. En esos espacios en los que estamos ocupadas haciendo lo que nos gusta, pensando en nuestros proyectos, le invertimos poco tiempo a la negatividad, incluyendo los celos, nuestra mente pasea por escenarios de prosperidad, nos sentimos extrañamente seguras y absortas dentro de un mundo que nos causa placer, muchas veces dejando de lado al otro y haciendo éste de los celos una forma de ser.

Ese pensamiento colectivo de que “hay algo malo en mí”, donde pareciera todos escondemos algo que no queremos descubran, sumergidos en un mundo de apariencia en el que hacemos un desfile de virtudes para que nadie sepa que en ocasiones también sabemos ser celosas y desconfiadas, temerosas de perder al otro porque aún no hemos sabido encontrarnos, ese satanizar a los celos ha hecho a este teatro de la inseguridad una cortina por donde nunca nos debemos asomar, así que aparentamos ser lo más seguras posibles y vendemos la imagen de comprensivas y para nada atormentadas, aunque se asomen en un desencuentro esos celos acumulados que tratamos de esconder hasta el último momento, sólo para no dejar al descubierto la debilidad de habernos sentido menos.

El celoso puede estar viendo un posible rival en todas partes, su alarma puede activarse en cualquier momento, su lenguaje interior le vive recalcando lo poco probable que su pareja se mantenga a su lado por tiempo extendido; sé que te parece exagerado este dilema, pero es factible el habernos sentido amenazadas en alguna oportunidad y el compararnos fue propio para no creernos menos ante el adonis o la diosa que agrandamos desde nuestra perspectiva empequeñecida, sin darnos cuenta que hasta el más grandioso de los físicos alberga las más grandes inseguridades.

Puede que a ti celar te parezca un verbo que se logre conjugar en pequeños actos de amor, pero desde mi punto de vista celar es un acto de desamor con nosotras mismas, ya que el sólo hecho de minimizarnos ante alguien, sea alguien más escultural o más encantador o más inteligente, es sólo nuestra perspectiva la que lo agranda, ya que todas, absolutamente todas, estamos pasando por procesos emocionales, y tal vez el tuyo sea simplemente confiar, ser más persuasiva con tus instintos y no creer que la solución es huir de esa pareja, o de ese trabajo, o de esa casa, o ese país, ya que a donde vayas y con quien sea que te encuentres, siempre estará tu amor propio esperándote en cualquier momento.

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