Mujeres que me leen, no sé si tienen la misma sensación que yo, pero los hombres suelen dispersarse, algunos ausentarse, irse a una cueva, a descansar tal vez de nosotras, a recuperarse del enfado, a sosegar el stress, a meditar sin saberlo, a equilibrar emociones, a regresar renovados, a liberarse de penas; y nosotras, aun con la molestia a cuestas, esperando a que nuestro hombre salga de la cueva.
Que mala costumbre tenemos las mujeres de esperar a
que el hombre salga de la guarida que él mismo se crea, para llevar a cabo
conversaciones inconclusas, nos plantamos allí, tal cual sala de espera, y lo
único que hacemos es que ese hombre regrese a su cueva. Cuando su pareja se
encierre en la madriguera y ponga el candado de silencio, no se siente junto o
frente a la puerta de esa desesperante caverna a esperar a que salga, tómese
también usted su tiempo, las mujeres solemos escandalizar el enfado, el hombre
prefiere ir a procesarlo, las mujeres queremos hablarlo, ellos desean callarlo.
Así que mientras más tiempo el hombre pase en su cueva, más tiempo tendrá usted
para conocerse, eso sí, no pretenda entrar, no hay acceso para el mundo
femenino allí adentro, no intente adornar con flores la entrada de esa cueva,
entienda que nunca va a poder ingresar.
Dicen por ahí que el hombre es un “analfabeta
emocional”, que no sabe qué hacer con sus tristezas, no sabe dónde guardar la
culpa, no siempre quiere secar nuestras lágrimas, no se siente a gusto con el
drama, no anda pendiente de fechas. Hasta envidiable me parece poder encerrarse
mentalmente en un lugar donde no haya acceso para nadie, ni siquiera para
nosotras mismas, donde podamos darle un stop a tantos pensamientos agobiantes,
pero ocurre que si nosotras tuviéramos nuestra propia cueva de seguro los
invitáramos a pasar, a fin de darles certeza a ellos que en realidad no los
hemos dejado de amar, sólo nos estamos reponiendo, tal como lo hacen ellos
cuando la molestia los acecha.
Uno tarda en comprender que el hombre tiene su cueva,
pero cuando lo sabe, comienza a adorar su propio espacio. Sin ánimos de ser
machista, pero es preciso entender que el hombre cuando se siente acorralado de
nuestras ganas de hablar, se esconde, así que mientras su hombre se encuentre
en el resguardo, aproveche para estar con usted misma, sin preocuparse a qué
hora va a salir, sea capaz también de renovarse, aunque los pensamientos no se
apaguen, aunque crea que debe ser él quien le muestre el camino de retorno a su
felicidad. Si no sabemos hacernos felices, no le podemos dejar esa tarea a
nadie más, además, que peso tan grande ese de saber que la felicidad de alguien
se encuentra en nuestras manos, es como mucha responsabilidad ¿no
creen?
Mi reflexión de hoy apunta hacia aquellas mujeres que
hacen más énfasis en el sentir del otro que en el sentir interno, nos
preocupamos cuando el hombre está reconfortante en su cueva y no hacemos nada
para reconfortarnos nosotras también. Ellos siempre serán distantes cuando algo
les afecta, nosotras queremos cercanía cuando creemos sentirnos afectadas por
ellos. Somos responsables de nuestros sentimientos, y nadie tiene un control
remoto jugando a cambiar canales de emociones en nuestro interior, somos
nosotras quienes decidimos qué sentir, quienes nos permitimos los sentires.
Nunca vamos a entrar a esa cueva, y como no somos
capaces de crear la nuestra, busquemos entonces nuestro propio espacio para
sosegarnos, ya habrá tiempo de comunicarnos, ya llegarán las palabras nuevas,
ya que nos repetimos en antiguas peleas utilizando frases trilladas para poder
saldar deudas que creemos pendientes, malestares no resueltos, esos silencios
de las omisiones masculinas que tanto nos pesan, y a medida que sube el tono emocional de una situación ellos
tienden a retornar a los habituales mecanismos de defensa: el control, la
racionalidad, el bloqueo; a diferencia de nuestro descontrol, emocionalidad y apertura
en todo momento.
Para poder comunicarnos bien hay que estar adecuadamente “conectados”. Sin
embargo, sucede que tenemos la fantasía de que el diálogo nos devolverá la
sensación de conexión con nuestra pareja, mientras que ellos siguen otro
camino, buscando la conexión a través del reconocimiento nuestro. Ese
abstraerse del hombre que tanto nos ofusca, cabe destacar que ese retiro no es
señal de que él ya no nos quiera, sino que el hombre necesita alejarse para
volver con más fuerza.
Se convierte entonces ese silencio en una extenuante interpretación
nuestra, porque una mujer sólo calla cuando lo que tiene que decir puede hacer
daño, cuando es definitiva la ida sin regreso; en vez de invertir ese tiempo en
dejar de suponer y comenzar a emprender el camino hacia adentro. Es importante
aclarar que no siempre cuando hablamos de lo que nos hiere estamos
culpabilizando, tan sólo sentirse escuchada es suficiente para saber que hay
alguien allí al otro lado de la relación, que no estamos solas en este juego de
dos. Así que le recomiendo que mientras ellos buscan el camino de sus fuerzas,
nosotras debemos fortalecernos más y de mejor manera, aunque no tengamos la
estrategia de adentrarnos a una cueva.
Ya no me abrumo con el silencio de nadie porque he aprendido a escuchar mi propio silencio.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) noviembre 11, 2014
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