El perdón
se encuentra allá, en la otra orilla, y para alcanzarlo, debemos nadar hacia
él, sobrepasar este mar turbulento, para luego descansar en su arena y sentarse
a contemplar la vida. Pero perdonar pareciera que fuera de espíritus más
elevados donde los atormentados no tenemos cabida, así que le dejamos a los más
buenos el don de perdonar vidas, y seguimos nosotros los más mundanos,
empacando heridas en el equipaje de cada día.
En aquel tiempo donde fuimos víctimas, y otros victimarios, tiempos difíciles impregnados de desdicha, tiempos en el que sufrir era indispensable para limpiarnos y lamernos la herida, ese tiempo que no es hoy y por supuesto no es este momento, ya que pasado el tiempo y pasado el drama, y a partir de lo sucedido, abrimos los ojos, obtuvimos algún aprendizaje y comenzamos a verlo todo con otra mirada, otra perspectiva, ya ese dolor no es inmediato, sino sosegado por el tiempo, y la rabia fue justo lo que necesitábamos en aquel momento porque nos ofrecía una sensación de alivio para que la depresión no pesara tanto, el dolor no desesperara y el temor no se volviera culpa. Pero todo eso ocurrió en aquel momento, y lo hemos traído a cuestas a este lado de la vida.
Perdonar
es un término que no comprendemos del todo y mucho menos cuando aún sigue
abierta la herida, perdonar es soltar, es ir hacia adentro, buscar lo que nos
lastima, hacer el duelo y dejar que se vaya. Los otros siguen su camino y
nosotros reteniendo a quien ya hace mucho tiempo siguió la estela de su
destino, pero lamentablemente estamos muy ocupados culpando a los demás como
para soltar, y dramatizar ha sido lo mejor que hemos podido hacer para que todo
doliera menos.
En
realidad, no perdonamos a nadie, nos perdonamos a nosotros mismos por lo que
nos hemos permitido sentir, nos perdonamos para liberarnos de todo aquel que
nos hizo daño, para deslastrarnos de esa esquina de la vida donde aún nos
refugiamos, para dejar ir a lo que sigue afectando. Perdonamos para
perdonarnos, liberamos para liberarnos, dejamos ir para encontrarnos.
Hay
personas a las que la vida no les ha mostrado la grandeza del sufrimiento, y
cuando alguien apenas le asoma un esbozo de desprecio o abandono sienten que el
mundo se les derrumba; nos creemos permanentes en la vida de otros, cuando ni
siquiera llegaremos a permanecer eternos en nuestras propias vidas. Si fuésemos
capaces de vivir con desprendimiento, de soltar a tiempo, de no retener a
nadie, pero creemos que somos nuestros padres, creemos que somos nuestros
hijos, creemos que nuestra pareja nos pertenece, creemos ser eternos e
infinitos. Entonces perdonar lo dejamos para luego, para cuando llegue el
momento preciso, y mientras ese tiempo llega, seguimos reteniendo a los que ya
se han ido. Los que se fueron nosotros amando o los que se fueron y nosotros
odiando, todos ya no caben en este lado de la vida, todos se fueron a otras
orillas a procesar sus propias heridas. Así que si usted lleva adentro a quien
le causó tanto sufrimiento o lleva adentro a quien le dió tantas alegrías, en
ambos casos, hay que perdonar, dejar ir y aprender a fluir con la vida.
En otros
casos, no podemos perdonar a quien todavía sigue a nuestro lado, a quien nos
acompaña diariamente, amamos a la persona que es, pero detestamos lo que llegó
a hacernos ¿Cómo perdonamos a alguien que no se ha ido? ¿Cómo nadar hacia
esa otra orilla cuando esa persona aún sigue a nuestro lado? Terminamos viendo
a la otra persona desde nuestros propios juicios y entramos en la incertidumbre
de si nadamos con ella o simplemente la dejamos en este lado de la vida, o
dejamos a un lado el resentimiento y salimos corriendo de esa prisión interna
donde nuestras emociones constantemente se atascan y se lastiman. El perdón es
dejar de vulnerarnos por lo que alguien nos hizo y no está a nuestro alcance el
solucionarlo, así que el perdón es sustituir el malestar por un aprendizaje que posteriormente se convierta en bienestar, crecimiento y valoración de
vida.
Perdonar
es recordar con agradecimiento, es saber que lo ocurrido tuvo que ser parte de
una consecuencia que nos llevó a ser lo que ahora somos. Perdonar es recordar
sin el dolor tendido, sino con la certeza de saber que el dolor es ahora una
gran experiencia. Perdonar es recordar sin resentimiento, es haber hecho la
adecuada despedida, es ser la fortaleza de una ya muy lejana debilidad que nos
mantuvo por mucho tiempo en ese lado de la vida.
Perdonar
es nadar hacia la otra orilla, y en cada brazada, la herida debe limpiarse con
esa agua salada, que algunas veces pica o arde, pero siempre cierra y
cicatriza, sin que nada quede por dentro, sin la posibilidad de poder abrirla.
Perdonar va de la mano con el agradecer, no ocurre el uno sin el otro.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) septiembre 19, 2014
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