El pasado lleva la tinta de nuestros antiguos recuerdos, colores que el
tiempo se ha encargado de atenuar y darle matices desgastados o degradados, y
que desde el presente, se tornan distintos a esa gama de colores que algún día
logramos apreciar.
Solemos calificar al pasado de oscuro, brillante, días grises, recuerdos
coloridos, y nos sentamos a ver esa pintura, y muchas veces en reuniones
familiares o de amigos, en nuestra soledad o con nuestra pareja, tal como si
estuviésemos viendo la obra en un museo, donde se cree transmitir las mismas
sensaciones y emociones que el artista experimentó frente a la escena o el
motivo original, y desperdiciamos el ahora observando detenidamente cada
acontecimiento como si estuviese intacto e intocable por el tiempo.
Cada día nos ocurren cosas distintas, conocemos nuevas personas, nuevos
lugares, leemos un nuevo libro, escuchamos una nueva canción, vemos una nueva
película, y así vamos llenando al recuerdo de recuerdos, de nostalgias, de
memorias, remembranzas lejanas y cercanas que permiten crear la ilusión de
nuevos tonos, nuevas perspectivas de cada color que se asoma a nuestras vidas
trazando nuevas líneas, con nuevas texturas y nuevos elementos.
Las personas que
trabajan con colores como los artistas, los terapeutas, los diseñadores gráficos,
los arquitectos de interiores o los modistos, nos hacen saber que las personas pueden variar su
percepción del color y llegar a percibir un mismo color de manera distinta en
diferentes momentos, así que la determinación visual siempre será subjetiva, el
negro de aquel pasado tan lejano, puede que ya hoy no sea tan negro, el
aprendizaje de vida le ha enseñado a verlo como un gris oscuro, o tal vez un
poco más claro, dependiendo de su posición con respecto a la luz, la intensidad
y el tiempo. Lo que fue difícil ya no es tan difícil desde esta otra mirada que
la vida le está ofreciendo.
Nuestras historias de vida están realizadas a tinta, podemos ir dándole
contrastes cuando logramos cambiar el mismo tono con diferentes fondos, lo cual
nos va produciendo la sensación de movimiento. La vida es movimiento, es un
fluir constante que nos coloca siempre en diferentes momentos, no siempre están
las mismas personas, no siempre los mismos lugares nos hospedan.
Mi propósito no es incitar al no recuerdo, sino recordar con la certeza de
que lo lumínico puede estar pigmentado de un pasado que creemos mejor que este
maravilloso presente. Que el olvido puede ser la transición de un color solido
a una transparencia, una vez que hemos logrado ver lo vivido con aquellas
nuevas tonalidades que la experiencia nos ha ilustrado a partir de una nueva
composición de vida.
Despintamos al pasado cuando sabemos que no tiene el color exacto como el
presente nos hace creer, la cotidianidad nos presenta constantemente diversas coloraciones
que pueden hacer cambiantes nuestra forma de ver el mundo. Nos arraigamos a los
recuerdos dolorosos y felices sin percatarnos que la vida ha colocado nuevos
recuerdos sobre eso vivido, ya sufrimos sobre lo sufrido, ya hemos sido felices
otras veces, pero seguimos aferrados a recuerdos particulares que han
determinado cada vivencia de épocas pasadas, y tomamos decisiones sobre lo que
el recuerdo nos diga, con la finalidad de no repetirlo, pero lo recreamos una y
mil veces en nuestros pensamientos y volvemos a usar esos colores pasados de
moda, y volvemos a echarle tinta al lienzo, y dependiendo de nuestros estados
de ánimo, unas veces damos más luminosidad, otras veces, mas saturación.
El trabajo pictórico de esta lectura es comprender que el pasado tiene
grados de oscuridad y luminosidad que en nada se parecen a este presente, donde
ya hemos hecho una variación cualitativa del color, ya todo está pigmentado de
nuevas vivencias, colores cálidos y fríos que se han unido a lo cromática que
es la vida y sus posibilidades de vivirla sin que el pasado se nos imponga
constantemente.
Es paradójico
como todos vivimos esperando al amor, cuando el amor nos vive esperando a
nosotros. El futuro será mejor y el pasado ya lo fue, el presente se vuelve tan
incierto como lo pintan la angustia y la ansiedad. Esa frase tan trillada de
que “todo pasado fue mejor” no nos deja crearle a la vida nuevos momentos que
se conviertan en mejores pasados, cada día estamos creando pasados sobre
pasados que van siendo parte de recuerdos sobre recuerdos, y todavía tenemos la
convicción de que no se ha perturbado la memoria, que lo vivido lleva el rastro
exacto de cada huella, cuyas marcas creemos aún siguen húmedas sobre el fango,
cuando el viento del olvido se ha encargado de secar la tierra.
La vida es una
sucesión de momentos que pueden ser tomados, según la mirada que los encuentre,
como coloridos o decolorados, tal vez un negro verdor, un blanco escarlata, un
azul blanquecino, o un cierre de sombras o un abrir de silencios. Aquello que
recreamos permanentemente, no necesariamente nos está recreando a nosotros con
la misma insistencia, puede que ese pasado al cual nos referimos
significativamente, no nos esté dando a nosotros la misma importancia. Somos lo
que fuimos, pero aquello que fuimos puede que no sea lo que ahora somos, puede
que no seamos recuerdo de lo que recordamos, puede que seamos el olvido de lo que
tanto amamos. Es importante preguntarse entonces ¿Con cuál color cree lo están
recordando en este momento?
Cada sujeto
colorea sus recuerdos y le añade matices personales, tan subjetivos, que pueden
llegar a diferir con lo realmente ocurrido, sus ideas estéticas puede que ya no
estén vigentes a las nuevas circunstancias que pinta el presente. El pasado
suele estar contaminado de un fuerte componente emotivo que los años se han
encargado de atenuar, así que quítele la pintura a su pasado, esa pintura desgastada
y corroída por el tiempo, y comience a pintar este hermoso presente que tanto
lo espera y que usted tanto evade.
De nuestros
colores preferidos a los que menos nos agradan podemos asociar cientos de
sentimientos e impresiones distintas que van del amor al odio, del optimismo a
la tristeza, de lo elegante a lo más feo. Así que podemos estar seguros que
colores y sentimientos no se combinan de manera accidental, no es cuestión de
gustos, sino de asociaciones profundamente enraizadas desde la infancia que se
internan en nuestro lenguaje y pensamientos. Un mismo color actúa en cada
ocasión de manera diferente, es decir, un rojo puede resultar erótico o brutal,
inoportuno o amoroso, todo depende del contexto y la connotación que le demos.
Lo mismo ocurre con el pasado, aquel que se refiera a su pasado como
“amarillento”, es preciso preguntarnos ¿se trata de un pasado radiante o
hiriente? O si es un pasado “verdoso” tendríamos que catalogarlo de ¿saludable
o venenoso?
Podemos ser
todos parte de un mismo pasado y cada quien le dará el color que mejor refleje
sus experiencias, podemos estar todos pintando un mismo cuadro y cada quien le
dará el color que mejor se parezca a sus vivencias. El pasado puede ser un
punto de referencia, pero no el norte que guie nuestra existencia. Estamos
hablando de un momento histórico que se ha venido reduciendo progresivamente,
en donde todo lo que hemos vivido de algún recuerdo aún nos seguimos
sosteniendo, donde algo nos atasca, alguien pretendemos nos espera o alguien
creemos nos recuerda con los mismos colores con los que pintamos el
pensamiento. Vivimos dispersos en un mundo cambiante, tan colorido como
monocromático, tan de todos como de nadie.
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