Estos sentires pueden ser
dolorosos o ámbitos de reflexión que nos permiten tener intimidad con nosotros
mismos, y por ende, lograr el ensimismamiento, a fin de vernos reflejados en el
espejo de la vida y saber que lo que nos está ocurriendo, otros lo están
viviendo en cualquier punto del planeta, y que nuestra energía puede estar
conectada con otra energía, que cuando fluimos desde adentro dejamos de tener
la visión empañada y aclaramos la perspectiva de nuestros sucesos, a sabiendas
que muchos estamos pasando por lo mismo, pero en otros lugares y con otras
personas, y cuando lo llevemos a cabo, no seguiremos caminando por la orilla
del abismo que le hemos creado a nuestras emociones para quedarnos atascados
con ellas.
Hay etapas en la vida en las que el cuerpo y la mente nos reclaman hacer silencio, pero el ruido de lo cotidiano no nos permite callar, algunas veces porque el silencio no nos cabe en la boca, otras veces porque el silencio aturde si se está con él por largo tiempo. Ese silencio va de la mano con la soledad, y cuando esta soledad nos sofoca es porque no nos estamos acompañando como deberíamos. Cuando se tienen espacios de soledad en la vida, no son esos espacios frente al computador o la televisión, son realmente espacios donde el silencio es el protagonista, un lugar que da cabida para que la voz interior haga su entrada triunfal, dejando a un lado el murmullo de todas esas voces que han sido parte de nuestras vidas, y permitir entonces el escucharnos, atendernos, sentirnos.
Sentarse frente a frente con la
soledad no es tarea fácil, mucho menos cuando estamos acostumbrados a vivir en
ciudades vertiginosas, con ritmos de vida que no nos permiten detenernos y
pensarnos y encontrarnos. Con jornadas laborales excesivas, con escasos
momentos para saborear, sólo aprendiendo a tragar. Tragar comidas, tragar
emociones, tragar rabias, tragar desilusiones, tragar problemas para no
molestar a otros. Y un quedarse a solas puede ser uno de los grandes miedos que
muchos pueden enfrentar dentro de su cotidianidad. Quedarse solo no es
olvidarse del mundo, es saberse con uno, es no ahogarse porque nos estorbamos,
es no tenerle miedo a nuestro propio encuentro.
Anecdóticamente les cuento que
cambiar de país, de ciudad, de calles, de trabajo, de amigos, no fue un proceso
fácil, pero ¿qué cambio es fácil? Si comprendiéramos que el cambio es
enseñanza, entonces aprenderíamos a fluir con él. Pasar de estar rodeada por
todos, a estar inmersa en mis pensamientos, muchas veces agobiantes y
angustiantes, otras veces reveladores, hicieron posible mi camino de soledad,
descubriendo un incipiente nacimiento de mi vida espiritual, dejándome llevar
cómodamente hacia ese lugar donde confío que la vida me está llevando: a
descubrirme. Silencios que no se buscan, pero que se dejan encontrar, que
revelan, que nos hablan, que acompañan y que enseñan.
El silencio es un espacio que
debemos conquistar, cuando nos detengamos ante el bullicio de la vida, sabremos
mirar hacia adentro con mayor afinidad. Este puede ser un buen momento para
encontrarse, sin perturbadores tecnológicos que son parte de nuestro vivir, y
aprovechar esa ida al trabajo, ese momento bajo la ducha, ese espacio que nos
regalemos al menos una vez a la semana para acercarnos a un pensamiento más
apaciguado, menos acelerado, más intuitivo, menos desordenado. Se trata simplemente
de respirar y pensarse, saludarse y responderse el saludo, de prestar atención
a cómo nos hemos venido sintiendo en los últimos días, meses, tal vez años, de
vigilar qué nos acongoja y qué nos emociona, dónde estamos y qué hemos logrado,
qué queremos alcanzar y qué estamos haciendo para conseguirlo. Nos hemos
acostumbrado a pensar en los demás y a repasarnos muy poco, y lo que hemos
hecho es pensarnos en torno a las necesidades de los que nos rodean y de los
que amamos, y en ese atender a los demás, nos hemos desatendido en demasía.
Ese estado natural de
aceleramiento nos hace olvidar el verdadero vivir, ese caminar más despacio, ese
manejar más despacio, ese masticar más despacio y degustar cada alimento, ese
percibir con lentitud, esa conciencia que le pongamos a cada respiración, podrían
ayudarnos a cambiarle la mirada a esta vida que se nos escapa día a día, a través
de las agujas de un reloj que inclementemente sigue su curso sin esperar a
nadie.
Hay quienes guardan los problemas
con candados de silencio y luego no saben cómo darle palabras, y resolver y
reconstruir una comunicación que yace muerta se les hace casi imposible, esto
también es soledad, el no querer retomar, no volver, no afrontar, vestidos de
culpa y cobardía por el resto de la existencia, nos lleva a una soledad
interna, a una soledad de alma. Ese extraño vacio que llegamos a sentir cuando
permitimos que lo que diga o haga otro nos afecte, cuando dejamos que una
emoción que nos daña se quede a vivir con nosotros por años, cuando buscamos la
felicidad afuera y ella esperándonos adentro, a esto también podemos llamarle
soledad, y más que soledad, un abandono de nosotros mismos.
Comprender a la soledad es un
darse cuenta que la vida está llena de personas que aman en soledad, que sufren
en soledad, que pueden estar acompañadas, y aún así, seguir sintiéndose muy
solas, porque esa soledad está alojada en lo más recóndito de un ser que no se
ha sabido tomar en cuenta, que no sabe escucharse, sentirse, apoyarse. Y lo
peor de todo, es que terminamos convirtiéndonos en una sociedad que camina desolada
creyendo estar acompañada.
Comprender a la soledad es
saberse quedar a solas sin que el silencio nos aturda, sin el miedo a que
nuestra sola presencia nos agobie, es saber reconfortarnos en nosotros, dejando
de lado el murmullo de afuera, improvisando la felicidad en nuestros propios
brazos. Es dedicarnos algunos minutos de esas veinticuatro horas para
aquietarnos, para que la ansiedad no le gane la batalla al día a día, para ir
creando desde nosotros eso que algunos llaman calidad de vida.
Pareciera que el silencio nos
contara aquello que no queremos saber de nosotros, salimos corriendo cuando se
abre la caja de los recuerdos dolorosos, de heridas que descubrimos aún siguen
abiertas, y preferimos ir a la calle a buscar a personas que nos ayuden a callar
ese escandaloso silencio, personas de cuyo silencio personal también andan
huyendo. No nos queda de otra que asumir que nos tenemos miedo, que nuestro
mundo actual nos robó el derecho al anonimato, al silencio constante, al vivir
en sosiego.
La soledad no es mala, la soledad
somos nosotros cuando estamos lejos, ausentes, buscándonos, esperándonos,
encontrándonos, atendiéndonos, comprendiendo que nos hemos vuelto seres
dependiendo de otros seres que no aceptan un espacio de soledad como respuesta
a un mundo que se volvió poblado, pero lamentablemente desolado.
Estas líneas semanales nos brindarán la oportunidad de crear espacios de
soledad, con la finalidad de regalarnos la oportunidad de que estas lecturas
nos reflejen y nos inviten a reflexionar qué tan lejanos estamos de nosotros, y
cómo nos muestran el camino para volvernos a encontrar.
La gente independiente vive su soledad de manera creativa #EspaciosDeSoledad
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) octubre 8, 2014
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