El orgullo y la soberbia van de
la mano por un mismo transitar. Hay orgullos muy bien establecidos que no
permiten las equivocaciones de otros, donde ceder ante ellas sería caer de
rodillas, como si fuese una especie de fracaso dar la razón a otro, donde la
tolerancia no tiene cabida. El orgullo también es un compendio de rabias
acumuladas, de expectativas mal formuladas, de vivir a destiempo y de quedarse
vestido de herida por el resto de la existencia, dejando conversaciones
inconclusas y lejanías persistentes.
Nuestra mente suele divagar como un péndulo entre el pasado y el futuro sin quedarse quieta en el presente, llevamos a cuesta el rencor y la angustia, nuestro sentir aloja a quienes nos hicieron algo y a quienes podrían llegar a hacernos algo, sin saber precisamente qué es ese algo y quién es ese alguien, y es allí cuando nos quedamos en el medio de la nada, presos por el orgullo, atascados en la distancia que nosotros mismos establecimos entre lugares y personas.
Cuando desempaca al orgullo de su
equipaje cotidiano, suele ocurrir que va más allá de las limitaciones que usted
mismo se ha impuesto. Cuando hemos pasado por el duelo y limpiamos la herida, podemos
ver claramente cómo fue que le dimos forma y color a ese orgullo, hasta llegamos
a ver que hemos trazado distancias perfectas que nos separan de aquello que
decidimos alejar y no toparlo más con nuestros sentires.
El recuerdo es un lienzo con la
tinta desgastada, que desde el presente, torna al pasado con colores distintos y
que van distorsionándose con el pasar del tiempo. El gris oscuro de su pasado
no es tan oscuro como el presente lo pinta, además, la concepción de gris
oscuro que usted tenía en aquel tiempo no es la misma de hoy día, por tanto,
creemos tener el recuerdo intacto, cuando la vida coloca matices sobre ese
recuerdo de experiencias nuevas, aunque preferimos arraigarnos como parte de
una pauta mental muy intrínseca, difícil de deshacer y deslastrar.
Cuando llenamos al recuerdo de orgullo,
cuando decidimos cargar con una maleta llena de sufrimientos y victimarios, la
vida se hace muy pesada. Imagínese un viaje por las principales ciudades de
Europa, montarse en trenes constantemente, caminatas muy largas, entradas a
teatros y museos, paseos en bicicleta ¿Podría hacer todo esto con una enorme
maleta, pesada e incómoda? Pues lo estamos haciendo con la vida. El orgullo nos
ratifica el rol de victima que hemos asumido y nos eterniza en el malestar que
hemos creado.
Comenzamos nuevas relaciones
amorosas y de amistades, nuevos trabajos, nuevos proyectos, con una maleta
llena de personas y situaciones que nada tienen que ver con lo que ahora
vivimos, y sin embargo, surgen con la decepción, y pareciera que nos susurraran
al oído un muy trillado “te lo dije”. Dejamos que estas personas sigan hablando
y opinando sobre nuestras nuevas vivencias, nos acostamos con ellas en nuestra
cama, las metemos en nuestra casa, las llevamos adheridas, como si esas
personas nos recordaran con la misma insistencia con que nosotros lo hacemos. Y
lo peor de todo, es que estamos seguros que el orgullo marcó la distancia
exacta entre lo afectado y lo que afecta. Disfrazamos a las heridas de orgullo,
y todavía tenemos la osadía de llamarle a eso dignidad.
Otras veces, el orgullo es
negarse a ceder o acceder para resolver, para culminar conversaciones
inconclusas, para querer tener siempre la razón y esperar a que el otro
justifique su comportamiento, y mientras se espera esto, la vida transcurre,
las personas se alejan, la esperanza se merma. Usted tiene la potestad de
castigar a alguien con su indiferencia, pero si esa persona le importa,
entienda que usted se está castigando en reversa, cuando se da cuenta que el
otro juega al orgullo retribuido, entonces ambos se quedan en el medio de la
nada, sin la humildad suficiente para desempacar al orgullo y permitirse
resolver el conflicto.
Muchas veces llevamos empacado el
orgullo en el equipaje de la vida sólo esperando a que otros accedan, a que
otros se disculpen, sabiendo que en nuestras manos se encuentra la posibilidad
de cambiar la situación, pero no para la comodidad de los demás, sino para que
la frustración no acompañe al orgullo dentro de la maleta, para que la
mortificación por la reacción de otros no afecte nuestro vivir, cuando nos
permitimos que lo que otro digan o hagan nos afecte en demasía. No se trata de
forzar una posible reconciliación, sino de convertir al sentir en un
aprendizaje, en un espacio dentro de nosotros que nos dé posibilidades y
disposición de dar siempre lo mejor. Tal vez tengamos a nuestro lado a una
madre, un hijo, un hermano, una pareja que creemos no reacciona ante las
situaciones de la vida como nosotros lo hacemos, y al querer que quienes amamos
reaccionen o piensen como nosotros, nos crea desesperación, y por ende, desengaño,
desilusión, y algunas veces, amargura.
Cuando volteamos a ver dónde está
la raíz de nuestro orgullo, ocurre que se encuentra en una simple situación en
la que alguien hizo o dijo algo de una forma distinta a como lo haríamos
nosotros, justo comienza en un momento de discordia, de discrepar del parecer
del otro. Ese orgullo que lleva con usted tanto tiempo, voltee a ver en qué
situación se creó, tal vez haya sido en un no estar de acuerdo con alguien, en
la idea de que la razón se quedó de nuestro lado y es la otra persona quien
debe reflexionar al respecto y regresar a ofrecer la respectiva disculpa. Y es
así como se nos va la vida, esperando justificaciones que nunca van a llegar.
El lente por donde usted ve la
vida no es el mismo lente por donde yo la veo. Puede que usted no esté de
acuerdo con estas líneas, pero un escritor no puede trazar sus palabras
pensando en aquellos que estén en desacuerdo con lo que escribe, y odiando por
adelantado a aquellos que cierren el libro en el primer capítulo.
El orgullo es ese suéter de lana
muy grueso que llevamos en la maleta para unas vacaciones de verano. Imagine
caminar a ver una hermosa puesta de sol con el mar adornando el paisaje y usted
lleve puesta esa vestimenta pasada de moda, ahogándose de calor; pues algo
parecido es el orgullo, un vestido innecesario en una ocasión inadecuada. Así
que cuando usted deja de esperar por los demás y entiende que un pequeño
momento se ha convertido en un largo orgullo, podrá desempacarlo y llenar la
maleta de emociones más positivas y productivas.
Cuando hacemos el duelo,
desempacamos todo, tal como si estuviéramos llegando de viaje, podemos
colocarlo todo sobre la cama o acomodarlo en un closet y en gavetas, vamos
organizando cada cosa en su lugar, así debe ocurrir con la sanación emocional,
sacar lo afectado y ordenar a cada una de las personas que han transitado por
nuestras vidas, establecerlas cronológicamente dentro de nuestro vivir y darnos
cuenta a cuántas de ellas alejamos por el orgullo, a quién nunca le dimos una
explicación por nuestro comportamiento, a quién decidimos darle la espalda, y a
quién todavía seguimos esperando a que regrese para que la excusa llene el
vacío de tantos años.
A este amor le sobra orgullo, le faltan ganas, no le crecen alas, ya no sabe a besos.
— Eliana Vasquez (@eliana_77ve) noviembre 18, 2013
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